10 de noviembre de 2003

Cómo duele el amor

Estábamos en la cama, y como teníamos unos tragos encima nos empezamos a desnudar como con rabia. Esa noche no hicimos el amor... tiramos

Por: Patricia Castañeda

Cómo duele el amor cuando el amor se acaba. Yo acabo de empezar una relación y estoy felizmente 'enfatuada', que no es una palabra que exista en español, pero que describe perfecto mi emoción. Mientras yo arranco, mi amiga Magdalena pasa la página. Y qué dolor por el que está pasando esta mujer, no por él, sino por ella, porque cómo duele el amor cuando se acaba.
Uno como mujer quiere cada detalle de la terminada: el porqué, el cómo, el cuándo y el ahora qué. Durante estos meses su ego le impidió encontrar la respuesta en la directamente afectada, y la buscaba en Ana y en mí. Lo que sí hacía era salir y entrar de la casa para ver si se lo encontraba. Somos todos vecinos de barrio y aunque durante un año Magdalena supo todo su horario -dónde comía, a qué horas se levantaba, en qué momento salía a comprar el periódico-, ahora que ella salía para lograr 'un encuentro casual', él había cambiado su rutina de p.m. y de madrugada.
No se sabe si él se fue o lo dejó ella, porque cada vez que hablamos del tema se cambia el contexto: un día fue ella, otro día fue él. No sé qué pasó, pero unos meses después de que la relación se acabara se lo encontró por primera vez sentado en un sofá justo enfrente de ella. Era la hora del café y de que el vecino la mirara. Entiéndase por vecino aquel con el que compartió un año de vida, o sea el ex. Después de preparado el café, con la taza en la mano caminaba hacia la ventana a mirar el cielo y de reojo buscaba si el vecino estaba. No encontraba su cara pero se imaginaba que ahí estaba su mirada penetrando sus muslos y un pequeño corrientazo la hacía distanciarse de la ventana y abandonar la sala.
Esta rutina me la pateé todos los días, pero llegó un momento en que me asusté. Pensé que Magdalena estaba entrando en el mundo de la esquizofrenia, pensando que un ser imaginario la excitaba desde una ventana. "Me voy a traer unos croissants del Andante", le dije porque, hasta donde yo sé, a ella le fascina todo lo que tenga que ver con pan, pero creo que no me oyó o me ignoró. Yo que entraba al café y Javier, su ex, que salía sin verme. Sin croissants ni nada, salí corriendo a la casa a avisarle a Magdalena. "Me acabo de encontrar con Javier, estaba saliendo del Andante". Ahí sí que me oyó y corrió como loca por toda la casa buscando una sudadera. Estaba muy acelerada, se puso mis tenis y salió volada. Yo me asomé a ver el encuentro y apenas ella cerró la puerta se calmó en apariencia y empezó a caminar muy casual para ver si se lo encontraba. La vi subir y bajar por la calle, entró a la tienda, salió, entró a otra tienda, al restaurante, hasta que al fin volvió a la casa con una cara de decepción tremenda y mil bolsas con leche, panes, más leche, más panes y dos periódicos. Y no lo vio hasta ese día en que sin buscarlo se lo encontró sentado frente a ella en la sala de la casa de una niña de la que no sé el nombre. Es de esas fiestas que se oyen por ahí pero no se sabe de quién es la casa. Los vi hablar por horas. Me trajeron a la casa. Yo me bajé del carro rapidísimo para no intervenir en su despedida, pero la despedida fue en la cama.
Al otro día a las 7 a.m., cuando salía a trabajar, me encontré con Magdalena en la sala, ya no en la pijama de seda, sino en una camiseta y una sudadera de rayas. Lloraba y lloraba y lloraba. Ella sí lloraba como una Magdalena. "Nos dimos muchos besos", me decía, aunque no se le entendía casi nada porque el llanto le daba hipo. "Estábamos en la cama, y como teníamos unos tragos encima nos empezamos a desnudar como con rabia. Y nos besábamos pero no era capaz de abrir los ojos y mirar su cara. Me daba miedo mirar porque sabía que me iba a desilusionar. Apreté los ojos y empecé a bajar mis manos por su espalda, pero su piel era distinta, no estaba tan suave y, por más que lo tocaba y lo tocaba sabiendo que era Javier, su piel era desconocida y ya no me olía a nada". Me dijo que no hicieron el amor, que tiraron. Y que no paró porque tenía que cerrar el capítulo de ese gran amor. "¿Y por qué lloras si ya lograste sacarlo de la cabeza y del cuerpo?", le pregunté un poco aterrada. "Porque me duele más saber que ya se me acabó el amor y la ilusión. Y cuando matan la ilusión, matan el alma".