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3 de septiembre de 2002

Así es la vida

Desde la adolescencia hasta la vejez, desde el primer piso hasta el sexto. SoHo invitó a seis firmas para que describieran su respectiva edad. Váyase preparando...

10-20 Daniel Salazar
Es solo hasta después de cumplir los diez años que realmente se comienza a vivir. Cuando la realidad deja de desvanecerse en el conteo difuso de los días y la adultez que amenaza la tranquilidad de nuestras vidas se hace cada vez más insoportable. Es en ese tiempo cuando uno se vuelve adolescente. Cuando los padres, ese par de superhéroes que poco a poco van acumulando señas de estar haciéndose viejos, comienzan a revelar sus primeras flaquezas; y el desencanto de saber que son tan humanos como nosotros, termina de demostrarnos que ha llegado nuestro tiempo. Desde lo más profundo del alma surge una tremenda ansiedad por construir una vida propia. Las ganas de irse lejos se van elevando tras la ventana del aula de clases; y en el interior de ella solo queda lo necesario para conjugar, entre desaciertos, el verdadero significado de la palabra amigo. Son ellos, los amigos, los únicos testigos de todos nuestros pecados. Del alcohol y la nicotina; de la masturbación y las demás cosas que mamá no entendería. Durante el vaivén de los juegos y las niñas se abren los sentidos al mundo. La vida se convierte en un constante esfuerzo por acumular experiencias; y los días van pasando uno tras otro entre los excesos del hedonismo. Se sospecha, por primera vez, que la sensación de recostarse al sol puede relacionarse con algo parecido a la felicidad. El tiempo no es más que una cosa que solo sirve para ser desperdiciada y el estudio es ese monstruo que amenaza con cortarnos las alas. Se sabe que aún se es joven. Pero se vive a un ritmo tan obsesivo que pareciera que la vida entera no nos alcanzara. Porque después de los diez años ?y antes de los veinte? el universo entero cambia de respiración. Los días se hacen más largos y las noches son esquizofrénicas. Las penas se acumulan. Se pierde por completo la inocencia y se duerme por primera vez sobre el pecho desnudo de una mujer. Todos los problemas son existenciales; todas las mujeres, para coleccionar. Las peleas y las grandes borracheras son las mejores anécdotas. Los pecados se hacen placenteros y la culpa, llevadera. El mundo es cada vez más detestable, mientras el cuerpo de una mujer se vuelve necesario. Es luego de comenzar a vivir que el presente se hace importante. Que pensar demasiado puede resultar peligroso. Que la fascinación por estar vivo se contrapone a nuestras esporádicas ganas de suicidarnos, y la incertidumbre por nuestro destino va acompañada por el nerviosismo de nuestros sueños. La adolescencia se escapa entre los continuos intentos de irse de la casa; hasta que un día perdemos el camino de regreso. Pero ese es el precio que hay que pagar por tener la tranquilidad de sentir que en la juventud quedaron marcados los mejores momentos de nuestra vida. Solo así tendremos las fuerzas necesarias para soportar la quimera de un futuro incierto que, según nos cuentan, comenzará a agobiarnos a partir de los veinte.

FICHA Técnica
Visión: 20/20
Grasa: Puro músculo, cero grasa
tiempo de Recuperación
de una fractura: 4-6 semanas
Vasos de agua al día: 5
Vasos de leche al día: 2
Ojo con comer: Comida chatarra
Riesgo de infarto: Escaso
Pelo: Envidiable
Horas de sueño: 8
Erecciones por faena: 4

21-30 Antonio Ungar
Tener veinte años es una de las actividades más duras a las que puede ser sometido un ser humano. En efecto, el individuo que oscila (sin saber por qué precisamente él) en la barrera entre los veinte y los treinta años, suele estar convencido de que aún es capaz de tragarse el mundo cada vez que ve a más de cinco personas juntas y huele alcohol en el aire. Error. Pensar así es caer en un grave riesgo de peligrosas enfermedades cardiovasculares y depresiones post facto. Existen, todo hay que decirlo, contados casos en los que después de los diecinueve el espécimen sigue superando la exigente prueba de la rumba, pero estoy seguro de que sucumbe sin falta ante la prueba de la asfixia: jugarse un partidito de fútbol con adolescentes en el parque más cercano. Si está en la edad de riesgo, no lo intente, y diga lo que diga la prensa, usted créame a mí: la existencia de jugadores de fútbol de más de veinte años es un mito. Usted dirá que en cuestiones de trabajo y de dinero estar en el segundo piso es una ventaja. Veamos. Promediando los veinte, habrá usted desempeñado diversos oficios pero seguirá sin estar del todo seguro acerca de su verdadera vocación. Si se dispone a aclararla, aconsejo claudicar de antemano: será irremediablemente saboteado por el adolescente que vive dentro de su cuerpo, que renacerá de sus cenizas para acusarlo de solemne y acartonado. Si por el contrario sucumbe a la presión del adolescente y se afirma en una vocación que no da dinero (contemplar el techo rascándose el ombligo, jugar parqués, escribir literatura) sufrirá a cambio la asfixiante marcación de mamás responsables y novias con tendencia a mirar el futuro entre suspiros. Pasemos entonces a un tema menos espinoso: las mujeres. En temas de faldas, el espécimen de veinte años es igual de inmaduro que el adolescente pero presenta además una preocupante predisposición hacia las adolescentes y las treintañeras. Craso error. Las adolescentes solo están buscando a individuos del sexo opuesto respaldados por la fogosidad de la verdadera juventud o a treintañeros dignificados por la experiencia: a usted simplemente no lo verán. Quedan entonces las mayores de treinta: interesantes, eso no se lo voy a negar, pero cualquier síntoma de enamoramiento que pudiera presentarse en la cara de la susodicha, tardará solamente un par de semanas en desaparecer, el tiempo que tardará usted en pelar el cobre y demostrar que no tiene quince. Quedan entonces las que también están en la franja de los veinte, dirán los más avispados. Pues sí, eso es cierto, pero no hay que olvidar que las veinteañeras estarán como usted bastante alteradas y desmejoradas por andar padeciendo los veinte años. Considero necesario incluir aquí un corto apartado especial para un tema que me es especialmente grato: la neurosis. Está prohibida a los veinte. A los quince la justifica la sociedad, afirmando que el individuo sufre los terribles cambios propios de la pubescencia; a los treinta, la misma sociedad dice que el personaje tiene motivos para estar preocupado, pues ya tiene obligaciones serias y puede que el presupuesto no esté todavía del todo ajustado. Pero sea usted como yo, un neurótico de veintitantos años, y sólo encontrará a su paso risitas de sorna o cruel indiferencia. Qué es entonces lo que hace que entre tanto suplicio el individuo entre los veinte y los treinta siga con ganas de estar vivo, se preguntará entonces algún quisquilloso lector. La verdad es que este servidor de ustedes no encuentra muchos argumentos. Habría que preguntarle a un optimista irredento, que tal vez afirmaría sin vergüenza que teniendo veintitantos la cabeza empieza a funcionar bastante bien, el cuerpo todavía no se ha desgastado del todo y siempre se puede uno camuflar de treintañero o de adolescente si busca los favores de alguna señorita.

FICHA Técnica

Visión: 20/20 Grasa: Más músculos que grasa
Tiempo de Recuperación de una fractura: 6 semanas
Vasos de agua al día: 6
Vasos de leche al día: 2
Ojo con comer: Comida chatarra
Riesgo de infarto: 1%
Pelo: Aceptable
Horas de sueño: 7
Erecciones por faena: 3

31-40 Sergio Álvarez
Meacerqué al tercer piso como casi todos los mortales: angustiado a causa del prejuicio juvenil que confunde la pérdida de alguna vitalidad física con la catástrofe. Eran épocas de mucho trabajo y terminaba los días agotado. Pero siempre, antes de dormir, me invadía una punzada de desazón que me recordaba que estaba próximo a entrar en la treintena. Al final de los veinte, es fácil convertir aspectos elementales de la vida en problemas. ¿Se pueden superar los treinta sin casarse, sin tener hijos o sin haber resuelto la vida profesional y el asunto de la plata? Ahora que lo pienso, lo extraño es que con semejantes preguntas rondando la cabeza aún se tenga capacidad de conciliar el sueño. Y aunque el día del cumpleaños me levanté con un par de canas nuevas y sin ganas de afeitarme, no ocurrió la catástrofe. Al contrario, al poco tiempo se sucedieron unos hechos en cadena que iban a quitarme la sensación de fatalidad que me perseguía y que terminaron por mostrarme los beneficios del cambio de década. Primero fue una llamada telefónica. Una antigua y deseada amiga parloteaba al otro lado de la línea y me sugería ir a cenar a su apartamento. Asistí a la cita tejiendo toda clase de fantasías y convencido de que, después de muchos años de espera, iba a saciar mis infatigables deseos. Pueden imaginar mi sorpresa cuando, después de los postres, no solo acepté que no ocurriera ninguna clase de acercamiento sexual, sino que me descubrí escuchándola con paciencia y comprendiendo, después de muchos años, sus verdaderas inquietudes. Ahí empecé a entender el significado de tener treinta años. Era como si hubiera efectuado un largo viaje y aterrizado en una tierra donde no es necesario desgastarse en poseerlo todo. Estaba en un sitio donde los seres humanos sabían dosificar las energías y empezaban a disfrutar de unas dimensiones del placer que las ansiedades de la juventud les habían mantenido ocultas. No solo superé con alegría el incidente de la chica, sino que empecé a salir menos de fiesta y me di cuenta de que podía ser feliz solo con preparar una comida, ver alguna película vieja, leer una novela o, simplemente, con ir al parque y ver jugar a los niños. Bueno... y, a decir verdad, a algunas de la madres. Las decisiones profesionales fueron más tortuosas. No es fácil decidir en qué se va a malgastar el resto de la vida. Me causó mucho conflicto jugármela por la escritura. Sin embargo descubrí que tanta vacilación era puro miedo y que una vez superado el vértigo, solo queda emprender la marcha y tratar de disfrutar del camino. Que la vida simplemente ocurre y que no se debe presionarla con falsas expectativas, es una lección aprendida a los treinta. Los treinta son magníficos. A esta edad, casi nunca se ha triunfado y ya se intuye que es posible que nunca se realicen ciertos sueños. Pero no es, como suele afirmarse, el nacimiento de la resignación. Simplemente uno ya ha sufrido unas cuantas traiciones (propias y ajenas) y ha terminado por comprender que el mundo no funciona del todo bien y que es mejor desentenderse de palabras como futuro, o éxito, o fracaso. A esta edad solo están a nuestro lado los verdaderos amigos, a esta edad se entiende lo importante que es aprender a perdonar y es más fácil tomar la decisión de casarse, hacerse infiel o la de volverse homosexual. Por todo lo anterior, porque los hijos terminan por llegar, porque las mujeres pierden en belleza pero ganan en ternura y porque el trabajo gusta más pero se hace menos importante, he querido hacer un elogio de los treinta. De esta primera pérdida de fuerzas que nos hace un poco más sabios y que termina por enseñarnos a tener paciencia y a usar con recato los días ya que una voz interior empieza a murmurarnos que la vida no se va a repetir y que no es ni será eterna.

FICHA Técnica
Visión: 20/20
Grasa: Primeros ?bananos? y panza a la vista
tiempo de Recuperación
de una fractura: 6 semanas
Vasos de agua al día: 8
Vasos de leche al día: 3
Ojo con consumir: Frutas ácidas, alcohol, cafeína
Riesgo de infarto: 5%
Pelo: Riesgo de calvicie
Horas de sueño: 6
Erecciones por faena: 2 ó 3

41-50 Héctor Abad Faciolince
?No volveré a ser joven?. Así dice un verso de Jaime Gil de Biedma que a los cuarentones nos cae como nieve en las primeras canas. No somos viejos todavía, pero ya no volveremos a ser jóvenes jamás. Estamos en esa tarde temprana de la existencia en la que todavía alcanzamos a percibir el dulce aroma de la mañana, pero en la que también intuimos los más cargados olores del porvenir. La sensación no es buena; angustia un poco. La barriga se niega a retroceder pese a las dietas de hambre o al ejercicio perenne; no podemos creer lo que nos pasa en los ojos: ven mal para leer; una niebla de pelos empaña cada mañana nuestra almohada; el calibre del chorro al orinar empieza casi imperceptiblemente a disminuir; aquello se levanta con los mismos ímpetus de antes, pero se demora más para crecer y llegar. Al fin una ventaja, sobre todo para nuestras parejas, que ya no se tienen que apurar. La ambición está vivísima y la competencia profesional está en todo su furor: los viejos no se han muerto y los jóvenes ya empiezan a empujar. Una de dos: o damos el salto y nos consolidamos para ser respetados hasta siempre jamás, o nos hundimos del todo y nos volvemos setentones veinticinco años antes de llegar a esa venerable edad. El infarto a los cuarenta suele ser devastador, no pocas veces mortal. Si llegáramos a perder el puesto (y los hijos están apenas creciendo, en edad escolar, las deudas no se han acabado de saldar), sería durísimo encontrar otra vez un trabajo parecido al anterior. En la carrera corta todos los jóvenes nos ganan y sólo en la resistencia y en la larga distancia nos podemos consolar. Sonreímos a veces, sabiendo que la mitad de las victorias nos las da ya no la prontitud de los reflejos, sino la experiencia de saber por dónde saldrán los tiros. La memoria ya no tiene la precisión de siempre, hay palabras y nombres, sobre todo nombres, que ya no se presentan con la misma prontitud a la lengua. En el deporte ya estamos fritos (salvo como porteros o en alguna maratón), y en la agudeza matemática se pierde agilidad. No dormimos igual; casi siempre, por la noche, alguna punzada de preocupación o remordimiento nos desvela. Ya no dormimos como troncos, sino como ramas a las que despierta cualquier brisa que se vuelva viento. El libro está escrito, el hijo crecido y el árbol plantado, pero no estamos satisfechos todavía. Duplicamos la dosis: dos hijos, dos árboles, dos libros. Y tampoco nos basta. Hagámosle otra vez: ocho hijos, ocho libros, ocho árboles? Qué va, ya no funciona, la felicidad no es un salto exponencial. De la vida nos esperábamos más cosas y mejores. Pero era esto, la vida, aunque no haya llegado el momento del balance final. Todavía sobreviven algunas ilusiones, pocas en el amor, pero muchas aún en el trabajo, y todavía creemos en el porvenir. Nos queda mucha fuerza para luchar aunque el futuro se nos haya acortado de repente, sobre todo por esa sensación de que el tiempo se acelera, y cada año parece que se volviera más y más vertiginoso, como un cuerpo que gana momento con el progreso de su caída libre. Es la tarde temprana de la existencia: todavía hace calor y el cuerpo es exigente. Queremos y necesitamos más que nunca a nuestra esposa, pero nos gusta menos que siempre; los diez o doce años de vida marital hacen estragos en el ciego instinto de variedad sexual. Todas las mujeres menores de treinta nos empiezan a gustar, las de veinticinco no nos parecen demasiado jóvenes ni nos damos cuenta de nuestra propia ridiculez cuando las miramos con ojos coquetongos hasta que no vemos a los muchachitos que las acompañan. Es la edad en la que estamos más propensos a confundir el deseo de sexo y la sed de aventura con el amor. Y con el desamor: por eso tantos matrimonios se desbaratan a esta edad. Pero no todos nos volvemos ridículos: no todos llegamos a la idiotez de comprarnos una moto, de envolvernos las canas en una pañoleta (o cogernos una cola con las tres últimas mechas), vestirnos a la última moda juvenil, salir con modelitos a los restaurantes, o peor, a los bailes... Esta madurez nos parece vejez, aunque en el fondo sabemos que no lo es: dentro de diez años pagaríamos, tal vez, por tener nuevamente estos dificilísimos cuarenta. La meta está muy lejos, la señora muerte todavía no asoma su asqueroso hocico en el horizonte, estamos perdiendo algo de ritmo, pero todavía nos queda mucho aire para correr. Si no nos infartamos, no será fácil que los de veinte o treinta nos alcancen. Más bien nosotros empezamos a superar a los primeros cincuentones que se rezagan. No es madurez esta, todavía. Madurez es cuando uno al fin aprende a no luchar, a no vencer, a no desear, a no conquistar.

FICHA Técnica
Visión: Ven bien cualquier falda que se les atraviesa
Grasa: De bananos a llantas? y de barriga a panza
tiempo de Recuperación de una fractura :8-10 semanas
Vasos de agua al día: 8
Vasos de leche al día: 3
Ojo con comer: Sal y alimentos ricos en grasas y carbohidratos, carnes rojas, embutidos
Riesgo de infarto: 25%
Pelo: Mire el cepillo y suspire
Horas de sueño: 6
Erecciones por faena: 1

51-60 Juan Gossaín
Me piden que escriba a las volandas unas anotaciones sobre los hombres que hemos pasado ya la década de los cincuenta sin llegar todavía a los sesenta, y que haga algunas sugerencias sobre lo que podemos hacer a esa edad. Lo cierto es que son más las cosas que no se pueden hacer. Ahí voy, pues. Daniel Samper Pizano, que tiene más años y menos pelo que yo, escribió alguna vez que los 50 años son esa edad ambigua en que uno se queda calvo mientras le salen barros. Es verdad: a los 20 años uno ve sin gafas, a los 70 ve con gafas, pero a los 50 no ve ni con gafas ni sin gafas. Es una época indefinida y casi insípida. A esa edad uno no es ni joven ni viejo. O a lo mejor es ambas cosas a la vez. En consecuencia, ahí va mi primer consejo para los cincuentones: el mejor sitio para ponerse los anteojos es la frente. Lo hace ver a usted interesante, con un aire misterioso, distraído y casi encantador. En especial si los vidrios son negros o café oscuro. Recomiendo cualquiera de los dos colores. Cuando traspasa los 50 años, y sólo entonces, uno descubre que las jovencitas se lo quedan mirando en los lugares públicos. Usted, naturalmente, supone que se ha vuelto irresistible porque se cree esos cuentos chinos de los hombres interesantes cubiertos de canas y de experiencia. Paparruchas. No caiga en las trampas que le tiende la vanidad. Lo más seguro es que cuando el asunto se esté poniendo emocionante, la jovencita le mande con el mesero del restaurante un mensaje prometedor, escrito en la servilleta: ?¿Sabes quién me habla siempre de ti? Mi papá, que fue tu compañero de colegio?. Desconsolado y con el alma en los pies, usted comprende que los 50 años son esa edad en que las muchachas bonitas son hijas de algún amigo de uno. Los endocrinólogos dicen que el hombre duerme menos mientras más envejece, y lo atribuyen a razones biológicas. Yo sé, por el contrario, a qué se debe ese fenómeno: a que tenemos menos tiempo, sabemos ?como el equipo de Alemania? que el partido se nos está acabando y tratamos de sacarle el jugo a los minutos de juego que nos quedan. La vida, como el árbitro, apremia. No pierda tantas horas durmiendo ni comiendo. A esta edad ninguna de las dos cosas vale la pena. Si tiene entre cincuenta y sesenta años, y vive en tierra fría ?en Bogotá, por ejemplo? no se siente nunca cerca de una ventana abierta o una puerta. A esa edad nuestra los chiflones son mortales, literalmente hablando. Los chuscos bogotanos, de los cuales todavía quedan algunos ejemplares, dicen que la vejez empieza cuando uno comienza a quejarse del viento helado, aunque no haya puertas ni ventanas, ni abiertas ni cerradas. Pero si se encuentra en tierra caliente ?en Cartagena, por ejemplo? no haga el intento, por lo que más quiera, de ponerse a bailar champeta con una mulata. Yo sé cómo le digo que hay maneras menos aparatosas de hacer el ridículo y de adquirir un lumbago. Si está usted dispuesto a seguir los consejos anteriores, que son el resultado de mi larga experiencia personal con la cincuentena, y si le parece apropiado ponerse los espejuelos en la frente, no coquetear con adolescentes en las cafeterías, alejarse de puertas y ventanas, dormir apenas lo necesario y abstenerse de hacer maromas de champetero profesional, es posible que llegue a los sesenta disfrutando de aquella célebre sentencia de Raúl Roa, el gran escritor y canciller cubano: ?El hombre es joven mientras tenga flexibles las articulaciones, impetuoso el miocardio y retozón el músculo primo?. En ese orden, ¿oyó?

FICHA Técnica
Visión: Riesgo de presbicia
Grasa: O come bien y hace deportes, o la grasa reinará
tiempo de Recuperación de una fractura: 8-10 semanas
Vasos de agua al día: 7
Vasos de leche al día: 2
Ojo con comer: Brócoli, acelga y coliflor (problemas de colon)
Riesgo de infarto: 25%
Pelo: mucho, pero en las solapas y en la almohada
Horas de sueño: 5
Erecciones por faena: 1 (... o menos)

61-70 Germán Espinosa
¿Se me pregunta qué cosas no podemos hacer los que frisamos entre los sesenta y los setenta años? Trataré de resumirlas, yendo de lo más digerible a lo más espinoso. Quisiera convencer a esos amigos que se preocupan por mi salud, de que no puedo ya, a esta edad, dejar el cigarrillo. Que no insistan, porque ni siquiera logro fumar ahora el sobrio paquete diario de antes, sino que la edad me exige una dosis más alta. No puedo dormir más allá de las seis de la madrugada, no importa a qué hora me acueste, cuando antes lo hacía hasta las ocho o nueve. Esto es una ventaja, sobre todo cuando se es escritor, pues las horas tempranas son mucho más propicias para el trato con la Musa. No puedo, por razón de la hipertensión, ingerir otra bebida alcohólica que whisky (hay quienes dicen que es un pretexto mío, simplemente porque me gusta más el whisky). Pero, en otros tiempos, fui muy devoto del aguardiente Néctar, del coñac, de la ginebra inglesa, del schnaps alemán, del calvados francés y del ron antillano. Deplorablemente, no puedo ya cantar bajo la ducha. Mi mujer, que antes admiraba más arrestos de tenor, ahora asegura que emito gallos insufribles. Demos paso a cosas más patéticas. Es claro que no puedo contar ya con el futuro. Incurro en la idea expresada por Jorge Manrique de que ?cualquiera tiempo pasado fue mejor?, porque en el pasado me encontraba menos próximo al inevitable desenlace. De hecho, no me creo ya en capacidad de asumir apuestas sobre el porvenir. Me encuentro ya en mi porvenir. En consecuencia, tampoco puedo anhelar que lleguen los premios que antes se me negaron. Comprendo que mi edad provee sus propias torpezas y no es deseable añadirle las de la esperanza. Si algo positivo hay en estas inhabilidades, es que no puedo dar ya malos ejemplos. Las gentes, por el contrario, buscan mi consejo ?consejo de individuo finalmente frugal, lleno de obligatoria templanza? y casi nunca basta con decirles que tampoco para ello soy muy hábil ni me hallo en mucha disposición. Porque, a esta edad, sé de sobra que los consejos jamás sirvieron para nada y que nadie escarmienta en cabeza ajena ni aprende de otra experiencia sino de la propia. No puedo (o no debería, para expresarme con mayor exactitud) encapricharme ya con las cosas, de las que relativamente pronto deberé alejarme. ¿Tampoco mucho con las personas? Con las personas sí, porque, en el campo de las relaciones humanas, la vejez posee cierto encanto: sé que en los seres soy todavía capaz de dejar un recuerdo risueño, y ello me tonifica. Sin embargo, no es recomendable que mire con mucha intensidad a las muchachas, so pena de inspirar en ellas la idea de que se las han con un ?viejo verde?. Algo final e importantísimo: no puedo ya leer por disciplina, como antes lo hacía, a autores que de entrada me desagraden. Libro que no me gusta cae de mis manos a las pocas páginas. Por eso, quisiera que los jóvenes (y uno que otro viejo) desistieran de darme a leer originales para recabar mi concepto. Más importante es que los lean los lectores profesionales de una editorial. A esta edad, no puedo ya impedir que las costumbres se me conviertan en tiranías. O en manías a secas. Pero hay algo mucho más serio, que ?me parece? no todos los hombres de mi edad comprenden, y es que no podemos evitar ya cierta tendencia a formarnos sobre el presente juicios que responden a criterios del ayer. De allí que corramos el peligro de volvernos criticones y antipáticos, lo cual yo, al menos, trato de esquivar en forma constante. Así, aunque en mí intenten aflorar, de tiempo en tiempo, esos criterios que sé anticuados, procuro corregirlos con sincera diligencia.

FICHA Técnica
Visión: A chorros (llegan la cataratas)
Grasa: Menos grasa menos masa
tiempo de Recuperación de una fractura: 8-10 semanas
Vasos de agua al día: 6
Vasos de leche al día: 2
Ojo con comer: Alimentos duros, o más de un huevo a la semana Riesgo de infarto: 40%
Pelo: Abundante en nariz y orejas
Horas de insomnio: 20
Erecciones por faena: ¿Erecciones?