16 de diciembre de 2005

Diga no a los desayunos de trabajo

Por: Camilo Durán Casas

Para comenzar: o se desayuna o se trabaja. Pero hacer ambas cosas al tiempo es hacerlas mal, muy El desayuno es muy importante. Los nutricionistas sostienen que es la comida más importante del día, y nadie tiene por qué dañársela. Así que, en 2006, dígale no al desayuno de trabajo. Es por su bien. ¿Quién diablos se inventó el desayuno de trabajo? Ni idea. Lo único claro es que todo comenzó en 1982, cuando Belisario Betancur puso de moda el ritmo paisa y este país comenzó a obsesionarse por la madrugadera. "Al que madruga Dios le ayuda", dice uno de los refranes más desacreditados. Porque si existe un país de madrugadores es este y miren con qué moneda nos ha pagado el dios de los madrugadores.
Para llegar a tiempo a un desayuno de trabajo toca madrugar mucho y eso ya le daña el genio a cualquiera. Y como uno nunca aprende y siempre ha sido y seguirá siendo por siempre el idiota que se llena de remordimientos de conciencia ante la sola probabilidad de llegar tarde a una cita, uno siempre es el idiota que llega de primero, torcido del hambre y del sueño, a esperar media hora, una hora, para que por fin llegue la gente y comience el tal desayuno de trabajo.
En cualquier sitio decente del planeta uno se sienta a la mesa y ahí mismo empieza a comer. En el desayuno de trabajo no. Mientras los ácidos destrozan las paredes del sistema gastrointestinal, alguien tiene que decir unas breves palabras que se llevan un cuarto de hora. El jugo de naranja (casi siempre artificial) y la macedonia de frutas descoloridas y desabridas (¿por qué son tan tacaños en los desayunos de trabajo y parten siempre la fresa por la mitad?) siguen ahí a la espera de que alguno de los anfitriones tenga la bondad de decir: "Sigan que se les infria". Mientras eso ocurre, usted debe calmar su hambre con las de por sí indigestas palabrejas y frases de cajón que caracterizan a quienes aman organizar desayunos de trabajo: sinergias, ponerse la camiseta, alinearnos, visión, misión...
En los tiempos que nos abruman, el desayuno de trabajo viene acompañado de una de las peores plagas que trajo la era de la informática: la presentación en Power Point. En ese momento alguien dice "pero sigan que deben estar muertos diambre"(risas hipócritas ante semejante ocurrencia) y arranca la presentación. Cuando en teoría se demanda la máxima atención de los asistentes hordas de diligentes meseros aparecen como por encanto y comienzan a abrumarlo con preguntas. ¿Té, café o chocolate? ¿Con leche o sin leche? ¿Con azúcar o sin azúcar? ¿Dietética, blanca o morena?
Por fin uno logra saciar la curiosidad del mesero y se da cuenta de que le perdió el hilo a la presentación.
El café, té o chocolate de cualquier desayuno de trabajo siempre llega frío (cuarta Ley de la Termodinámica), así que toca zampárselo fondo blanco y pasarlo con una tajada de pan que rebosa de mermelada de fresa. El inesperado golpe hipercalórico toma de sorpresa al estómago y comienzan los retorcijones. Usted ya no sabe si son culpa del café frío (y con natas, si usted es de los incautos que piden café con leche) y entonces descubre que falta el huevo. Ojo. Y no es cualquier huevo. El huevo perico de los desayunos de trabajo (y de los hoteles en general) es aguado. Con o sin tomate y cebolla, con o sin tocineta, siempre es aguado.
¿Comerse el huevo después del pan con mermelada? Ese es uno de los tantos encantos del desayuno de trabajo. Igual, está tan contrariado con su suerte que comienza a tragar lo que sea: hay que aprovechar, es gratis.
Al final del desayuno usted no tiene más remedio que sonreírle al organizador, decirle que esas reuniones de trabajo son importantísimas para las sinergias, alinear el equipo, ponerse la camiseta, cumplir los objetivos de la misión para hacer realidad la visión y toda esa indigestión gastrocorporativa se le tira toda una mañana que habría sido muy productiva si le hubieran mandado la presentación de Power Point por el e-mail y hubiera desayunado tranquilo en su casa. Como debe ser.