12 de agosto de 2003

Rutas colombianas/Columna

Por: Eduardo Arias

A las 4:30 de la madrugada la flota se detiene de pronto. ¿Será que el conductor paró a tomarse un tinto? Pasan muy lentos los minutos, es el sopor de cuarenta pasajeros dormidos que recalientan el interior del bus con las ruanas y las cobijas que exigía el paso por el páramo de Arcabuco. Media hora después, la explicación: "Eso está muy arrecho pasar por ahí". Un derrumbe, un trancón que puede durar ni idea cuántas horas. Afuera, bajo las estrellas, se siente el frío del amanecer, el olor de algún trapiche cercano y la luz del amanecer que ilumina con colores irreales la cima de un cerro largo. Abajo, la neblina sube por el cañón de una quebrada y poco a poco se definen los contornos de la topografía. El silencio de cien buses y camiones detenidos, el canto de las aves.
Una de las quejas más frecuentes de la gente contra los noticieros de televisión: "Solo sacan muertos y tetas". Una posible explicación está en la misma toponimia de Colombia. Si uno encuentra un campesino y le pregunta por el nombre de esto o aquello, muy probablemente contestará: "Ese es el cerro de la Teta". "Aquella es la quebrada del Muerto". "Esas dos allá al fondo son las colinas de las dos Tetas". "Esa es la Cuchilla de los Muertos". "Aquel es el Cañón de los Muertos". Una topografía que evoca las tetas, que reseña los lugares donde alguna vez hubo un muerto.
Sonidos dispersos de grillos y campanas, el atardecer. Al frente, la Serranía de los Cobardes. Sus colores oscuros, bosques encañonados, nubes que cubren sus cimas de más de 3.000 metros de altitud. Hacia el sur, el cañón del río Fonce se une con el del río Suárez y al fondo un resquicio azulado de pequeñas colinas que se confunden con los colores del cielo y la calima que indican que allá, bien atrás, está el valle del Magdalena.
En los pueblos y las veredas cada vez es más difícil oír música propia de las regiones, a menos, claro está, que uno se encuentre en la provincia de la Sierra Nevada de Santa Marta, sede oficial del vallenato, aunque ni siquiera. en la Troncal del Caribe son más frecuentes los corridos y las rancheras, que no son otra cosa que vallenatos románticos sin acordeón ni sintetizador. Las emisoras de radio programan un repertorio uniforme para todo el país y las voces locales casi que se han vuelto exclusividad de investigadores, académicos, sellos independientes, fundaciones especializadas.
No sólo se pierde la diversidad cultural del país. Lo que es más grave es el tipo de música que se ha tomado por asalto a Colombia. Es una música que invita al machismo y a la venganza pero también al fatalismo, a la resignación, a aceptar como tal las tragedias de la vida. Es la música de la sumisión.
Del borde más alto de Barichara, a espaldas de la catedral, sale el camino real a Guane. Es un camino de piedra que baja por una ladera muy pronunciada. En pocos metros de recorrido se logra un desnivel de unos 200 metros sobre el nivel del mar y a partir de ese momento se camina por terreno casi que plano.
Es un camino ancho, tal vez muy verde en esta época del año por las lluvias, pues se ve que este es un territorio seco, donde predominan los arbustos achaparrados, los cactus, la tierra roja.
Y si Barichara todavía parece de mentira a pesar de que está tan de moda, Guane es el tesoro mejor escondido de Colombia. Un poco más de diez manzanas de casas blancas y una vista aún más sobrecogedora al cañón del río Suárez, la Serranía de los Cobardes aún más cercana.
Uno de los grandes misterios de la historia de Colombia es por qué razón la gente votaba por Turbay. Cuando uno entra a una iglesia en cualquier parte del país, lo más probable es que le toque un cura que ofrezca la misa con voz gangosa. Y ni hablar cuando les da por cantar "eres mi pastor, oh, señor".
El regreso. El mismo paisaje pero ahora se ve completamente distinto. Son otros colores, otras formas. ¿Cómo explicarlo? Es la fuerza de las montañas de Santander.