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13 de mayo de 2010

El 16 de julio de 1967

Por: Quique Wolff
Ilustración Andrés Barrientos | Foto: Quique Wolff

"Nunca dejes de soñar". Parece solo una frase, pero no lo es. El 16 de julio de 1967 es la fecha del partido de mi vida, pero tiene un prólogo interesante.

Desde muy chico iba con mi papá y mi hermano a la cancha de Racing. Era el paseo recurrente de los domingos, con sol o sin él, llegábamos al mediodía y ocupábamos un lugar en la popular, casi detrás del córner; nos sentábamos, y mientras comíamos un sándwich, disfrutábamos de la tercera y la reserva, para así, después y de pie todo el partido, ver la primera.

Año 1961. Era el Racing de Corbatta, Pizzuti, Mansilla, Sosa y Belén, en la delantera, el mismo de Federico Sacchi jugando un fútbol tan brillante como su cabellera rubia. Nunca hubiera pensado que seis años después me iba a tocar a mí estar dentro de una cancha, con esa camiseta y cumpliendo el sueño que tenía cada noche cuando volvíamos de Avellaneda con mi viejo y mi hermano.

Todo comenzó en 1965, cuando quedé en Racing para jugar de delantero en la séptima división, con un resultado inesperado: goleador y campeones.

Un año después y sin entender mucho cómo ocurrió, me llevaron a la provincia de Córdoba, en donde hacía la pretemporada el primer equipo y hasta tuve el mejor regalo: me hicieron jugar con ellos los segundos 45 minutos de un partido amistoso.

Se ve que lo hice muy bien, ya que el entrenador habló conmigo después del partido y me dijo que cuando volviéramos a Buenos Aires me sumara a su grupo para entrenarme con ellos. Grande fue su sorpresa cuando le contesté:

—No, maestro, no puedo entrenarme con ustedes.

Un poco asombrado por mi respuesta me dijo:

—¿Cómo que no puede?

—Claro, maestro, ustedes hacen entrenamiento por la mañana y yo a esa hora estoy en la escuela; es mi último año, así que no puedo.

—Bueno, entonces será el próximo año —me dijo.

Ese entrenador era Juan José Pizzuti. Sí, el mismo Pizzuti que yo veía de chico y el que precisamente me puso en ese Boca-Racing de la Bombonera.

Su orden fue: "Pibe, hoy me lo marca a Rojitas, va con él adonde sea". Yo era delantero y no tenía ni idea de cómo era eso de marcar, pero era el sueño, era jugar en la primera de Racing y solo atiné a mirarlo y decirle "bueno".

El partido fue empate en cero; pero en la primera pelota que recibió Rojitas fui a buscarlo, movió la cintura, yo quedé saludando a desconocidos en el palco y él casi hace el gol. Me asusté.

A la jugada siguiente pasó lo mismo, pero mi pierna impactó muy fuerte en la de él, no sabía golpear; era el sueño, no me lo podía arruinar; recuerdo que se me acercó el árbitro del partido, don Roberto Goicoechea, y me dijo: "Tranquilo, pibe, este es su primer partido y no tiene que ser el último".

Lo bien que me hizo encontrar "árbitros maestros"; a partir de ahí lo marqué más de cerca y me di cuenta también porque Ángel Clemente Rojas (Rojitas) era un grande, ya que a cada pelota que lo anticipaba, me decía: "Bien, pibe, bien, así"... de no creer, ¿no?

Al término del partido nos llevaron a El Gráfico, salí en los diarios del lunes y comenzó mi carrera. El sueño se había cumplido.

Hubo muchos partidos importantes en mi vida, con Racing frente a Independiente, con River frente a Boca, con la Selección Argentina, con el Real Madrid frente al Barcelona; pero ese fue el primero, el que abrió el camino, el que definió mi futuro.

Ya era lo que quería ser: jugador de fútbol, y por eso, sin dudas, fue el partido de mi vida.