28 de noviembre de 2012

Testimonio

Reivindicación de las camisetas ad portas de los 50

Siempre he pensado que con la música he logrado que me coman cuento, al menos vivo de eso, pero con el vestuario la cosa fue totalmente distinta.

Por: Alejandro Villalobos

CREO QUE TENÍA 8 AÑOS, quizá 10, cuando una tarde mis dos hermanas mayores me hicieron un comentario con la mejor voluntad y el amor que solo una hermana mayor le puede hacer a su hermanito: “Alejandro, deja de vestirte como un gamincito”.

Desde ese día y hasta la fecha, el tema de la ropa me la gana. Gracias a ese comentario, mis dos hermanas lograron crear un tumor de inseguridad que cargo en mi pecho y no me deja sentir tranquilo cada vez que pienso qué ponerme.
A lo largo de los años traté de vencer ese temor infundido por un comentario que no interpreté correctamente, y en algunas ocasiones me atreví a “salir del clóset” con la ropa que me gustaba, pero entonces era mi otra hermana, la del medio, que me miraba con tristeza y se quedaba callada. En la época de la universidad, a finales de los ochenta, no sabía si vestirme como Mateos o con saquito Benetton y peinado honguito.
Siempre he pensado que con la música he logrado que me coman cuento, al menos vivo de eso, pero con el vestuario la cosa fue totalmente distinta. Un día dije: “Voy a escoger la ropa de la misma manera que escojo las canciones que programo en la radio: lo que me gusta, lo que me mueve al primer impacto y ya”. Incluso pensé que si he logrado poner de moda canciones, ¿por qué no formas de vestir? Qué absurdo siquiera haberlo pensado. En esos días, seguro de mi decisión frente a la moda, me ennovié con una paisa experta en Colombiamoda, que trabajaba en la industria textil. Era apenas lógico que sus comentarios sobre lo que yo debía usar y cómo vestirme eran ley, sin importar lo que me gustara. Afortunadamente, mi personalidad fuerte, arrolladora y segura de lo que quería hizo que le hiciera caso ciento por ciento a cada una de sus recomendaciones, y me tocaba usar camisas de marcas muy raras con figuras y materiales que ni podía entender. Mientras tanto, mis camisetas de Bruce Lee, de DJ Technics o con textos como “Mi otra camiseta es una Nike” se quedaban bien guardadas en un cajón.
El tiempo pasa, tengo una esposa que me ama como soy, dos hijos que creen que soy el dueño de La Mega, y cada mañana, después de salir del baño, al pararme empeloto frente a mi clóset a pensar de 10 a 20 minutos qué ponerme, la elección es siempre la misma desde que cumplí 40: jeans y camiseta. Tengo diez jeans igualitos y camisetas de todos los estilos, preferiblemente talla L, que logra esconder mi abdomen, y ojalá sin textos para no revelar ni mi edad (don´t worry, be happy) ni la forma del cuerpo. Rápido, bonito y barato, y mis hermanas no volvieron a decir nada. Bueno, a veces se miran entre ellas y hay una leve sonrisa, pero no es por mi pinta, no, señor. No creo, espero que no, ¿verdad que no?

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