17 de junio de 2011

Guía

Un egipcio en el barrio Egipto

El barrio, al igual que el país, es árido. Partículas de polvo parecen recubrirlo todo. Y aunque es casi mediodía, la quietud es total.

Por: Melba Escobar

El 76% de Egipto es desierto”, dice Ramzy apenas llegamos al barrio que lleva el nombre de su país de origen.

El barrio, al igual que el país, es árido. Partículas de polvo parecen recubrirlo todo. Y aunque es casi mediodía, la quietud es total. No para la llovizna. Una patrulla está estacionada en una de las calles. Unos hombres de la ETB trabajan en los cables del teléfono. Unas señoras conversan recostadas en el portal de su casa. Un par de niños juegan en torno a ellas. Canta un gallo y recuerdo que mi tío decía: “El Cairo es gris”. Tal como el barrio, pienso.

Casado con colombiana, 70 años, de aspecto distinguido, Ramzy Alphonse Hanna tiene un acento tan marcado que por momentos se pierden algunas palabras. Trabajó como abogado, contador, estadista, pero encontró la felicidad como guía turístico. Lleva veinticinco años en Colombia, donde ha sido conferencista, intérprete, distribuidor de libros. A lo largo del recorrido, muestra haber estudiado sobre el barrio para hacernos una visita ilustrada en la que nos cuenta sobre la fiesta de los Reyes Magos que se celebra aquí, y nos ilustra con cifras sobre su país.

Por más que insiste en que “no hay ningún parecido con Egipto”, poco a poco se va viendo que no solo se parecen, sino que están conectados, los dos Egiptos están unidos de una manera misteriosa y entrañable. A lo mejor, son como dos gotas de agua. Alguna razón habrá para que se llamen igual.

Nuestro guía se excusa por hablar de política, pero dice que para él Colombia es como Egipto por el tema de los vecinos. Dice que la situación con Gadafi es muy difícil. “En Egipto somos gente de paz, pero no lo son nuestros vecinos. Aquí pasa algo parecido. Son los vecinos los que quieren causar problema”.

El barrio tiene un “modelo medieval de planificación”, la manera elegante que usan los arquitectos para decir que no ha sido planeado en absoluto. Sus callecitas de piedra son laberínticas. Da la sensación de haber viajado en el tiempo, cuando Bogotá era una aldea con calles empedradas y el único color posible para las casas era el blanco con verde.

Le pregunto a Inés Castro, habitante del barrio, de dónde viene el nombre. Me explica que viene de la antigüedad, de cuando eran tiempos mejores. Después agrega: “Todo se ha dañado mucho. Este sector es sano, pero si usted coge este callejón, entonces allá sí hay bandas de ladrones. Allá arriba es Turbay Ayala. Ahí es donde está el problema. Son los vecinos del barrio los que no nos dejan estar en paz”.

Bueno, pienso. Son grises, tienen problemas con los vecinos. Son áridos. Ya lo decía yo, algún parecido tenía que haber.

El fotógrafo se detiene frente a una pared de concreto con arcos dibujados.

—¿Eso no es “como” árabe?
—No —responde Ramzy con seriedad—. No se parece para nada.

Egipto es un país árabe donde hay unas pirámides milenarias. Eso lo sabe todo el mundo, el que ha ido y el que no. Y los faraones y las esfinges están en la música pop, la salsa y la balada. Egipto es una idea que todos tenemos en la cabeza.

En cambio, Ramzy dice no haber sabido nunca que en Colombia se producía café o se exportaban flores. “Todo el café que se consigue allá es brasiliano”, dice con su fuerte acento. Luego, con sus gestos elegantes y su voz suave de profesor dando una lección, enumera las palabras españolas de origen árabe: papel, azúcar, caribe, alcalde. “Papel viene de papiro, pues nosotros inventamos el papel, inventamos la escritura”.

Al parecer, los dos Egiptos viven de sus glorias pasadas.

Seguimos caminando. Al rato soy yo quien pregunta.
—¿Y esa pared? ¿Eso no es “como” árabe también?
—No, tampoco se parece nada —responde Ramzy.

El barrio Egipto, ese punto de paso obligado por la Circunvalar cuando se va al casco histórico, no es un punto de referencia para los bogotanos. Cualquiera prefiere llevar al gringo que está de visita a Monserrate o a la Colección Botero antes que a la iglesia de Egipto. Porque nadie le cuenta a uno que La Ermita de “La huída de la Vírgen María a Egipto”, como se llamó en sus inicios, fue fundada a comienzos del siglo XVII cuando esta ciudad caótica era apenas una modesta aldea.

La ermita albergaba 24 cuadros hechos por un discípulo de Rubens, de la escuela flamenca, y en un programa para “propagar el arte devocional” don Jerónimo de Vergara y Troya hizo llegar estos tesoros desde Amberes hasta Santafé. Ya en el siglo XIX, cuando las fiestas de Semana Santa y de los Reyes Magos se celebraban durante varios días a punta de chicha, chicharrón y otros manjares tradicionales, los habitantes de la aldea pidieron convertir la ermita en parroquia. Luego vinieron las casas que la rodeaban. Durante dos siglos se dijo que el mejor chicharrón del mundo era el que se preparaba en Egipto. Habrá que ir durante las fiestas a comprobar si se mantiene la tradición.

De los 24 cuadros quedan 23, quizá por eso la iglesia siempre está cerrada y no es posible ver estas obras sobre las que hay varios libros escritos. Los que las han visto dicen las cosas más hermosas, y siempre lo alientan a uno diciéndole que obras parecidas de Caravaggio, Velásquez y Durero pueden ser vistas en museos de Italia, Francia y España. Gran consuelo.

La veneración por la Virgen María tiene su origen en ritos y documentos sirios, egipcios y del Asia Menor. Ahí está el puente: la Virgen María nos transporta de Egipto, a Egipto. Esa idea de la mujer bondadosa y entregada, la mujer madre, protectora y piadosa, viene de tan lejos.

Vamos caminando hacia la plaza de Rumichaca. La plaza de mercado de oriente, como era llamada en el siglo XIX, abastecía a una buena parte de los santafereños. Lamentablemente, el valor histórico de este lugar se perdió cuando construyeron la Circunvalar y la plaza quedó atravesada por la avenida. Hacemos una corta visita todavía en medio de la llovizna en una plaza pequeñísima en donde somos los únicos visitantes. Ramzy recorre la plaza posando con habilidad y solemnidad para las fotos. Sin duda tiene la naturalidad de una estrella de cine frente a las cámaras. Debió ser un gran guía turístico, pues maneja una enorme cantidad de datos. En Egipto comen tabule, dátiles, frutos secos, pero, me informa “tenemos igual que ustedes berenjena, zanahoria, arveja, calabacín, cebolla, pimentón…”, la lista continúa con las frutas. Sus preferidas son el mango y el banano, una de las pocas cosas que pude saber sobre él a lo largo del recorrido. Por su precisión enciclopédica, se tiene la sensación de hacer un recorrido con Wikipedia.

Caminamos hasta la estatua que el gobierno Egipcio le regaló a Colombia cuando la ministra Araújo llevaba la cartera de Cultura. Es como un faraón. Ahí puesto. Tan desconectado de su entorno como la iglesia en la punta del cerro albergando los 23 cuadros con la vida de la Virgen María. Mientras miro distraída la estatua, recuerdo a mi amiga Liliana contando cuánto le había decepcionado encontrarse un McDonald’s frente a las pirámides egipcias.

—¿Y qué quería? ¿Encontrarse a un faraón? —le pregunté entonces.
—No, pero sin duda no esperaba encontrarme a Ronald McDonald. Es mucho viaje para llegar al mismo payaso que está en todas partes.

Punto a favor del barrio: no está el payaso.

Mi tío Christian vivió un año en El Cairo. Tiene recuerdos como el mercado compartido entre cristianos, musulmanes y judíos: “Cada día atendía alguien de una religión diferente. Ya sabías que para comprar cerveza tenías que ir los jueves, por ejemplo, pues los musulmanes no pueden beber”. Sobre los musulmanes cuenta que no siempre era fácil la convivencia: “Las mujeres no pueden estar en compañía de un hombre si no está su marido con ellas. Es pesado. Llegas a una reunión y las mujeres se levantan y se van”.

Le pregunto a Ramzy si Egipto es un país machista. “Es una tierra de los hombres —dice—. Pero quién dijo que la mujer es la parte débil. La diferencia entre la mujer colombiana y la egipcia, naturalmente, es que allá no destapan el cuerpo como aquí. Allá no puede salir así tanto mostrando”. Luego añade que si bien es un mundo del hombre, las mujeres tienen el poder en el hogar. “Las señoras son muy respetables. Más que todo las mamás”.

“En Egipto cuando la pareja se casa, las dos familias se unen. Las mujeres siempre son aliadas. La madre toma la defensa de la nuera. La mujer siempre es la prioridad. Si hay divorcio, entonces todo es de la esposa. El hombre es responsable de la familia primero. Entonces hay una gran protección de la mujer, de la familia. Aunque la mujer no tiene los mismos derechos de los hombres”, añade. Es una persona muy formal. Ya estamos acabando el recorrido y no he podido saber si le gustó la estatua, si le gustó el barrio o si hay algo que no le agrade de su país.

Y cuando nos topamos con una carpintería donde hacen muebles en madera rústica, rejas de estilo colonial y faroles de hierro forjado, yo sigo pensando en Ronald McDonald.

—¡Esto sí! —exclama Ramzy entusiasmado.
—¿Qué cosa? —le pregunto.
—¡Esto sí parece egipcio! Se parece a los faroles que se ponen en las calles durante el Ramadán.

Al fin algo de Egipto en el barrio Egipto, dicho por un auténtico egipcio. La verdad, no se parecía en nada a “la idea de lo árabe”. Se parecía más a una calle de la Candelaria o a un pueblito español. Hasta le encontré su parecido con el pueblito paisa que hicieron en Medellín. Pero no con Egipto. No con el Egipto que, por más que trato, no logro sacar de mi cabeza.

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