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20 de octubre de 2004

El último de la tabla

Los 18 equipos de la Primera B luchan contra mil inconvenientes para dejar el alma en el campo. El Chía F.C., al cierre, el último en la tabla, viaja largas horas en bus cuando juega de visitante. Alberto Salcedo lo acompañó en una de sus travesías hasta Rionegro, para enfrentar al otro colero del

Por: Alberto Salcedo Ramos

📷Tal vez te asustaste cuando la buseta frenó en seco detrás del camión. Aunque ya no llueve tan fuerte, sientes todavía el piso enjabonado. Existen, te digo entonces, algunas maneras de evitar estos viajes tan largos por tierra. Una de ellas es que seas Ronaldo. La otra es que no pertenezcas a un club colombiano de segunda categoría, sino al Manchester United. Julián Manco, 20 años, sonríe pero considera que las dos posibilidades son ilusas. Tampoco lo convencen las alternativas carentes de ambición: no le gustaría ser Aldo Bonafini, zapatero de Trieste, para desplazarse en tren con su equipo de la tercera división italiana, ni utilero del Deportivo Táchira de Venezuela solo por darse el gusto de montar en avión. Manco tiene claro que nadie podrá salvarlo de las siete horas de carretera que aún le faltan. Por eso, aunque le divierte la fantasía de elevarse en una alfombra voladora, él prefiere acomodar el espaldar de su asiento y asumir la realidad. Si de repente un hada madrina se mostrara dispuesta a satisfacer sus deseos, él le pediría 20 centímetros más de espacio para estirar las piernas, o le suplicaría que le instale el acondicionador de aire a la buseta. Ahogado en esta cárcel rodante que ahora bordea un abismo, ¿de qué sirve soñar que uno es David Beckham y gana millones de dólares aunque juegue mal? Mejor sería que cesara la llovizna, para poder abrir las claraboyas y espantar el calor. A las ocho de la mañana, Manco y sus 23 compañeros salieron de Rionegro, Antioquia, donde anoche su equipo, el Chía Fútbol Club, derrotó dos goles a cero al local. De ese modo, Chía sigue de penúltimo en el torneo colombiano de segunda división y el Deportivo Rionegro permanece solo en la cola de la tabla. Al principio, el grupo todavía parecía animado. Jáider Rodríguez contaba el chiste de un hombre tan orejón que podía oír lo que se le iba a decir mañana. Óscar ‘El Galea’ Galeano, asistente técnico, sacaba una bolsa plástica llena de galguerías y la exhibía con aire de burla. Adrián Torres comparaba la cara de su compañero Luis Emir Carabalí con la de un castor. Stanley Motta pedía a gritos que pusieran el disco de Bacilos y quitaran rápido el de Juan Gabriel. Diego Peralta pronosticaba que cuando César Hurtado termine la carrera de criminalística, abandonará el fútbol y será ministro de justicia. Han pasado cuatro horas y ya la atmósfera se siente pesada. Los que prefirieron ir dormidos corrieron las cortinas negras para aislarse de la luz exterior. Los que van despiertos están descamisados y llevan las ventanillas abiertas de par en par. La de hoy no es la ruta más larga que debe cubrir el equipo para jugar los 34 partidos que le corresponden en el año como visitante. El viaje hacia Valledupar dura 18 horas y hacia Cartagena, 22. Se juega los sábados, pero a veces tocan dos partidos a la semana. Una noche, en Tunja, terminas entumecido por el frío en la Calle de la Pulmonía, y a los tres días te esperan los 40 grados centígrados de Barrancabermeja. De pronto desayunas en Cundinamarca, almuerzas en el Tolima y cenas en el Magdalena. Los cambios de clima te enferman; el encierro prolongado en los buses te fastidia; las carreteras destapadas te muelen los riñones. Existe el peligro de que los delincuentes te asalten en los Montes de María -límites de Bolívar y Sucre- como ya les ocurrió a los muchachos del Deportivo Rionegro. Cuando la vía está cerrada por causa de un derrumbe, podrías quedarte atascado durante 26 horas, a punta de agua y galletas, como les sucedió a los jugadores del Bajo Cauca Fútbol Club. Al atravesar el país de punta a punta te expones a caer en un retén de la guerrilla o de los paramilitares. Si eres propenso al aburrimiento, háblate con el futbolista Edinson Cardona para que te aconseje. 📷

En la B un entrenador de arqueros puede hacer las veces de utilero y preparador físico.

Él se inventó "el juego de las placas", que consiste en que cada compañero elige un número para el viaje y luego se pone a verificar, pacientemente, cuántos de los carros que vienen de frente tienen ese número en sus matrículas. Cada uno apuesta 500 pesos y al final el que más acierta se gana el botín. Es importante que el conductor del bus lleve un control riguroso de las películas que ha proyectado: sería imperdonable que repitiera El Rey Arturo -la viste hace un mes- y no te trajera Spiderman II. Tal vez no quieres que la gente te vea como un muchacho que, con la ilusión de ganarse el cielo, se inmola en los buses. Te digo que al final, sin embargo, no ofreces tu sacrificio a los dioses, sino a los escasos mortales que asisten a los estadios. ¿Vale la pena tanto esfuerzo por los 380 mil pesos mensuales que pagan en promedio los equipos de la segunda división? Julián Manco dice que sí, pues al fin y al cabo jugar fútbol no es duro como cortar maleza, ni peligroso como asaltar aviones, ni indigno como ser vago. Hoy se enfrentarán el Chía Fútbol Club y el Deportivo Rionegro, los dos coleros del campeonato. Este encuentro de perdedores genera un interés simbólico. Como ocurre a menudo en el resto del país, aquí en la cancha los débiles no tienen la mínima posibilidad de alcanzar las alturas. Entonces, han venido con el único propósito de repartirse el fracaso. El Estadio Alberto Grisales, de Rionegro, limita con un convento y con un instituto educativo. Una de sus paredes queda al pie de un cerro que Milton Arias, el preparador físico del club local, llama "la tribuna de los pobres", porque allí se encaraman muchos hinchas a ver gratis los partidos. Hoy, sin embargo, el lugar luce abandonado. En las graderías hay alrededor de 50 personas, pero no todas ellas pagaron los cuatro mil pesos que cuestan las boletas. Solo una de las cabinas de prensa, la de RCN, ha sido ocupada. El palco de honor reservado a las personalidades está oscuro y vacío. Si el terrorista más buscado del mundo se escondiera allí esta noche, seguramente nadie lo encontraría. ¿Por qué no vino la gente? Tal vez porque se niega a recibir una dosis adicional de derrota. O tal vez porque siente que en esta lucha de hoy sobra un David y falta un Goliat. Dalmiro Builes, uno de los asistentes, dice que haberle puesto al campeonato el nombre de "Primera B", es un eufemismo típicamente colombiano. En los países de tradición futbolera, explica, se habla de Torneo de Segunda División. "¿Acaso pertenecer a una categoría deportiva inferior es denigrante?", se pregunta. En esas estamos cuando llega el futbolista Edinson Cardona vestido con el uniforme rojo del Rionegro. Hace dos años estuvo en la nómina del Once Caldas que ganó el título nacional de primera categoría. Después erró por varios equipos de Colombia y del exterior, en busca de una nueva oportunidad. En todos le dijeron, sin rodeos, que preferían jugadores jóvenes. Ahora, a los 33 años, Cardona ha regresado para gastarse sus últimos cartuchos en el equipo de su tierra, que lo vio brotar como futbolista, pero no pudo retenerlo cuando él estaba en su esplendor. La segunda división se asemeja a un cementerio de aviones en el que mueren por igual los aparatos que volaron más alto y los que nunca despegaron. Francisco Foronda, Osman López, John Mario Ramírez, Hugo Arrieta y 'Mi Yuca' Mosquera, son los nombres más recordados de la extensa lista. Algunos regresan cansados por el largo trajín o decepcionados por los sueños que no se cumplieron. Como en la vida, muchos de los que subieron ayer como palmeras y hoy han caído como cocos, deliran en voz alta con glorias que no existieron más allá de su imaginación. También están los que aceptan con dignidad que nunca fueron Rivaldo ni Batistuta. Y los que entienden su parábola del retorno como una consecuencia inevitable del paso del tiempo. A estos últimos jamás se les oirá decir que se devolvieron porque las uvas estaban verdes. Claro que la segunda división es más que un cementerio de veteranos. En sus entrañas se forjan las estrellas de los grandes equipos colombianos. David Ferreira, Sergio Herrera y Édgar Zapata son los tres ejemplos más recientes, pero no los únicos. Hace nueve años el Deportivo Rionegro tenía un defensor de lujo: Iván Ramiro Córdoba. Con los 70 millones de pesos que le pagó el Atlético Nacional por su pase, el Rionegro adquirió por fin la buseta en la que hoy se desplaza por las carreteras del país. Si no tuviera ese vehículo, cada viaje le saldría por cuatro millones de pesos, es decir, el doble de los dos millones que hoy gasta. Lo injusto del asunto es que los equipos de segunda invierten tiempo y dinero en el cultivo del talento, pero son los clubes de primera los que recogen la cosecha. Es como si al llegar la Navidad, el granjero que engordó al marrano apenas tuviera derecho al rabo y a las pezuñas. Con los 17 millones de dólares que el Inter de Milán le pagó al San Lorenzo de Almagro por el pase de Iván Ramiro, el Rionegro habría podido comprar una flota de 170 autobuses modernos y fundar una empresa de transporte terrestre. Ahora son las ocho de la noche y los dos capitanes de campo se encuentran en el círculo central, listos para comenzar el partido. Es posible que al final hubiesen arribado 30 personas más a las graderías. En cambio, el cerro de los pobres sigue vacío. Muchos de los que han llegado son vendedores ambulantes de café, de empanadas y de jugos. Jorge Tovar, presidente del Chía Fútbol Club, calcula que cada uno de los 18 equipos del torneo de segunda división beneficia a unas 60 familias. "Aquí no solamente gana la gente del fútbol", explica, "sino también los que imprimen la boletería, los que fabrican los uniformes, los dueños de los hostales y de las fondas de carretera y los tipos que alquilan los buses. Esta es una cadena grandísima". 📷

El presupuesto anual de la mayoría de los 18 equipos de la B oscila entre 250 y 300 millones. La aistencia a los partidos es mínima. No deja ni para comprar una camilla.

Tovar sigue echando números: al multiplicar 60 familias por los 18 clubes, la cifra resultante es 1.080. Eso equivale, según él, a por lo menos cuatro mil personas, con las cuales se podría crear una de las empresas más productivas del país. Una empresa que tendría, por ejemplo, capacidad para elaborar 25 mil balones diarios. Terminado el primer tiempo, los directivos de Rionegro se aprestan a pagar los 700 mil pesos de honorarios de los árbitros. Así caigan rayos y centellas, así no venga ni un solo espectador, para los equipos locales de la segunda división este compromiso es inaplazable. Los anfitriones deben entregar el dinero, a más tardar, en los 15 minutos de descanso. Si no lo hacen, se arriesgan a que los jueces suspendan el partido, como ya pasó en Girardot. Herman Berrío, el árbitro central de hoy, se vino por tierra desde Manizales. Primero tomó un bus hasta Medellín y luego otro hasta Rionegro. De los 250 mil pesos que recibirá por su trabajo, ya invirtió 40 mil en ese viaje de cuatro horas. Cuando se devuelva para su casa, tendrá que gastar otros 40 mil. Así que esta noche, para ahorrarse hasta el último centavo, hará lo mismo de siempre: buscará a los árbitros del pueblo para que alguno de ellos le dé alojamiento gratis. Tal vez tu primera alegría verdadera se debió al fútbol. Antes de conocer la pelota no tenías voz ni voto. Eras el torpe, el feo, el caso perdido. Las chicas de tu cuadra conversaban sobre tu falta de gracia. Los adultos de tu casa repetían una y otra vez que cuando crecieras ibas a ser policía, sin preocuparse en lo más mínimo por lo que tú pudieras pensar. Te aburrías, te callabas. Y para colmo de males, pasabas hambre. Cuando conociste el balón te crecieron alas en los pies, se te olvidaron los sinsabores. Acostumbrado a que los héroes fueran siempre los otros, empezaste de pronto a volverte importante en el barrio. Todo el mundo comentaba tu zancada larga, el disparo letal de tu pierna derecha, ese talento que abría caminos de luz en la cancha. No te quedó más remedio que ilusionarte. Pero ahora, mientras aseas el piso de la casa que compartes con 19 compañeros del Chía Fútbol Club, me pregunto si sobrevive tu alegría. No es que me parezcan deshonrosos los oficios domésticos, sino que te veo apocado sin la pelota, huérfano en esta tierra ajena donde no tienes amigos, triste con ese trapero entre las manos. Diego Peralta, 19 años, dice entonces que mantener limpio el sitio en donde uno vive, no es un castigo sino un deber elemental. En seguida me muestra un papel pegado a la pared, en el cual se establece a quiénes les toca el aseo de la semana. En cuanto a la ilusión, sostiene que se sacrifica, precisamente porque cree que algún día verá los resultados. Tanto él como muchos de sus compañeros, saben que el fútbol les dio una identidad que no tenían, les permitió -como dicen ellos mismos- "ser alguien". Si naces en Palenque y te llamas Oyarbides Cassiani, o si creces en Tumaco con el nombre de Tylson Llampier Zapata, está claro que tendrás menos oportunidades en la vida. Te queda la pelota para evitar que te impongan la derrota como destino. Por eso aguantas los viajes, los soles, las lluvias, los malos sueldos, la soledad de los estadios y el trapero. Todavía tienes derecho a soñar que eres Pelé. Y ojalá la tozuda realidad, muchacho, jamás te demuestre lo contrario.