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18 de agosto de 2004

El Santodomingo

Federico Santodomingo, poeta y filósofo callejero, tiene la cuestionable suerte de ser un Santodomingo pobre. Pasa la vida conviviendo con las dichas y desgracias de llevar el apellido del hombre más poderoso del país.

Por: Ernesto McCausland Sojo

Reto al poeta a que me enseñe su billetera y me la extiende con una risotada. El tiempo, el calor y el bolsillo del pantalón han hecho de las suyas en este amorfo pedazo de cuero, de desdibujado marrón y con oscuras pecas de grasa. La abro y le escudriño cada recoveco: seis papelillos con números telefónicos sin nombres; nueve tarjetas de presentación impresas en alguna casa tipográfica de mala muerte; un certificado de votación; una servilleta con un poema escrito de urgencia; dos artículos de prensa arrancados a la brava de algún periódico callejero; una tarjeta débito sin nada que debitar; dos tarjetas de crédito que el poeta tilda de "cuestionadas"; una cédula antediluviana; el carné de una asociación literaria; y ni un peso, ni siquiera un débil billete de a mil que le reafirme a aquel objeto el nombre de billetera. "Detesto el dinero", me aclara el poeta, cuyo apellido, contra la raída evidencia que se desparrama sobre mis manos, es Santodomingo.

Dicha número uno
Hace poquito a un amigo mío se le dio por celebrar su divorcio. Me tocó ponerme elegante, tú sabes, ropa caqui, botas de cuero, toda esa vaina. Me presentaron a un abogado del Grupo y cuando oyó el apellido se le iluminaron los ojos. "Haber sabido que usted estaba en Barranquilla.", me dijo con respeto. Pasó toda la noche hablándome paja y -lo mejor de todo- sirviéndome whisky.
Carcajadas de cuatro dientes que resuenan al unísono con su espíritu; cabellos claros y enmarañados, como un nido de águilas después de una pelotera familiar; gafas redondas, inmensas, torcidas; mochila arhuaca. El poeta Federico Santodomingo Zárate se traga a diario las calles de Barranquilla, en un compulsivo deambular que parece otorgarle la propiedad de multiplicarse. En cada cuadra un saludo, en cada esquina un amigo:
-¡Poeta!

Desgracia número uno
Un día llegué a mi casa después de una noche de juerga y no encontré ni un mueble. Mi mujer y los pelaos estaban en la puerta listos para irse. No quedaba ni la mesa de planchar. Los hice calmar y me contaron: la tarde anterior nos habían embargado los bienes y todo por una deuda de cuatrocientas mil barras con un almacén. "Y tú de fiesta", me dijo mi mujer. Esa misma noche uno de esos que me gritan "¡poeta!" por la calle me dio el dinero para pagar. A mí la plata me cae cuando más la necesito. Lo que me dio rabia fue lo que me contaron que había dicho el dueño del almacén al ejecutar el secuestro, mientras mi mujer le suplicaba que no se llevara las vainas: "¡Santodomingo y no tienen para pagar un televisor!".
Nació en Riofrío, cerca de Aracataca, en el hogar de un machetero de la United Fruit Company. Cuenta con brío de narrador nato que cuando tenía ocho años, el presupuesto doméstico no alcanzó para una libreta, y él se puso a llorar. Su padre estaba callado, como de vergüenza; su madre le pedía a Dios que hiciera algo. De repente surgió un ventarrón, se armó un remolino y girando en el aire aparecieron dos mil pesos. Asombrados por lo ocurrido, los padres decidieron llevarlo a donde una gitana rubia y pecosa de pañoleta verde que andaba por la zona. En la guardarraya de los platanales, ella le leyó la mano: "Usted va a ser estudioso, va a viajar y tendrá plata". Tan estudioso fue el poeta que terminó becado por los religiosos salesianos y hoy dicta la cátedra de Teoría y crítica literaria en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad del Atlántico. También ha viajado: estudió en San Petersburgo, antigua Unión Soviética, y en hombros de la poesía ha recorrido medio país. En cuanto al tercer vaticinio.
-Está por verse -dice el poeta. Una estruendosa carcajada.

Dicha número dos
Una vez le llevé un libro a Bogotá al escritor David Sánchez Juliao, a quien finalmente encontré en la sede de Caracol Televisión, atendiendo una reunión de producción. Cuando salió a recibirme, ya yo estaba en la sala privada de recibo de la presidencia, atendido por tres secretarias bogotanas que me ofrecían café, pastelillos y rebanadas de mango en platillos de porcelana, y me extendían, para que picara, un picaviandas de plata. ¡Pensaron que yo era de los propios! Y eso que andaba en jeans rotos, sandalias con calcetines, mochila arhuaca y una chaqueta de mi abuelo que me quedaba más corta... "Es poeta, ala", cuchicheaban con admiración las secretarias en los pasillos.
Por los tiempos de las gitanas en la zona bananera, un hacendado alemán simpatizó con aquel niño tan despierto y precoz, invitándolo a montar uno de sus espléndidos corceles: "¡Federico monta la caballa!", gritó el alemán, cuyo nombre hoy está extraviado en las brumas de la memoria del poeta. Pero la frase jamás se le ha olvidado, hasta el punto de que será título de su próximo libro, el undécimo que publica. Claro que tendrá una pequeña alteración semántica, lo que lo dejará más apropiado para un Santodomingo: Fe de rico monta la caballa.

Julio Mario es el menor de los hijos del poeta Santodomingo. "Le puse ese nombre para que capte un destino de afortunado", dice riendoo.
Desgracia número dos
Jjjjjjoddaaaaaa. ¡Estos paisanos míos son bravos con la lengua! No hacen sino armarme cuentos. Por la calle rueda el infundio de que una vez dizque llamaron a mi casa y preguntaron: "¿Esa es la casa de Julio Mario Santo Domingo?". Y yo dizque respondí: "¡Ojalá!".
A Óscar, el mayor de los hijos del poeta, abogado de veintinueve años, se le conoce como "el terror de los almacenes". Ha instaurado treinta y nueve acciones populares, varias de ellas contra poderosas empresas. Ya logró que un inmenso centro comercial de Barranquilla recibiera orden judicial de desmontar una malla que obstruía el paso peatonal. El año pasado fue protagonista de un sonoro escándalo local cuando -basándose en una publicidad que consideraba engañosa- pretendió sacar de un almacén un carro de compras lleno de mercancía sin cancelar. Diecinueve de esas acciones populares en curso son contra cementerios de la Costa Caribe que han sido negligentes en la implementación de salas de necropsia para cadáveres en descomposición. También adelanta acciones contra dos de los más importantes bancos del país. Hace poco uno de sus denunciados, enfurecido, se lo soltó en la cara sin tapujos: "¡Un Santodomingo jodiendo al capital!".

Dicha número tres
Cuando todavía estudiaba, el hijo mayor mío se lanzó para ser representante de los estudiantes al Consejo Superior de la Universidad. La idea fue de uno de sus amigos: vamos a decirle a todo el mundo que tú eres de los ricos. Yo no sé si fue que los pelaos comieron del cuento, pero lo eligieron.
Detrás de sus espejuelos redondos, con ojos claros que de repente se vuelven fríos, Santodomingo el poeta observa el consumismo, la pobreza y la riqueza, el servilismo de la nación, la emergencia de la tecnología y su consolidación como un becerro de oro. Bebe una cerveza Águila helada y habla sin parar. Dice que en este país de marginados al grande lo hacen más grande y al pequeño, más pequeño; se declara Cristo del consumo, y jura sin titubear -él, que tiene por qué saberlo- con voz enfática, docta, de filósofo callejero, sin abandonar el estruendoso remate de una carcajada, que Colombia es un país de arribistas. En uno de sus textos poéticos afirma: "El carro, tercer huevo del hombre".

Desgracia número tres
Óscar, el mayor de mis hijos, iba para Bogotá en bus. Por allá por la Loma del Balso, de noche, prácata, .un asalto. Gente bien armada, con camuflajes, cuatro camionetas nuevas. Le empiezan a quitar a todo el mundo ropa, joyas, billeteras. A mi hijo le bajan unos zapatos Reebok. Ya cuando se iban, uno de ellos analiza la billetera de mi hijo y se pilla el apellido. ¡Ñerdaaa! Imagínate esa vaina. El comandante se acerca y comienza a gritar que ese va para la montaña, que el rescate es gordo. Mi hijo comienza a llorar y a repetir una frase que nos persigue:
-¡Yo soy de los pobres!
Al principio no le creen, pero llora tanto que terminan dejándolo en el bus.
El poeta tiene otros cinco hijos, repartidos en dos hogares: Trilce, nombrada así en honor a los tres soles quechuas del poeta peruano César Vallejo; María Paulina, quien -dice el poeta- es idéntica a una parienta de don Julio Mario; Gabriel, que perdió su cupo en el colegio por negarse a dejar de usar pantalones anchos; Federico Jr., el cual -según el poeta- es idéntico a un sobrino de don Julio Mario, y el menor, dueño de un nombre que le fue dado a manera de varita mágica.
Dicha número cuatro
La puntualidad no es mi fuerte. La rara vez que no lo hacía, en el aeropuerto me invitaban a pasar a la sala VIP y me levantaban a champaña. Una vez llegué tarde como casi siempre, y una de las niñas de Avianca me estaba esperando afuera del mostrador. Me dijo que el avión no había podido despegar porque yo no había llegado. Cuando entré al avión, los pasajeros estaban exasperados. Uno de ellos, amigo mío, gritó para que todos oyeran: "¡Esto hay que vivirlo para creerlo!" .
El poeta recrea su vida hoy en día en cinco hectáreas que compró frente a Ponedera, Atlántico, del otro lado del río. Tres de esas hectáreas están sembradas de prolíficos guayabales, cuya fragancia se expande con la brisa entre el ardiente territorio del bajo Magdalena. Allí está aplicando métodos agrícolas que llevan a los campesinos a lanzar miradas de desconfianza, a veces de burla. El poeta ya les advirtió: "Yo soy agricultor de internet". Y como él es experto en palabras, con toda seguridad más que en técnicas agropecuarias, al menos ya le puso un gran nombre a la parcela. "El guayabal del Olimpo". Y suelta una carcajada de metálica anatomía, vibrante elocuencia.

Desgracia número cuatro
Hace poco me cayeron unos pesos y me compré una camionetita SsangYong. Imagínate yo con camioneta cuatro puertas de tecnología Mercedes Benz y este apellido. Empezaron a extorsionarme. Me tocó vender esa vaina.
¿El apellido? Ese sí no lo vendo.
El poeta Federico Santodomingo Zárate ha obtenido en su carrera varios reconocimientos literarios, pero ninguno lo enorgullece tanto como el Premio de Cuento Suramericana, que recibió hace años con Castillo de naipes. Ese día, en el Hotel Hilton de Bogotá, después de la premiación, uno de los jurados, Abelardo Forero Benavides, se le acercó a preguntarle si era de los Santodomingo conocidos en Colombia. El poeta le respondió lo que suele responder cuando se lo preguntan directamente: yo soy de los pobres, pero debemos ser parientes muy lejanos porque ambos venimos de Panamá, aunque ellos lo escriben separado y nosotros lo escribimos junto. Sorprendido con la respuesta, Forero Benavides le dijo una frase que todavía el poeta mantiene en la punta de la lengua: "En un país de plebeyos que quieren ser nobles, usted grita a los cuatro vientos que no lo es".

Dicha número cinco
Sánchez Juliao escribió hace diez años que yo dizque todos los fines de año llamaba a la gerencia de Águila y le reclamaba a la secretaria: "Señorita, le habla Federico Santodomingo, este año no me han mandado mi caja de Águila Imperial". Dizque la secretaria se sentía tan avergonzada que no me mandaba una, sino tres. A raíz del escrito, el entonces gerente de Águila, Álvaro Pupo, decidió mamarme gallo y me mandó unas cajas de Imperial a la casa, allá en el barrio La Libertad. ¡Imagínate esa vaina! Un carro de la cervecería llegando a un barrio de obreros calificados con un cargamento de cerveza fina. Todos los vecinos terminaron bebiendo, y mientras se saboreaban decían: "¡Qué bueno tener a un Santodomingo de vecino!".
El poeta conoció finalmente en persona, a finales del año 2000, al hombre que había sido norte y referencia en gran parte de sus cincuenta y cuatro años de vida, el magnate encumbrado por el que todos le preguntaban, ese en cuyo sacro nombre ha hecho esperar aviones, ha bebido cerveza gratis y ha sido atendido como príncipe en Caracol Televisión; el mismo por el cual una vez un ministro de Educación le sirvió vino en la primera clase de un vuelo de Avianca y luego lo llevó con su comitiva a La Libertad: don Julio Mario Santodomingo. Fue en un evento empresarial en Barranquilla. Un ciudadano del mundo vestido de impecable lino blanco, con corbata de Ferragamo, debió sorprenderse mucho cuando aquel melenudo de mochila, sandalias y camisa de flores se le acercó en medio del coctel. El poeta se autopresentó: Federico Santodomingo. La conversación fue corta y lo único que el poeta hoy recuerda es la concesión de don Julio Mario, en referencia al apellido: "Y lo tienes adelante.".

Desgracia número cinco
Aquí en Colombia quien bendice es el pobre, siendo que en realidad la pobreza es una maldición. ¡Que me bendiga Julio Mario, nojoooda!
Julio Mario Santodomingo Señas es un niño retraído y discreto al que le encanta navegar por internet, aunque por estos días está en dique seco, como consecuencia de un impasse con el recibo telefónico. Es el menor de los hijos del poeta y a pesar de que sólo tiene once años ya su padre observa en él una inteligencia especial, una vivacidad que no observa en otros niños de su edad. "Para eso le puse ese nombre -explica el poeta- para que capte un destino afortunado".
Y, claro, suelta una carcajada.