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14 de mayo de 2008

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El lado tierno de Antonio Caballero

El columnista más leído del país se caracteriza por su tono implacable, crítico, sin reservas. Es un hombre que ha dejado huella en el periodismo pero también, por supuesto, en su hija Isabel, quien escribe para SoHo una radiografía de la faceta menos conocida de Antonio Caballero.

Por: Isabel Caballero Samper
| Foto: Antonio Caballero

No sé qué se siente tener los ojos claros, nunca los he tenido negros como para saber la diferencia. Igual que mi papá no sabe cómo se siente no tener los ojos cafés como los tiene, sino de color azul hortensia como sus hermanos y sus papás. Por tener los ojos oscuros, pasó la mitad de su infancia oyéndoles decir que a él lo habían recogido en una tiendita al lado de la carretera de camino a Tipacoque. De la misma manera, tampoco sé cómo se siente tener otro papá que no sea el mío. Un papá que en vez de escritor sea más bien químico, físico cuántico o ingeniero aeroespacial. Tal vez hubiera tenido un talento innato para las ciencias cuando estaba en el colegio, tal vez incluso hubiera estudiado algo que tuviera que ver con eso. O tal vez no, y estaría en la misma universidad en la que estoy y estudiando lo mismo que estudio hoy en día.

Cuando yo tenía tres años, mi papá, ya separado de mi mamá, le dijo que me mandara a visitarlo durante el verano. Y así me fui, solita en un vuelo de diez horas de Bogotá a Madrid, recomendada a una azafata para que me cuidara durante el camino. Esas vacaciones mi papá me llevaba con él a la oficina, y yo pasaba todo el día en la sala de redacción de Cambio 16, sentada en un escritorio haciendo dibujos. Tantas horas de práctica no sirvieron para que aprendiera a pintar como mi papá o mi tío Luis, pero tal vez sí hicieron que me gustaran las salas de redacción. Quién sabe.

Muchas personas que no lo conocen podrían pensar que mi papá es un señor serísimo, que solo sabe hablar de política; pensarán que en persona es como si estuviera furioso recitando alguna de sus columnas de Semana. Tal vez no se acuerdan que sus artículos no siempre son de política —también escribe de toros, de comida, de arte y de cualquier otra cosa que se les ocurra pedirle en SoHo— y que, aunque a veces es repetitivo con algunos temas, los que escribe nunca son aburridos. La verdad es que mi papá, aunque en sus escritos no lo parezca, es supremamente tímido, y como muchas otras personas que sufren de timidez da la impresión de ser antipático, seco y cortante. A mis amigos, por ejemplo, muchas veces les da miedo conocerlo después de haber leído sus artículos, pero en el fondo, creo que a mi papá también le da miedo conocer a mis amigos. Y eso que no estoy hablando de los novios, porque ahí sí ¡les da pánico conocerse el uno al otro!

Además de ser tímido, mi papá no se ríe de sus propios chistes, y como muchas personas piensan que él es tan serio, no se dan cuenta siquiera de que les está mamando gallo. Cuenta historias con la cara seria y tiene una memoria prodigiosa que le permite acordarse de todos los cuentos que se ha inventado para poder seguirlos repitiendo varios años después, y así crear la duda sobre si son o no verdad. Tiene algunos cuentos en los que insiste y seguirá insistiendo, pero que yo nunca creeré que hayan sucedido en realidad. Dice que quedó de segundo en un concurso de salsa en Tumaco; yo no le creo. Tampoco me parece que sea verdad eso del concurso de esquí en pies que ganó alguna vez. No creo que sepa esquiar siquiera. ¡Y estoy segura de que nunca participó en ningún concurso de jaripeo en Chihuahua ni en ninguna otra parte de México! Mi papá es un excelente jinete y no lo tumba ni el caballo más brioso, pero imaginármelo vestido de charro con sombrero de ala ancha, y parado en los estribos ondeando un lazo en el aire presto a ensartarlo en los cachos de un toro, me parece algo fuera de todo parámetro de la realidad. Yo lo quiero pero no le creo todo lo que dice, haciendo jaripeo no me lo imagino y punto. Pero por la manera en la que cuenta estas historias, sin ningún asomo de risa, uno termina por creérselas;  estoy segura de que hay muchas historias más que no son verdad y sí me las he creído.

Mucha gente espera que yo comparta todas las opiniones de mi papá o que, por el contrario, esté en completo desacuerdo con él en todo. La realidad no es ninguno de los dos extremos, pero claro que él sí influye en lo que yo pienso, y siempre le pregunto su opinión sobre las cosas: desde que me explique qué está pasando con el país, hasta consejos amorosos. Mi papá es una persona extremadamente culta que ha puesto la barra altísima para lo que yo aspiro a aprender, a conocer, y también para la persona que yo aspiro a ser. Igual que él tuvo una barra también altísima siendo el hijo de Eduardo Caballero y el sobrino de Klim.


Cuando mi papá y mis tíos eran niños mi abuelo les daba clases de matemáticas; le preguntaba a María del Carmen cuánto es 12 más 3, después a Luis le preguntaba que cuánto era 17 menos 2 y a mi papá, que era el más chiquito de los tres, le preguntaba por el resultado de 4.576.226 multiplicado por 25.332. Claro, él se ponía a llorar y mi abuelo le respondía que era para que supiera que no es grave no saber todo en la vida. Mi papá no es tan montador conmigo como era mi abuelo con él, pero eso sí me corrige incesantemente la gramática: "¡Isabel, no se dice habían!" y yo me burlo de él por usar palabras como ‘aguamanil‘. En cambio, me gusta que me hable de historia, de arte o de política actual, que me recomiende un libro para leer o que vayamos juntos a un museo para que me vaya explicando lo que estamos viendo: desde arte fenicio pasando por el renacimiento hasta el contemporáneo. También me encanta salir a almorzar con él, aunque muchas veces siento cómo nos miran algunas señoras, muy cachacas y muy elegantes, y se les nota en la cara qué están pensando: "¡Y esta niñita qué hace saliendo con Antonio Caballero! ¡Hasta podría ser la hija!". Si él conoce a alguna, la saluda: "Pepita, te presento a mi hija Isabel" y veo cómo les cambia por completo la cara al oír que, efectivamente, soy la hija.

¿Qué puedo decir, entonces, de la influencia que ha tenido mi papá en mí? Puedo decir, al igual que cualquier otra niña dirá del suyo, que admiro a mi papá más que a nadie en el mundo, que me parece el más inteligente, el más valiente y el más generoso de todos los hombres. Pero, igual que el día que él me vio por primera vez en la sala-cuna de los recién nacidos, y fue a decirle a mi mamá que yo era la más inteligente de todos los bebés del hospital, tal vez mi juicio está un poco nublado por el hecho de que el hombre del que estamos hablando es, al fin y al cabo, mi papá.

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