12 de septiembre de 2005

La paja

Por: Andrés Burgos

Que tire la primera piedra el hombre que alguna vez no haya seguido -aún sin oírlo- el consejo que ciertas madres, sin ser conscientes de la ironía que eso implica, dan a sus hijos inquietos cuando tocan sus porcelanas: "¡Juegue con lo que le dio mi Dios!".
Impulsos naturales aparte, hay que reconocer que el camino de la autosatisfacción sexual tiene ventajas evidentes: es fácil, barato, entretenido y cuenta con instrumentos al alcance de la mano. Pero lo mejor de todo es que al finalizar nadie va a pedirle a uno abrazos ni a preguntarle qué está pensando -algo que únicamente les sucede a individuos con serios diagnósticos de esquizofrenia.
Todo esto va referido al género masculino, por supuesto, porque aunque existen puntos de contacto con el comportamiento de las mujeres, la complejidad de las féminas requeriría de otro estudio. Hay demasiadas experiencias incompatibles. Imposible hacer entender ciertos valores a quien nunca se ha visto comprometido con la tarea de deshacer una colilla o embocar un pelo en el desagüe empleando únicamente la fuerza y el tino del propio chorro.
La facilidad de acceso a la práctica regular hace que los expertos en la búsqueda del placer individual compitan en número con los que dicen saber de fútbol. Es redundante entonces hablar de técnicas que pertenecen al dominio público, como la del clóset casi cerrado, las posibilidades múltiples de la tapa del inodoro, el recurso de la mano siniestra para simular los favores de alguien más, la cáscara de banano como abrigo, la leyenda urbana acerca de que los costeños cambian el movimiento tradicional por uno similar al que se emplea con el molinillo para batir el chocolate, las bondades amatorias de un melón agujereado o el experimento que todo hombre quiere realizar por lo menos una vez en su vida. sí, ese que es una maldición para las mujeres de pechos abundantes. Las pobres con cada novato deben advertir que se trata más de un placer estético y conceptual que de una mecánica con fricción realmente efectiva. Todo eso es llover sobre mojado, por lo tanto acá no se entra en tales detalles.
De onanista, poeta y loco todos tienen un poco. Sin embargo, hay aspectos que la sabiduría popular no domina por completo. Quizá el más destacado corresponde a la fase inicial, más conocida como dedicatoria o anteproyecto. Una semilla de la fantasía que puede partir de cero, a punta de imaginación pura, o apoyarse en recursos didácticos tan útiles como las películas nocturnas de ciertos canales perratas, versiones de Emmanuelle en la que una nave espacial llena de hembrazas visita la Tierra para conocer sus rituales de apareamiento. Que tire la primera piedra quien no les haya dedicado -tal vez literalmente- por lo menos un minuto.
Lo riesgoso es que el abordaje concienzudo de la dedicatoria, de igual forma que es la clave para una buena performance, puede acarrear también serios problemas prácticos relacionados con la metafísica, la psicología o el rigor dramatúrgico.
Está claro que resulta imprescindible establecer un nombre, una imagen o una historia que estimule el esfuerzo físico. Se parte teniendo un objetivo: una vecina que siempre sale en shorts a comprar el pan, la mejor amiga de la novia o Patricia Castañeda en la época de La brújula mágica (sin el mimo que era coprotagonista del programa, se entiende). Pero entre la salida y la llegada acechan múltiples distracciones. De modo que se termina donde Dios quiera.
Puesto mano a la obra, el ejecutor con pasmosa frecuencia se topa con un detalle que lo lanza de una motivación a otra. Empieza trabajando con una improbable enfermera en el consultorio del oftalmólogo y, en una gambeta del inconsciente, se le atraviesa cualquiera: la del comercial de cerveza, la nueva secretaria del departamento jurídico o la última portada de SoHo. Todo es posible y por eso tampoco resulta raro que a alguno que otro se le aparezca la mamá. Cuando esto último acontece, sólo la podredumbre de la cabeza del sujeto dictamina si ha de detenerse asqueado o no. Incluso no faltará el pervertido que utilice como motivación a su propia pareja.
Lo cierto es que este mecanismo propicia un riesgo. Es probable que en la puerta del escenario de la fantasía se arme un tumulto, donde las participantes se pelean por entrar en desorden, sin prestar atención a una secuencia lógica. Un caos típico del acceso a la tribuna popular en una final del fútbol colombiano.
Algunos estudiosos sostienen que dicho fenómeno se presenta con menor frecuencia en integrantes de sociedades del primer mundo, en donde la gente respeta las filas. Se dice que en Noruega y Canadá las mujeres a quienes se les dedica una sesión masturbatoria colectiva aguardan con tranquilidad su turno en la sala de espera y procuran permanecer silenciosas, para no distraer a quienes ejecutan en ese momento el acto. Sobra aclarar que semejante muestra de civilización jamás tendría cabida en la cabeza del latinoamericano promedio.
El problema con la dedicatoria múltiple, tipo improvisación jazzística, es que puede llegar a degenerar en tumulto orgiástico, lo cual de por sí no está mal. Pero en ciertos sujetos maniáticos del control origina estados de pánico, dado que son incapaces de explicarse con exactitud a quién se están enfrentando. ¡Bueno, bueno! Vamos a ponerle orden a esto. ¿Con cuál de ustedes es el asunto acá?, se comenta que han reaccionado algunos al perder la paciencia y verse sofocados por una horda de hembras ansiosas.
El mayor riesgo, sin embargo, lo encarnan los puntos de transición. No siempre se logra que exista un empate perfecto entre una interlocutora -por llamarla de algún modo- y otra. Esto da lugar a vacíos mínimos que, sin embargo, cobran importancia si por esos juegos del destino el cuerpo traiciona y la faena termina mientras se transita uno de ellos. Ni aquí ni allá. Ni Patricia, ni vecina, probablemente mimo.
Parece un asunto de poca monta, pero para ciertas escuelas psicoanalíticas el encuentro con dichos limbos, a la larga, da pie a problemas existenciales radicados en la sensación de tener objetivos difusos en la vida y la sospecha de no contar con un rumbo preciso para enfocar las energías. Las corrientes religiosas, por su parte, prefieren remitirse a la Biblia y hablar del carácter pecaminoso del desperdicio de la simiente, que en este caso sería total porque no alcanzaría ni siquiera un recipiente imaginario.
La buena noticia es que la amenaza de descuadres psicológicos momentáneos no reducirá la afición masculina a esta práctica, como tampoco pudieron hacerlo décadas de advertencias de madres y educadores cristianos. Que le van a crecer pelos en la palma de la mano, que eso emboba, que si lo hace en Semana Santa se va a quedar pegado. Cada quien asume las consecuencias de sus actos, que a decir verdad, no son graves. Uno no se queda pegado, siempre y cuando no lo haga en Viernes Santo durante las Siete Palabras. Además, hoy en día, se agradece cualquier conocimiento adicional de los vaivenes que conlleva este hobby, sobre todo porque es un paso más hacia la consolidación definitiva de un derecho inalienable de todo individuo: el amor propio.