Historias
de hombres casados
MARCELO BIRMAJER
Alfaguara
333 páginas
Birmajer. Hasta ahora, tristemente, un apellido desconocido en Colombia. Birmajer.
Grábeselo. No lo dude. Casi una veintena de relatos vienen a confirmarnos lo que
en Argentina (su país de origen) descubrieron hace seis años, cuando publicó su
primera novela El alma al diablo: que estamos frente a una de las más gratas revelaciones
de la literatura austral. Cuentos cortos, rápidos, vertiginosos, cotidianos al
mejor estilo de Carver, integran este volumen en donde Marcelo Birmajer da buena
cuenta de una actitud siempre válida en cualquier historia de amor: el cinismo.
Infidelidades, cuernos, muertes, apariciones románticas en moteles y extraños
amores recuperados del pasado son apenas algunas de las claves para disfrutar
de su lectura. Recomendado.
Experimentos
con la verdad
PAUL AUSTER
Anagrama
219 páginas
Contrario a los libros que usualmente se encuentran de Paul Auster en el mercado,
Experimentos con la verdad no es una novela. Lejos está de la trilogía de Nueva
York que tantos fanáticos arrastró en los últimos años. Tampoco pertenece al género
de la poesía que, escarbando, se puede encontrar de este escritor norteamericano
en algún estante olvidado. Experimentos nos revela —en tres partes— la manera
cómo Auster ha vivido y sentido la literatura desde su infancia. Y lo hace de
la mejor forma posible: mediante relatos íntimos (casi un diario) de su vida,
ensayos literarios y entrevistas a algunos personajes. Pero, cuidado: no es un
libro para todos. Primero, hay que encariñarse con Auster (hay que comenzar por
La música del azar o Fantasmas) antes de meterle la mano a sus Experimentos.
Dios,
patria y Coca-Cola
MARK PENDERGRAST
Vergara Editores
684 páginas
¡No se asuste! Las casi 700 páginas que conforman este libro sobre la bebida más
tomada en el mundo no requieren de una lectura constante. Ni siquiera, obligada,
aunque de usted depende perderse algunos secretos. Basta con ojear, curiosear,
buscar algunos datos extraños o relatos anecdóticos escondidos detrás de una de
las marcas más conocidas en los cinco continentes pra disfrutar el acto de leer.
En este libro —que bien podría ser la Biblia de las colas—, Mark Pendergrast (que
curioamente nació en el hogar de esta bebida: Atlanta, Georgia) se introduce en
su historia para contarnos las diferentes etapas de su crecimiento. Recomendación:
no olvide tratar de entender cuál fue esa fórmula secreta de Coca–Cola que le
fue revelada a Pendergrast al final de su investigación. Y ¡enjoy!.
¡MALDITO
PLÁSTICO!
Por Vicente Muerto
Todo fue por culpa del maldito plástico. Me llama Catalina y me dice que quiere
ir a tomarse un café en el Parque de la 93. “Si quieres primero pasamos por la
nueva Caja de herramientas, ¿te parece?”. Estoy recostado en la cama viendo un
partido de la Liga inglesa, y le respondo: “bueno”. Antes de salir del apartamento
le echo un rápido vistazo al mueble donde tengo los libros y veo las solapas de
Anagrama y Tusquets, mis favoritas, y mi última adquisición: una primera edición
de una editorial argentina de Trópico de Cáncer, de Henry Miller, con prefacio
de Anaïs Nin. Pienso que quisiera tomar café con Catalina y, de paso, ir en busca
de un extraño ejemplar del rey del erotismo, George Bataille, que vi hace poco
en esa librería.
Llego puntual a la cita. Catalina me dice: “¡llevo veinte minutos esperándote!”.
Levanto los hombros y guardo silencio. No tengo reloj. Para qué. Antes de aceptar
la invitación al café, le digo que entremos a La caja de herramientas. Me parece
una buena idea entrar con una mujer a una librería y verla por ahí, entreteniéndose
con lecturas tipo Esquivel, tipo Allende. Cuestión de género.
Doy algunas vueltas por las mesas donde se exhiben los libros, revisando novedades,
desechando estudios críticos, hojeando antologías. ¡Bah!, nada. Por fin, encuentro
uno pero, ¡sorpresa!, está forrado en un empaque de plástico. Leo la contracubierta
y me hierve la sangre. Quiero mirar, quiero leer, quiero saber cómo está escrito,
quiero detenerme en algún diálogo, quiero entretenerme en el papel. Rasgo un borde
del plástico y clavo mi mirada, en una maroma oblicua, dentro del libro. Imposible.
Las manos sudan, Catalina está en la otra esquina, sonríe, ha descubierto uno
sin plástico, delicioso. Intento una acción más arriesgada y rompo más el maldito
forro. Al infierno las secuelas del siglo del plástico. Ya no sudo, sino tengo
ganas de incendiarlo todo. Alejandría: Bienvenido el fuego. Un librero me mira,
acusándome. Doy media vuelta y desvirgo, por fin, el libro. El librero me sigue
mirando amenazadoramente, como si me preguntara, “¿qué está haciendo?” Pues, ¿qué
voy a hacer? “LEYENDO EL LIBRO QUE USTEDES ENVUELVEN EN ESTA VAINA!”.
La adrenalina está al máximo. El tipo me sigue mirando y no tengo otro remedio:
comprarlo. Catalina sonríe. A la hora de pagar me quejo con rabia y la mujer de
la caja me da una explicación terrible: “Cada vez que rompen el plástico la editorial
nos cobra el libro como si lo hubiéramos vendido”. Desfallezco. Saco mi tarjeta
débito. Treinta mil pesos. Salimos, y Catalina me pregunta si me encuentro bien.
No sé. Sólo necesito un poco de aire, respirar profundo, creer que todo ha sido
una pesadilla. “Y entonces, ¿quieres café?” “No sé”, le respondo. Me siento como
si estuviera forrado en una maldita bolsa de plástico.
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