16 de julio de 2014

Cómo ser un intelectual oyendo las canciones de Violetta

Como soy uno de los guionistas de PPT, el programa de Jorge Lanata, no tengo más remedio que enterarme de la realidad política argentina. Y como soy padre de niñas y un muchacho, entre 8 y 17 años, padezco los contenidos televisivos, musicales y cibernéticos con los que mantienen una relación simbiótica.

Como soy uno de los guionistas de PPT, el programa de Jorge Lanata, no tengo más remedio que enterarme de la realidad política argentina. Y como soy padre de niñas y un muchacho, entre 8 y 17 años, padezco los contenidos televisivos, musicales y cibernéticos con los que mantienen una relación simbiótica. Por momentos, ambos universos confluyen. Por ejemplo, aparentemente, el vicepresidente quiso robarse la Casa de la Moneda. 

 
Esto es un episodio de la vida política nacional real y no el plan fantástico de uno de los malvados de las series televisivas que con- sumen mis hijos. Pero tantas otras veces, el intento de llevar adelante una carrera eminentemente intelectual se ve interrumpido por un trailer de Violetta. Le pregunto a mi hija de 8 si realmente cree que puedo llegar a ganar el premio Nobel siendo importunado cada dos por tres por las melodías empalagosas de una chica con dos inexplicables “t” en su nombre. Mi pequeña responde que no sabe de dónde me conoce, que algo de mí le suena, pero que por favor me calle hasta que termine el capítulo, y luego se tomará el trabajo de averiguar de dónde he salido. Mi muchacho, un fortachón de 17, me increpa: ¿por qué les doy siempre la lata con el tema del Nobel, si ni siquiera soy capaz de comprarle la Play 4? Ni siquiera el premio Príncipe de Asturias, agrega, luego de la renuncia de Juan Carlos. ¡Se acabaron las becas para sudacas con veleidades!, interviene mi hija de 13, practicando palabras nuevas para su evaluación de castellano, mientras “facebookea” con sus amigas: “El viejo pretende leer y escribir. ¿Por qué habría de ser eso mejor que el ruido? ¿No hay ninguna aplicación para apagarlo a él?”.

Se supone que escribo novelas para adolescentes. Pero mi hijo es un adolescente, y no hay la menor relación entre sus intereses y los de mis personajes. En mi propia adolescencia, que es a la que más o menos se parecen mis protagonistas, nuestros héroes eran de una pieza: apuestos, audaces, honestos, legales. El más transgresor que llegamos a conocer fue Alex Mundy, un eficaz ladrón atrapado por el Estado norteamericano, que pasaba a robar al servicio de la democracia. (Bueno, quizá fue lo que quiso hacer el vicepresidente, a fin de cuentas). Pero a lo que iba es que el héroe de mi hijo y sus amigos es un narcotraficante, el protagonista de Breaking Bad, Walter White, y su éxito en la venta de estupefacientes venenosos no parece hacer mella en la admiración ni cargarlos de culpa.
En las vísperas del Siglo de Oro español, cuando un niño molestaba a su padre escritor, Torquemada acudía en auxilio del artista y llevaba al niño a la hoguera. De ese modo, Cervantes pudo escribir El Quijote, y Manrique, paradójicamente, Coplas a la muerte de su padre. En nuestro tiempo, los ositos cariñosos tienen prioridad por sobre los posibles amores en los tiempos del cólera que cualquiera de nosotros podría escribir, por no hablar de los amores en general, ya que, como bien exhalé en otra ocasión, la última vez que follas es para tener hijos. ¿Cómo quieren que escribamos un nuevo Drácula mientras tu hijo adolescente te aporrea con la serie de un vampiro mejor vestido, más amable y adaptado que vos, y del que debes cuidarte, no de que te chupe la sangre, sino de que no te obligue a cambiar de bando en cuanto te quedes dormido?

Soy un hombre de dos cabezas. Con una, leo los diarios, a Isaac Bashevis Singer, a Somerset Maugham, a Fontanarrosa. La otra cabeza está capturada por la revolución cultural de mis hijos, más opresiva y alienan- te que la maoísta. Me despierto de noche preguntándome si Violetta fue desvirgada correctamente. ¿Por qué número de Los juegos del hambre van? ¿Por qué se llaman Los juegos del hambre? ¿Qué carajo significa eso? ¿Era el libro o la película lo que estuvo mirando durante 15 horas en su iPad? Las imágenes se movían, es cierto; pero, por otra parte, los personajes parecían comunicarse entre ellos por WhatsApp, que estaría en el orden de la lectoescritura. Cuando recién entraba a la adultez, juré nunca quejarme de la tecnología, pero el mocetón de una de las miniseries de Netflix que ve mi hijo me escupió al rostro. El nivel de interactividad ya comienza a hacerse un poco engorroso.