14 de noviembre de 2007

Barrios chinos

Hoy, una ciudad sin su propio Chinatown parece condenada a nunca ser cosmopolita.

Por: Juan Pablo Meneses
| Foto: Juan Pablo Meneses


Siempre que puedo voy a algún barrio chino. Ahí me cruzo con gente a la que también le gustan los barrios chinos y descubro, junto a todos ellos, que cada vez hay más personas que los visitan y se toman fotos y juegan ping pong y comen con palitos. La moda ha explotado en los últimos años, al punto de que hoy, una ciudad sin su propio Chinatown parece condenada a nunca ser cosmopolita. Por cierto, a los actuales barrios chinos poco les queda —y en muchos casos nunca tuvieron— de la historia de inmigrantes de Pekín y Kantón, con charlas en cantonés o mandarín. Los de ahora son barrios chinos "boutique", donde el fuerte es la gastronomía asiática y las tiendas de objetos orientales. Barrios transformados en escenografía.

Posiblemente, uno de los más famosos barrios chinos del mundo es el de Nueva York. Una seguidilla de restaurantes, de todos los precios y tamaños, levantado en las fronteras de la antigua —y hoy casi desaparecida— Pequeña Italia. Recuerdo haberle metido cuchillo y tenedor a un pato dulce que colgaba de la vitrina antes de llegar a mi plato, y de la sonrisa del dueño cuando me pasaba una cuenta con precios demasiado neoyorquinos.

Sin embargo, en Latinoamérica también tenemos buenos ejemplos. Uno que suelo visitar es el barrio chino de Buenos Aires, en la zona de Belgrano. Un conjunto de tiendas, supermercados y restaurantes orientales que, en los últimos años se ha quintuplicado en tamaño, en turistas y en ingresos. Un barrio donde hoy se pueden encontrar películas pornos chinas, fideos y sopas chinas, y donde la leyenda dice que por las noches en las calles domina la mafia china de Argentina.

A diferencia de Buenos Aires, en Lima la historia de los inmigrantes chinos tiene cientos de años. Aunque fue apenas hace una década que se les ocurrió transformar el Chinatown limeño en una calle ornamentada con dragones, bengalas orientales y dibujos de todos los animales del horóscopo chino, donde los visitantes llegan en buses de turismo y se toman fotos estirándose los ojos antes de entrar a un chifa.

En el DF mexicano también han levantado su propio Chinatown, y cada año más visitantes se aparecen en la antigua calle de Dolores, en el centro de Ciudad de México, para festejar el Año Nuevo chino o alguna otra festividad para atraer visitantes a la zona del centro, cerca del Zócalo, donde los turistas pueden comer tacos en restaurantes chinos que atienden orientales vestidos con sombrero de charro.

El último barrio chino donde estuve fue el de La Habana. Los cubanos también entendieron, rápidamente, el buen negocio de tener un Chinatown bien armado. Hoy, en el barrio chino de La Habana hay una calle completamente remodelada y adornada con pagodas, dragones y garzones disfrazados de orientales. Alguna vez Cuba tuvo una de las más fuertes colonias chinas, y hasta hoy existe un pequeño diario de la comunidad, pero esta remodelación repentina de los restaurantes más tiene que ver con un negocio que con un reconocimiento cultural: es más, lo que más se vende en el barrio chino de La Habana son las pizzas.

Del otro lado, como un grupo de niños que miran tras el vidrio mientras sus amigos juegan, están las capitales latinoamericanas que no tienen barrio chino: Bogotá, Caracas, Quito, Santiago de Chile, La Paz.En todas ellas hay, y muchos, restaurantes de comida china. Pero ninguna ha logrado desarrollar ese Chinatown que les suba a la categoría de ciudades cosmopolitas. Tal vez llegó el momento de hacerlo. El momento de dejar de lado los caudillismos personales y regionales, la mezquindad de las ambiciones personales, para formar entre todos el Mercado Común de Países Latinoamericanos Sin Barrio Chino. Una agrupación que facilite tratados de cooperación bilaterales, arme estrategias de desarrollo conjunto, se defienda de las amenazas externas y busque ayuda económica directa desde Pekín. Seguro que así, al poco tiempo, desde China llegaría una fuerte inyección de yuanes para que —de una vez por todas— cada una de estas capitales arme su propio barrio donde todo se lea en letras chinas y haya pagodas y dragones, dándoles una nueva y global cara a nuestras ciudades. Una forma simple y efectiva, para que todos los que nos visiten se sientan verdaderamente en China.