6 de enero de 2010

Humor

La jartera de ir a fútbol en Colombia

Ir al estadio es todo un plan para los hombres, pero le han nacido tantas arandelas a lo que antes era placentero, que el fútbol pasó a un segundo plano. ¿Cuáles son estas razones?

Por: Andrés Restrepo
| Foto: Matador

No descubro nada si digo que ir a fútbol es, de lejos, el mejor plan que le pueden proponer a alguien razonable en este país: no hay que vestirse elegante, ni intentar estar a la moda (lo que es peor), no hay que llevar regalo, y la señora no se demora tres horas y cuarto organizándose. Pero a este placer simple, básico, puro, han empezado a colgarle arandelas cada vez más alejadas de un partido de fútbol y sinceramente creo que los aficionados tenemos que parar esto antes de que sea demasiado tarde. (La pereza de tener hijos)

Yo no sé a quién se le ocurrió que un partido de fútbol debe verse antecedido por una ceremonia más propia de un grado de colegio que de un evento deportivo. Uno esperaría que, como en el resto del mundo, pasaran solo dos cosas: que entren los equipos al campo y que empiece el partido. Pero acá pasan dieciséis: entran los equipos, se toman la foto, cada futbolista devuelve los niños que traía cargados, le dan declaraciones a Andreíta Guerrero, los jugadores que alguna vez militaron en el equipo contrario van a saludar con abrazo y lágrima a su ex técnico y ex compañeros, se ponen en fila para cantar el himno nacional (pero no contentos con la gloria inmarcesible y el júbilo inmortal, suena también el himno de la ciudad, del departamento, de la vereda…), viene el sorteo del saque y cuando parece que ya vamos a empezar… cambio de lado del campo. Para finalizar, después de media hora de evento social: minuto de silencio. Ahí uno se da cuenta de la cantidad de gente relacionada con el fútbol que se muere cada semana para que le alcance de a minuto de silencio en cada jornada.

Confieso que he tenido pesadillas imaginando a algún edil proponiendo que se entone también el himno de la localidad antes del inicio de cualquier picado: "Oh valiente y señorial Galerías, cuna de paz, chunchullo y libertad, tu fritanga perfuma el ambiente, de trancones, pasión y heredad".

No sé qué quiere decir ‘heredad‘ pero todo himno local la menciona. Igual nunca he sabido qué es ‘inmarcesible‘ y llevo repitiéndolo 34 años. Me parece que los himnos están bien en partidos de selecciones nacionales e izadas de bandera de colegio, pero aquí solo dan espacio para que los jugadores argentinos masquen chicle, los colombianos le hagan muecas a la cámara y los aficionados le griten "venezolano" al que no se quite la cachucha. (Lo que no soporto de ustedes los hombres)

Si uno finalmente llega al inicio del partido sin morir de aburrimiento, superando incluso el acto solemne del saque de honor de la reina de la papayuela en medio de los aplausos y las miradas lascivas de los capitanes de los equipos y el árbitro, puede sentirse afortunado, pero aún lejos de la victoria. Falta superar el gravísimo problema de salud pública que aqueja a los jugadores de los equipos visitantes en Colombia cuando van sacando un buen resultado: hay que ver los desmayos, parálisis y engarrotamientos que los atacan a lo largo del partido pero, sobre todo, hay que dar gracias a Dios por la forma milagrosa e instantánea con que se recuperan tan pronto salen del campo.

El problema es que para hacer frente a la pérdida de tiempo que implica este tipo de actos (y que los árbitros prácticamente aplauden) nos dio por inventarnos lo más inútil que a alguien se le pudo ocurrir para recorrer míseros 25 metros y recoger un lesionado: el carrito. Porque tan pronto el arbitro hace gesto de camilla, toda la tribuna mira el carrito y el carrito no prende, al que va manejando se le cae el casco, cuando llegan donde el jugador, éste ya se recuperó y entonces les toca hacer una U que toma cinco minutos y en la maniobra se cae la camilla. Diez minutos y muchos madrazos después, se reinicia el juego solo para que el arquero visitante sufra un nuevo ataque al corazón (en serio, me preocupa la salud de ese muchacho) y empecemos de nuevo.

Debo decir, en favor de los jugadores, que ellos no son los únicos que están convirtiendo la ida al estadio en un espectáculo del absurdo. ¿Qué me dicen de los Robocops de la Policía que corren diligentes a proteger con sus escudos al cobrador del tiro de esquina, justamente cuando la tribuna esta vacía? ¿O de la presencia, sin falta, de al menos seis miembros de la Defensa Civil, vestidos de naranja hasta los pies y al pie de la raya de cal, sin función alguna que apoyar moralmente al Envigado? (Lo que no soporto de Calle 13)

También tenemos que recuperar las transmisiones de radio, compañía inseparable del verdadero hincha. En Bogotá, al menos, era una delicia oír desde dos horas antes del partido, camino al estadio, a Hernán Peláez contando la historia de los equipos, los jugadores, los técnicos y a la espera de la narración del ‘Emperador‘ Marco Antonio Bustos. La cosa degeneró de tal forma que hoy se tomó el dial César Augusto Londoño, hablando de golf la mitad del partido, echando chistes de doble sentido, acompañado de ruidos pregrabados y risas estridentes de sus compañeros de transmisión.

Un último punto: las barras bravas criollas. Que te vengo a alentar, que vos sos mi vida, que nosotros sí tenemos aguante… ¿No nos vivimos echando el cuento del ingenio colombiano, de nuestro humor, de la agilidad para el apunte rápido para que después de diez años sigamos copiando impunemente lo que buenamente hagan en Argentina? Imposible que no se nos ocurra nada: una barra con la música de Pescador, Lucero y Río, recibir al equipo al grito de "¡esa es!, ¡esa es!" como a las reinas de belleza o intimidar al equipo visitante poniendo en el audio del estadio la narración de la Patasola o la Llorona en la voz del difunto Juan Harvey Caicedo.

No sé, hay que pensar en algo rápido, porque si nos descuidamos lo siguiente será que veamos los goles de la fecha en Estilo RCN y la reseña del partido peleándose un espacio en las Sociales de Semana: y eso sí es demasiado deprimente. (Lo que no soporto del cine arte)

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