17 de diciembre de 2008

3,2,1, despegue

El escritor chileno Juan Pablo Meneses ha hecho de los viajes su forma de vida, pero aún hay algo que le falta visitar: el espacio exterior. En esta columna comienza el que podría ser su viaje más osado.

Por: Juan Pablo Meneses
| Foto: Juan Pablo Meneses

viajar al espacio se hizo una realidad. Una cosa común de la que se habla con la misma soltura que uno quiere ir a las pirámides de Egipto, o recorrer 24 países europeos en menos de un mes. En un reciente viaje a Chile, vi a Santiago tapizada con afiches donde se veía a un astronauta y se leía: "Viaje al espacio", en una campaña del Banco del Estado chileno, donde el premio principal era salir de la órbita. No es el primer caso. Hace unos meses Mathilde Epron, una azafata francesa de 32 años, ganó un viaje al espacio por comer chocolate: dentro del envoltorio venía el inesperado código ganador.

En las oficinas de las empresas de viajes al espacio hay largas filas —casi todos multimillonarios con gusto a la adrenalina— que han comenzado a anotarse. Entre ellos, dispuestos a darse el gusto de su vida, han separado una docena de pasajes para sortear entre los que cargamos bolsas de supermercado, pagamos cuotas y todavía no hay nada que nos suene tan lejano como ir al espacio.

Los viajes comenzarán en 2010. Por ahora, algunos millonarios han convencido a los rusos de viajar fuera de la atmósfera. En cambio, en un par de años comienza a operar Virgin Galactic, la compañía de vuelos al espacio de Richard Branson (junto a Paul Allen, cofundador de Microsoft). El viaje durará tres días, incluye entrenamiento en las instalaciones de Spaceport America, en Nuevo México, y un vuelo de dos horas a bordo de una nave SpaceShip 2, creada por Burt Rutan, el mismo que diseñó el primer vehículo que alcanzó la frontera del espacio.

—Quería consultar por los viajes al espacio —le digo a la asistente telefónica de la agencia de viajes que ofrece el servicio.

—Espere un minuto —responde nerviosa, y me transfiere la llamada a otra asistente. La nueva voz me pregunta que cuál es mi idea.

—Ir al espacio —le digo, y entonces me cuenta que todavía no hay viajes, que hay que sumarse a la lista de espera.

—¿Es cierto que el ex futbolista chileno Iván Zamorano y el tenista argentino David Nalbandian están entre los inscritos?

—Por política de la empresa no podemos dar nombres, señor.

Luego me da detalles del viaje. En cada vuelo irán siete pasajeros, y pese a que son tres días de entrenamientos previos en la base de Nuevo México, la observación de la Tierra desde fuera de la atmósfera dura unos cinco minutos. En ese lapso, además de observar la curvatura terrestre, los pasajeros podrán quitarse los cinturones y flotar sin gravedad.

—Se viajará con un traje especial, pero nada muy complicado —dice, y advierte que cada interesado tendrá que pasar un chequeo médico — "algo más bien de rutina" —, y que por ahora no hay edades límites pero se recomienda que los pasajeros no tengan más de 60 años.

El descenso desde el espacio será en espiral, con 40 kilómetros de radio en la caída. Hasta ahora se han realizado dos vuelos de prueba, ambos exitosos, cada uno con un solo tripulante.

Pese a esta industrialización, el viaje al espacio seguirá siendo parte de la ciencia ficción. Pero si tienes 200.000 dólares y te quieres dar un gusto, ya puedes inscribirte para salir del planeta. Para arrancar de la Tierra y tomar distancia y mirar todo desde afuera: lo mismo que muchos sociólogos hacen sentados en el sillón de su casa, tratar de mirar todo en perspectiva.

La distancia para llegar al espacio se ha acortado al mínimo. Solo falta sentarse a mirar las estrellas, y esperar a que comiencen a bajar los precios. El negocio parece más grande que la Luna.