30 de enero de 2014

Columna

La otra mejilla

La paz empieza por casa. Por casa de Nariño. No peleemos más. Desarmémonos. No sigamos el ejemplo de expresidentes, contralores y fiscales.

Por: Javier Uribe (@ElNegroUribe)
| Foto: Ilustración Luis Carlos Cifuentes

El día de las velitas la policía atendió 4392 riñas en el país. ¡No más! Leamos más a mi mentor, Papá Jaime. Detengámonos. Respiremos profundo. Conectémonos con la naturaleza. Abracémonos a un árbol. Tomemos ocho vasos de agua al día, y té verde, y suspendamos las harinas… ah, no, perdón, eso es para adelgazar. Clamo —decía— por que dejemos de una buena vez de ser salvajes y belicosos, como nos describieron en el Diario de Colón. Juguémonosla por la paz. ¿Quién es ese líder que puede liderarnos a la paz? Me pregunté. La respuesta está en las lecciones aprendidas. Me contesté. ¿No nos guio al Mundial un extranjero? ¿No estará mejor en manos de un foráneo nuestra suerte como país? Comencé a promover el nombre de un extranjero. Cada día conseguía más adeptos. No es que tache al país de arribista. Faltaba más. Pero el país no les apuesta a los suyos. Da cólera de ver diluirse a nuestros líderes nacionales. Miremos a Gregorio Pernía, para no ir muy allá. Duró más el viaje del Challenger que su carrera política. ¿Por qué? Cambio Radical no le dio la talla. La talla XS para que la ropa le moldeara su figura. La misma suerte seguirá Alerta (el Cuentahuesos), candidato del partido que llevó a la corporación a Alfonso Lizarazo, la Gorda Fabiola y Hugo Patiño, el partido político Sábados Felices. El salón elíptico se perderá de un debate legislativo narrado por el Paché Andrade, locutor de Los dueños del balón, que aspira a una curul. Así que, si el país les da la espalda a sus mejores hombres, pues que sea un extranjero quien nos lleve a la paz. Y lo encontré. Y tomó fuerza. No es Mandela, a quien todos, con su muerte, confianzudos, ya no le decían Mandela sino Madiba. No era él. Era otro.

Desde que Bolívar empezó a hablarle a Chávez y un pajarito a Maduro, montones de venezolanos han llegado a nuestro país. Bienvenidos. A uno de ellos, el propio presidente Santos le entregó la ciudadanía, Ricardo Montaner. Así, el país se hizo a un valioso colombiano, que viaja con la visa argentina, tiene acento venezolano, gasta en Estados Unidos y se lucra en Colombia. Todo era felicidad con él. Llegó como un papa. Invocaba a Dios, depositaba su mano en la cabeza de sus pupilos, protegía a los más débiles, invocaba a Jesús. Un hombre de paz, pensé al ver aquella icónica figura. Bajito como Napoleón, peinado como Tony Blair, buenavida como Sarkozy, egocéntrico como Sergio Fajardo, lo tenía todo. Pero lo impensable ocurrió. Y la naturaleza humana proclive a traicionar el espíritu más cultivado, emergió. Montaner se encendió con nuestra Fanny Lu. Cali, Colombia, contra Miami, Colombia. Que peleen entre expresidentes no importa. Pero Montaner, el hombre de la paz, mi candidato, no. Mi esperanza…

—Afínense los oídos, Colombia —bramó con resentimiento por la eliminación de una de sus protegidas mientras por dentro pensaba—. Qué molleja, pana. —Fanny Lu, con esas piernas que parecen la autopista al mar, saltó como una gata: —Respete la elección de Colombia—. En vilo esperé a que alguien vitoreara en pie de lucha: —¡Porque la voz del pueblo es la voz de Dios! Pero nadie se animó.

—Estás jugando sucio, Fanny —dijo el hombre autodenominado vehículo de Dios y agregó mentalmente “échale pichón”—. Eso es feo, muy feo… Tranquila, que Dios se encargará —sentenció Montaner, ese dechado de virtudes religiosas.

—No juego sucio —dijo la de piernas como la estela de un buque mercante.

—No respetas nada —reviró aquel paladín del amor, el conciliador espiritual, con mejor salario que el expresidente de SaludCoop instigando a la pendencia.

Salida de sus casillas, Fanny Lu, sobre sus dos torres de Babel, acudió a una frase más femenina que masculina, pero lapidaria:

—¡Me importa cinco lo que usted piense! —dijo enardecida.

Mi esperanza se derrumbó. Pensé que Montaner era el hombre. Pero no. Resultó rencoroso, peleonero, de los que no ponen la otra mejilla, sino que se la maquilla. No queda más que votar por el Paché Andrade.

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