18 de agosto de 2004

Lo que nunca entendí del fútbol criollo

Por: Mauricio Silva Guzmán

De lo que me ha tocado ver del fútbol colombiano, que va desde la electrizante década de los setenta, pasando por la ‘traquetísima‘ de los ochenta y la lamentable de los noventa -y sumando los cuatro años de este siglo, debo decir que nunca entendí muchas cosas y que, ya qué carajo, mejor ni para qué entender.
La primera de ellas, y esto desde chiquito, tiene que ver con una curiosidad simbólica y estética de la Colombia setentuda. Nunca entendí por qué la selección jugaba con una camiseta de color salmón y con una franja tricolor atravesada a lo Perú. Y, además, por qué a ese color naranja holandés le decían ‘salmón‘.
Después, en la misma línea cromática, nunca entendí por qué contra Alemania, en el famoso partido del Mundial de 1990, la selección jugó de rojo y no de amarillo, tal y como habían quedado desde 1986 cuando Amparito Grisales modeló el uniforme.
Y ya que menciono el amarillo, por qué cuando Brasil nos zampaba de a siete pepas, Edgar Perea nos obligaba a adorar a "tu papá Brasil".
Ahora que toco el tema de Perea, deduzco que el fútbol en Colombia sí da para todo, al punto que él y Willington Ortiz terminaron con curul en el Congreso.
Hablando del erario, nunca entendí por qué los colombianos pagaron impuestos para hacer el Mundial del 86, ese que nunca se hizo.
Siguiendo con los alucinantes años ochenta de tanta ‘magia‘, cómo se puede explicar que Simón Enrique Esterilla, un defensa central tenebroso, terminara de centro delantero en una final de la Copa Libertadores cuando el América tenía semejante nómina. Esto, claro está, sin tener que explicarlo por medio de la maldición del Garabato.
En cuanto al rojo, pero el de Bogotá, nunca entendí qué hacía Santa Fe con el león que llevaba a la cancha. ¡Pobre animal! Para seguir con los cardenales, nunca entendí por qué el equipo se ha caracterizado por tener año tras año a un ‘Pachito‘: Pachito Wittigan, Pachito Serrano, Pachito Delgado, Pachito Díaz, Pachito Nájera y, claro, Pachito Santos, el símbolo. Y por los mismos lares, nunca entendí cómo hizo Jefrey Díaz, flamante campeón de la Copa Libertadores 2004, para, en un penalti contra Bucaramanga en 2002, pegarle a la cal y no atinarle al balón.
El tema de los que sí le pegaron al asunto: nunca entendí por qué Faustino Asprilla no quiso ser el mejor jugador del mundo. Tampoco por qué el Pibe no quiso terminar en el Unión Magdalena de Santa Marta, su tierra, donde le hicieron la estatua más absurda en la historia del fútbol mundial. De hecho, nunca entendí el sentido de la estatua al estilo gorila, como tampoco por qué costó 700 millones de pesos o por qué no invirtieron esa platica en la cancha, allá donde sopla ‘El ciclón bananero‘.
Por supuesto, tampoco entendí de dónde y por qué salen tantos y tan chéveres apodos en este país. No los obvios tipo ‘El Chigüiro‘ Benítez (basta pillarlo), sino aquellos que nunca entendí tipo ‘El Pecueca‘ Vélez, ‘La Sombra‘ Durán, ‘El Tribilín‘ Valencia, ‘El Guatuzi‘ Lozano, ‘El Teacher‘ Berrio, ‘El Chusco‘ Sierra, ‘La Guama‘ Cardona, ‘El Miyuca‘ Mosquera o ‘El Manimal‘ Cortés, tal vez el mejor apodo de todos los tiempos.
En cuanto a los apodos, aquí un absurdo pero de los bonitos: al portero que apodaron ‘La Gallina‘ Calle le pusieron así por que su mujer llevaba a los entrenamientos, sin falta, una gallina debajo del brazo. O qué tal el apodo de ‘El Cuñado‘ Jaramillo, que en efecto resulta muy simpático; claro está que aquí lo absurdo es por qué don Lucas debutó en el profesionalismo a los 28 años, o mejor, ¿por qué debutó? Nunca entendí.
Más absurdos: qué tal el 9-0 que nos clavó Brasil en Londrina en el preolímpico de 2000, cuando con 6-0 en contra estábamos clasificados. Las cosas del ‘locato‘ Álvarez. Y por qué Álvaro Fina, luego de su bandida administración en la Federación Colombiana de Fútbol, cayó para arriba y lo premiaron con la representación de Colombia en la Confederación Suramericana, cargo que aún ocupa.
Se quedan muchos ‘nunca entendí‘ de nuestro fútbol, como la muerte de Andrés Escobar, claro. Pero prefiero cerrar con uno más reciente de clásico sello nacional: ¿por qué tenían que ser los colombianos los que por primera vez despedazaran la Copa Libertadores, tal y como lo hicieron los jugadores del Once en la vuelta olímpica? ¡Todo un histórico!