19 de noviembre de 2010

Las miquerias de Chita

Por: Javier Uribe
| Foto: Javier Uribe

¿Quién, sin estupefacientes en su cabeza, podría pensar que un hombre que pasea un french poodle fue criado por una manada de french poodles? Nadie. Pues bien, Chita no era parte de la leyenda original, le vino a la mente a un visionario director de cine que decidió que si a Tarzán lo había criado una manada de chimpancés lo lógico sería que tuviera por mascota a un chimpancé, es decir que, según la lógica del director y farmacodependiente, le está dado a un hijo adoptivo sacar en las mañanas a sus padres adoptantes a hacer sus necesidades fisiológicas al parque.

El equívoco del drogadicto de marras condujo a la proliferación de literatura especializada de intelectuales y académicos. ¿Quién representa la figura masculina en la mente de Tarzán? El macho alfa que ejercía el liderazgo de la manada, contesta el antropólogo. ¿Quién representa la figura femenina? La chimpancé hembra que lo alimentó, acicaló y estableció un ambiente sistémico constructivista, dirá una socióloga feminista. Entonces, ¿qué verá Tarzán en Chita? A un igual, a un par, concluirá el silogismo un antropomorfista. ¿Y entonces por qué Tarzán y Chita caminan cogidos de la mano? Por el Complejo de Edipo, dirá el psicoanalista, porque Tarzán al final está enamorado de su madre chimpancé y envidia el falo del macho alfa chimpancé. Y ¿por qué Tarzán y Chita duermen juntos? ¡Por maricas! Dirá el colombiano de a pie.

Como se puede anticipar, el verdadero problema radica en la aparición en escena de Jane. En un comienzo, la antropóloga criada en la civilización, rebelde, marihuanera, mochilera y rasta, vería atractiva la excentricidad de convivir con un chimpancé. Pero luego, en los avatares de la convivencia comenzarían los malentendidos. Comentarios de Jane en la casa en el árbol como "¡Esta casa huele a micos!" no serán de buen recibo para Chita. Frases como "camina erecto, te vas a jorobar" le generarían confusión. Para Jane, las cáscaras de banano en el piso y los golpes en la cabeza con los albaricoques lanzados por un Chita masturbándose carecerían de gracia. La situación se tornaría insostenible, las diferencias entre Tarzán y Jane se profundizarían y tendrían por epicentro a Chita.

—¿Por qué Chita sí puede ser multiorgásmico y tú no, Tarzán? —dirá Jane con sarcasmo.

—Es tarde, no comiences otra vez con eso, Jane —responderá Tarzán con sumisión. Entre tanto Chita rascará su testa y sonreirá como Ronaldinho.

—Explícame, ¿por qué Chita puede tener una veintena de relaciones sexuales con intervalos de cinco minutos y tú tienes relaciones sexuales de cinco minutos con una veintena de días de intervalo? —inquirirá Jane.

—Porque somos diferentes, Jane, cuándo lo vas a entender. Chita es un mono y yo soy un humilde hombre mono —explicará Tarzán.

—Y eso qué, Tarzán, son pretextos tuyos… —dirá Jane sin empacho.

—Lo que digo es que Chita y yo tenemos un 99,6 % de genética similar, pero somos distintos, amor —dirá Tarzán sin recato.

—Pues me quedo con el 0,4% de diferencia —cargará ella con desfachatez.

—¿Qué quieres decir, Janeita? —responderá él con enojo.

—Pues que prefiero por esposo a alguien de cerebro pequeño y testículos grandes que a un frígido como tú —dirá ella con inquina.

—Pero hablamos solo del 0,4 %... —alegará él. Entre tanto, Chita rascará su testa y sonreirá como Ronaldinho.

—Mira, Tarzán, no vengas ahora con argumentos matemáticos, te recuerdo que a ti te impartió la primaria un chimpancé —dirá irónica aquella.

—Entiéndeme, estoy agotado, Jane... En la mañana, arreé unos elefantes en Kenia; al mediodía, apoyé una tribu en Ruanda; al regreso tuve un sí y un no con un cocodrilo, nos fuimos a las manos; y luego ¿sabes lo que es venirse desde Zimbabue de bejuco en bejuco? —argumentará aquel.

—Pues yo cuido todo el día a Chita y no estoy haciendo una escena —se quejará la mujer.

—No me cabe duda, es claro que has descuidado sobremanera la cocina: tu patacón pisao, tu sopa de colisero, tu torta de plátano, tu maduro y tu banana split ya no son lo que eran al comienzo —reclamará el hombre. Entre tanto Chita rascará su testa y sonreirá como Ronaldinho.

—Eres imposible, Tarzán —dirá una Jane indignada.

—Pero al menos tengo el cerebro más grande que Chita —dirá un Tarzán revanchista.

—Tarzán, Tarzán, Tarzán —dirá con saña Jane en un inglés impoluto: estamos en la selva, papito, en la selva, hermano, qué cerebro grande ni qué ocho cuartos.

Y mientras esto ocurre, Chita, desentendido, estará teniendo relaciones sexuales indiscriminadas con todas las hembras de su manada a las que habrá seducido compartiendo un pedazo de carne y ofreciendo una rama repleta de hormigas, convencido de que los humanos somos unos idiotas.