9 de marzo de 2005

Fabulitas, recreadores y management

Por: Antonio García Ángel

Una vez, hace tiempo, un man que considero o consideraba inteligente porque era chistoso, me dijo que ¿Quién se ha llevado mi queso? le había cambiado la vida. El tipo parecía haber descubierto algo muy importante, una intuición vital en sus páginas. Luego otras personas me dijeron lo mismo y otras, por fortuna, se rieron de ellas.
En algún momento me interesó saber por qué este libro había despertado, además de pasiones, los más enconados ataques e ironías de algunos opinadores locales y extranjeros. Años después, por culpa de esta naturaleza obsesiva mía y esta voluntad de enredar mi atención en pequeñeces, terminé explorando a fondo la cosa.
¿Quién se ha llevado mi queso? es el fundador de la saga, el original. Si existen matices, es peor que todos los libros que siguieron. Contiene la historia de un grupo de amigos tan artificiales como el Ken y la Barbie, que encuentran su destino gracias a una fábula de dos ratoncitos que buscan queso, con una moraleja para retrasados mentales. Se trata, además, de una metáfora macabra: hombres=ratas. Ratas en laberintos como las ratas de laboratorio. Ratas a merced de cualquier flautista de Hammelin. Seguramente el autor, un tal Spencer Johnson M.D. (¿qué significa M.D.?) estará trabajando ahora en su nuevo tractatus fabulístico, pues en ventas le fue muy bien. Se voceaba a los gritos en ediciones pirata, junto al libro de alias ‘El Osito‘, lo cual daba como resultado la siguiente frase pintoresca: "¿Quiééén se ha llevado mi quesooo?, Mi hermano Pabloooo." Pero la estupidez no es patrimonio exclusivo de los compradores vaciados: también se vendió como arroz en los centros comerciales.
Existen dos libros posteriores. El primero es una especie de refutación en clave, un toque izquierdosqui: ¿Por qué el queso atrae a los ratones?, de dos españoles, Manuel Güell Barceló y Josep Muñoz Rendón. En este al menos meten un par de descripciones. La moraleja es igual de tonta, aunque ligeramente mejor argumentada.
El otro es, o quiere ser, la versión punkera: ¿Huele a queso o has sido tú? Tiene el siguiente subtítulo: "Una manera infalible de sobrevivir al cambio cargándole el muerto a otro". Su autor se llama Mason Brown, J.D. (¿qué quiere decir J.D.?) Es divertido y tonto como un disc jockey juvenil.
Otro que anda por ahí se llama Yo me he llevado tu queso, de Darrel Briston-Bovey. No es de ratones en laberintos, pero es paródico. Y prescindible, como todos los anteriores.
¿Habrá un cuarto libro con quesos y ratones? Por lo pronto, ya aparecieron otros con pavos reales, pingüinos, búhos, vacas... Todos a la estela zoológica de ¿Quién se ha llevado mi queso? Esopo debe de estar revolcándose en su tumba.
Son libros muy extraños porque en vez de servir para hacer mejores personas, sirven para hacer mejores trabajadores. Cómo ser más eficiente, no cómo ser feliz. Parecen libros para niños: tienen títulos infantiles, dibujos, letra grandota y menos de cien páginas, pero en los subtítulos siempre aparece alguna palabreja como management o administración o mundo empresarial. Son libros recomendados por funcionarios de grandes compañías, no por sicólogos. Ni siquiera por Paulo Coelho.
La autosuperación infantilista para administradores de empresas es quizá uno de los inventos más idiotas que haya fabricado la humanidad. Es tan grotesco como ‘El flaco‘ Agudelo vestido de marinerito. Pero todo se completa cuando aparecen estos tipos que trabajan en "educación experiencial", unos vejetes embluyinados que quieren enseñarle a la gente a trabajar en equipo jugando a la lleva, policías y ladrones, golosa y el escondite. Y todo el mundo un poco atontado, preguntándose "¿qué mierdas tiene que ver mi trabajo con ponerle la cola al burro o jugar a la gallina ciega?". Al otro día, por supuesto, todos pretenden olvidar un poco el ridículo que hicieron en el Supercamping Las Palmeras y vuelven a sus roles de jefe inmamable, secretaria neurótica, mensajero perezoso, etcétera.
Leer libros de estos debe atrofiar algo en la cabeza. De hecho, creo que esta columna proviene de una parte atrofiada de mi cerebro. Si alguien quiere leer algo con animales que valga la pena, que se lea La Rebelión en la granja de Orwel o La Metamorfosis de Kafka. Y, por favor, señor empresario, en nombre de todos los empleados adultos y maduros que en algún momento pusieron a jugar Twister o que hicieron gatear disfrazados de conejitos: no más educación experiencial, no más seminarios-paseo de autosuperación recreativa.