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6 de mayo de 2004

Cómo se hace una parranda vallenata

Cómo se hace una parranda vallenata

Por: María Consuelo Araújo Castro

Las parrandas surgen como los poemas: por
despecho, por dolor, como homenaje o simplemente como un festejo. Hay que distinguir entre la celebración de una parranda en Bogotá y una parranda en la vieja provincia de Padilla o el Magdalena grande; en mi tierra la parranda es una prolongación de la idiosincrasia local, una ocasión para echar la casa por la ventana materialmente, como solemos hacerlo con el corazón. Se requiere un patio, una finca, la terraza de una casa, o una esquina pueblerina en la que se cocinen serenatas, cuitas de amor, versos o nuevas canciones. Hay parrandas de casa grande, que son las que prepara un personaje para un amigo que llega o que quiere agasajar, y hay parrandas de muchachos que nacen sin víspera a merced de sus bolsillos raídos y de la gallina o el chivo que salga de la finca del papá de alguno. Hay parranda vallenata en todos los matices, de todos los colores.
La parranda original parte de un solo elemento primordial, el acordeón maestro. Nuestros juglares surgieron por su rara habilidad para tocar el acordeón con una rapidez digital incomparable al tiempo que creaban melodías riquísimas en tonos y acordes. Se volvieron famosos aquellos que mejor y más hábilmente 'digitaran' el acordeón, y surgió una competencia silenciosa entre los mejores que iban de pueblo en pueblo y por separado, a mostrar su virtuosismo. A la llegada de cada acordeonero, las gentes bohemias del pueblo se arremolinaban en torno de éste en las casas solariegas de antaño y por gracia de la admiración de su arte se comenzaba un festejo que partía de la costumbre de escucharlo con respeto y atención, para poder compararlo con el que había llegado días atrás o con el local que quisiera alternar con él sobre la expectativa de medirse y compararse. Al final de cada tenida, los asistentes manifestaban su veredicto y era allí donde se prendía la fiesta y se
celebraba el resultado de la contienda musical, con comida, ron, alegría y participación de toda la comunidad, sin que mediaran invitaciones previas ni hubiera límites que contuvieran el festejo distinto al aguante de los cuerpos.
Las parrandas son sencillas como nosotros y, sin embargo, en ellas se manifiesta con todo desprendimiento el carácter de cada casa y se prodiga lo mejor de la hospitalidad provinciana. En ellas hay música pero también aflora lo mejor de la condición humana al compás de la caja y la guacharaca, mientras el alma de los comensales se inunda de alcohol. Las parrandas son madres de grandes acontecimientos posteriores: en ellas se forjó la identidad vallenata ante el país, cuando el gobernador López Michelsen, enamorado del Cesar, llenó a Valledupar de cachacos ilustres que sucumbieron al contagio de las letanías de Alejo Durán o de la poesía picaresca de Escalona. En las parrandas se goza, se llora y se forjan las más profundas amistades. La parranda implica fraternidad y juramentos alicorados que sobreviven la ocasión y se tornan en profundas alianzas de bohemia y compadrazgos que ungen vínculos que se heredarán por generaciones.
Desde mi visión vallenata de las parrandas, puedo decir que se hacen con esmero, que no pueden faltar los mejores amigos ni los mejores acordeones, no puede fallar una 'vearseada' entre eruditos e iniciados donde también haya cabida para espontáneos. En las pausas de la música, no pueden faltar los 'cuentos' que son anécdotas que se burlan muchas veces de los asistentes o de personajes anónimos. ¿Qué sería de una parranda sin las ocurrencias fabulosas de Poncho Zuleta, Wicho Sánchez o el Mono Gil? Y en cambio, cuánta falta nos hace ese compositor sin par que fue Nando Marín a la hora de los 'cuentos' mientras reposan el acordeón y las guitarras. Las parrandas se hacen con la ilusión de empezar y no terminar y serían imposibles sin el efecto reparador de un sancocho de chivo cuando despunta el nuevo día.
También puedo señalar lo que sobra: sobran los lambones, la amplificación para la música, la pompa y el boato, es decir, "el protocolo y la prosopopeya", como decía mi tía Consuelo. En cambio, cabe y hace parte de la ortodoxia, la irrupción fantástica de una ranchera o un bolero. Nuestros guitarristas de música vallenata son maestros del bolero y la ranchera. El que no lo crea fue porque no conoció a Moncaleano, o nunca ha estado parrandeando con Hugues Martínez, Gustavo Gutiérrez o Chabuco. Sí señores, así de versátil. Y entonces, allí sí cantamos todos, mujeres y hombres, y lloramos, nos abrazamos, y volvemos a recuperar la fuerza y disipamos las nostalgias cuando vuelve el acordeón.
Las parrandas en Bogotá son distintas. Son fiestas con acordeoneros y música vallenata como telón de fondo. La versión bogotana de la parranda fractura la esencia de éstas que es la igualdad y la ausencia de diferencias sociales. He estado en algunas parrandas verdaderas en Bogota: en casa de Juan Manuel López Caballero, Ivonne Nicholls y María Cristina Mejía. Ha habido otras memorables en Bogotá en casa de los muchos provincianos que vivimos en nuestra querida capital. Hoy la parranda es una institución que hace parte de
nuestro legado de amor a los cachacos.
A quien quiera saber más de
cómo se hace una parranda, le recomiendo que vaya al próximo Festival de la Leyenda Vallenata, en Valledupar, a partir del 27 de abril. Entonces la ciudad entera se torna en una gran fiesta y se abren las puertas de las casas para recibir a los juglares y visitantes, para disfrutar de la bonhomía y la hospitalidad de nuestra tierra. Las parrandas de este festival serán muy especiales: se celebrará el sueño de La Cacica por haber logrado llevar el certamen de acordeones al Parque de la Leyenda en las orillas del Guatapurí, se festejará un tiempo de nueva prosperidad que empieza y se podrá escuchar en el nuevo escenario del Festival a lo mejor de nuestra música, empezando por Carlos Vives. Pero entre tanto, en las casas, en los patios y en los kioscos, tendrán lugar las parrandas tradicionales. Sonaran los acordeoneros de siempre con el temple de su raigambre campesina, templarán las cajas, rasgarán las guacharacas y harán gemir los fuelles de sus acordeones en tanto que todos lloraremos a Colacho y celebraremos que Escalona vive.