10 de enero de 2007

Los 80 por alguien de los 70

para mí nada más alejado del humor sutil e inteligente de lópez que los recochan boys y los chistes flojos que les hacía jimmy a sus invitados

Por: eduardo arias
| Foto: eduardo arias

El especial sobre los años 80 que SoHo publicó en su edición de diciembre estuvo de lujo. Pero, como suele suceder con estos especiales, los que crecieron en esa década tan despreciada (¿culpa de Reagan? ¿de los yuppies? ) a ratos parecen pedir perdón por ser de esos, por no haber sido hippies, como si todos los jóvenes de los 60 hubieran sido ‘Ches‘ Guevara y no una caterva de consumidores de Zapatos pom pom y Boquita de chicle, como si los jóvenes de los 70 hubieran sido todos Johnnies Rotten y no una jauría de pésimos imitadores de Travolta trepados en plataformas imitación cuero con la punta redondeada.

No sé qué pensarán los que crecieron en los 80. Pero a mí, que les llevo 15 años y pico de ventaja y que ya tenía 21 años el 1 de enero de 1980, me parece un tanto innecesaria esa manía de pordebajearse, aunque también me asombra, por ejemplo, el culto que les rinden a personajes como Jimmy Salzedo y a los Recochan Boys. De pronto son el equivalente del Tío Alejandro o del Abuelo Bailarín, debe ser. Porque a mí, y a muchos de mi generación, nos parecía fatal El show de Jimmy. Los Recochan Boys y Farsán, ni se diga. De hecho me llamó poderosamente la atención que Andrés López le dedicara su Pelota de letras a Jimmy y su show. Para mí nada más alejado del humor sutil e inteligente de López que los Recochan Boys y los chistes flojos que les hacía Jimmy a sus invitados.

Pero bueno. Cada generación crea sus propios mitos. Seguramente ese Yo y tú mítico que cargamos en la mente quienes nacimos a finales de los 50 no aguante un segundo análisis. Por suerte para nosotros no quedan casi huellas de Yo y tú ni del Abuelo bailarín, así que para hacer ese juicio histórico tocaría viajar en el tiempo a los estudios de Inravisión de San Diego y el CAN.

De hecho, hablar de los 80 es hablar de muchas cosas a la vez: el coronel Oliver North y Gorbachov, Chernobyl y los Juegos Olímpicos de Los Ángeles, yuppies y activistas de Greenpeace y Amnistía Internacional, de Maradona y de Gentile, de Sergei Bubka y de Ben Jonson.

Los 80, como cualquier década, fueron muy diversos. Como los 60. De hecho, 1982 fue muy diferente de 1989, como lo fue 1963 de 1968. Entonces los que ya éramos adultos en los 80 de pronto no andábamos tan pegados del televisor y nos salvamos de José Miel y de Mazinger, pero pudimos disfrutar de Lazos familiares y Alf, por no hablar de Romeo y Buseta, la gran cumbre de la televisión colombiana en toda su historia. Son programas que hablan muy bien de los 80, y generan una nostalgia enorme en estos tiempos en los que los canales privados dan verdadera grima.

Pero también hay una faceta oscura de los 80 que, a primera vista, poco o nada tiene que ver con SoHo, pero que marcó con fuego a la sociedad colombiana. De hecho, muchas de las tragedias que hoy padecemos comenzaron a gestarse en unos 80 en los que la derecha y los izquierdistas se negaban a señalar las atrocidades de las Farc por miedo a que los tacharan de burgueses o de fachos.

Magnicidios, el Palacio de Justicia, el exterminio de la UP, el comienzo del paramilitarismo, el paso de las guerrillas a la industria del secuestro y el narcotráfico, todo eso ocurría mientras Reebok perfeccionaba el diseño de sus zapatillas con banderita británica y al Tia y al Ley y a La Gran Piñata comenzaban a llegar los primeros cargamentos de pegotes y tinturas para el pelo.

Una sociedad, además, que se dejó permear por el dinero fácil. Familias divinamente a las que les parecía buenísimo venderle la casa a un señor como raro de Cali o de Medellín porque les ofrecían cinco veces su valor real. La época de las pinturas del primitivista Henry Arias, de los aerosoles de Montoya Romanovski y las versiones boterescas de Arcadio González. Arte que se compraba al tiempo que el sofá y los tapetes, que se botaba a la caneca cuando se cambiaba el color de los muebles de la sala.

Aquel narcofútbol ochentero de Garecas y Cabañas y Uribes (Julio César, no Álvaro); ese fútbol traqueto ochentero de títulos comprados por los carteles de Medellín, Pacho y Cali que tanto añora Eduardo Emilio Vilarete en el reportaje de Andrés Salcedo (este sí con c, no con la z del Salzedo de Jimmy); aquel fútbol de jugadores sobornados que traicionaban a sus equipos y a sus hinchas, de árbitros amenazados y asesinados era un verdadero asco.

En síntesis, yo guardo un buen recuerdo de los años 80 a pesar de tanto asesinato y de tanto mafioso que andaba como Pedro por su casa. Y a los ochenteros les repito: ustedes no tienen nada que envidiarles a los que fueron jóvenes en los 60. Los que echaron piedra en mayo de 1968 y los que querían cambiar el mundo eran una minoría minúscula. La gran mayoría estaba feliz con Boquita de chicle y Zapatos pom pom.