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10 de septiembre de 2007

Hacer pipí sentado

Por: Gustavo Gómez
| Foto: Gustavo Gómez


Se me pide algo nada convencional: orinar como lo hacen las mujeres en los baños públicos. El ejercicio hará parte de un especial de SoHo dirigido a las mujeres y a ponernos a nosotros en los pantalones de ellas. En este caso a no ponerme en los pantalones de ellas; tampoco en los míos. Habiendo dado el sí de vejiga, me asesoré de una experta, mi mujer, que orina sentada desde que tiene uso de razón y de micción. Confieso que la mía no es una mujer corriente. Eso, que suena tan a lugar común, voy a plantearlo de una manera práctica: Ligeia Ospina jamás ha hecho en un baño público cosa distinta a orinar. Y no lo ha hecho porque lleva dentro a un pequeño Howard Hughes que le administra su particular obsesión por los gérmenes. Es el caso de muchas mujeres que tienen prevenciones varias para estos menesteres, a diferencia de los hombres, que en momentos de necesidad hacemos lo que sea para que el cuerpo no sufra. De ahí, supongo, el deplorable estado de los baños masculinos, donde incluso algo tan básico como soltar el agua parece mucho pedir. Conversando con Ligeia saqué en limpio lo que podrían ser las cinco reglas básicas femeninas del comportamiento en los baños públicos:

1.     Soltar el agua antes y después de orinar, siempre usando el pie o la mano prácticamente envuelta en papel higiénico.

2.     No tocar nada y tratar de manejar las cosas con partes del cuerpo tan neutrales como Suiza: el codo, el pie, un hombro.

3.     Mantener los pantalones (o falda) y la ropa interior a una altura tal que impida que toquen el suelo o se orinen. Ni muy muy, ni tan tan.

4.     Evitar que cualquier parte del cuerpo sienta el frío de la porcelana.

5.     Jamás mirar la canequita del baño, donde, además de lo que ya sabemos, suelen verse otros espectáculos nada gratificantes.

Básicas, digo, porque en el desarrollo del ejercicio que me llevó un día a orinar en baños públicos las fui recordando y las dejaré aquí enunciadas ("denunciadas") entre paréntesis, encomilladas y en itálica. Acompañado por un equipo de producción de SoHo me fui, entonces, a hacer pipí como las mujeres.

La primera escala en la jornada fue Unicentro, "el único lugar que lo tiene todo"… incluido un hombre en el baño de mujeres. Los de Unicentro funcionan desde abril de 1976, y me resulta simbólico elegir el sueño de Pedro Gómez como punto de partida. Aunque poco voy a Unicentro, en mis años de colegio oriné mucho aquí y Aki: nos poníamos cita en un sitio que se llamaba Aki y tomábamos cerveza por horas. En los impecables baños del centro comercial más antiguo de Colombia descubrí ahora que a las mujeres les duele orinar, y no hablo de cistitis o cosa parecida: a poco de agacharme para cumplir el deber periodístico, comenzaron a molestarme los muslos por la tensión de mantenerme "sentado en el aire" para no tocar el inodoro ("te van a doler las piernas porque se hace esfuerzo para sostener la posición y porque tú nunca has hecho ejercicio"). Como el baño estaba muy aseado, decidí ayudarme, sosteniéndome con la mano derecha contra la pared a mis espaldas. No pude evitar salpicar la ropa interior; tampoco pude evitar la vergüenza de haberlo hecho. Cuando uno orina parado la posibilidad de mojar la ropa es mínima, excepto por dos o tres gotas rebeldes que suelen acomodarse en la parte externa de los pantalones. Todo accidente de este tipo en el baño de hombres se produce por los afanes masculinos: un hombre jamás se demora en el baño más de lo estrictamente necesario.

Para orinar en un baño de mujeres se deben cumplir dos requisitos: ser mujer y tener ganas de orinar. Lo primero es apenas un detalle que he vencido amparado en un recurso periodístico; lo segundo, una función del cuerpo que quiere eliminar líquidos, así que a unas cuadras de Unicentro paré en D'Todito, un chuzo esquinero donde tomé la primera Pilsen del día. Y, claro, directo al baño, un cuartico estrecho, privado de papel higiénico y con poca ventilación. ("los baños huelen mal pero yo, que por necesidad he entrado un par de veces a los de hombres, debo decir que huelen terrible; cuando una mujer entra a un baño de hombres debe aguantar la respiración porque el orín masculino es muy penetrante"). La verdad es que científicamente no existe diferencia alguna entre el olor y el color del orín de hombres y mujeres. "Huelen igual y tienen similar coloración", me explica Jaime Andrés Cajigas, urólogo de la Fundación Santa Fe de Bogotá: "Tampoco hay variaciones en cuanto a producción, a cantidad. En la medida en que se tome más líquido la orina contendrá más agua y, entonces, será más clara y olerá menos. La orina es, básicamente, agua con minerales".

Estando en el baño de Unicentro caí en la cuenta de una gran diferencia entre los baños de "ellos" y de "ellas": el orinal. Aunque me tienta decir que fuimos los paisas los que inventamos el orinal, lo cierto es que el honor corresponde a los romanos, quienes hacia el siglo III a. C. lo comenzaron a usar, ubicándolo en el comedor de la casa. Lo llamaban matula y lo frecuentaban entre bocados, en una exhibición de mal gusto pero también de practicidad. El orinal se inventó para ahorrar los entre seis y ocho litros que la cisterna deja escapar en cada descarga, una cantidad exorbitante si se tiene en cuenta que en todo un día, es decir, en varias visitas al sanitario, un hombre elimina a través de la orina alrededor de 1,5 litros. El orinal romano, que es en realidad lo que nosotros llamamos mica o bacinilla, evolucionó (¿evolucionó) en el moderno, de porcelana, que se ubica en la pared, y que, extrañamente, en Colombia suele tener los huecos por donde se elimina el líquido alineados en forma de crucifijo.

De Unicentro pasé a un lugar en el que uno jamás esperaría ver orinales: la peluquería. Que un hombre viole la intimidad del baño de un salón de belleza, aquel lugar en el que la belleza está tantas veces ausente de sus clientas, es como ver a las tropas alemanas marchando por las calles de París el 14 de junio de 1944. Fui a Expressions, calle 119 No. 31-52. Lo típico: casa convertida en negocio, señoras en trance de pañete y muchos empleados con aires de gay pride. Amables todos, al punto de prestarme el baño. Unas gotas de masculinidad como contribución al lugar y salida rápida. Con un poco de tiempo, aparte de hacer pipí, me habría hecho los pies y las manos ($25.000) o unos "rayitos" ($150.000). La cerveza que me había tomado en D'Todito ayudó a cumplir aquí con lo mío. Cuando el cuerpo tiene 150 centímetros cúbicos acumulados de orina, uno siente ganas de ir al baño; con 250, directo al baño; a los 350 el caso es muy complicado y, finalmente, a los 400 no hay nada que hacer (en promedio, en una visita al baño, tanto hombres como mujeres, orinan de 350 a 450 c.c.).

Aunque la inspiración de este artículo es la experiencia en el baño público, convenzo al equipo de incluir un escenario espléndido y muy significativo de la gran tragedia urinaria femenina: el potrero. Ubicamos uno en la vía a La Calera, km 3, entrada a Bosques de Bellavista, donde orino junto a dos vacas criollas y tengo, efectivamente, una bella vista de Bogotá. Un hombre nunca tiene problemas para orinar al aire libre. Jamás. Es como si hubiéramos venido al mundo privados de esa vergüenza. Donde la necesidad nos coge, nos cubrimos con el cuerpo como cortina y ahí mismo solucionamos el problema ("orinar en un paseo o al aire libre es un martirio y si uno va por carretera, peor… hay que buscar un matorral o arriesgarse a hacerlo tapándose con la puerta del carro, forzando la posición para que por encima de la ventanilla solo se vea la cara y por debajo de la puerta apenas las piernas"). En el pasto, el manejo de los pantalones abajo, la inclinación de las rodillas, la posición de las manos y el ángulo del chorro hacen que todo resulte tan complicado como atender el mando de dirección, el de potencia y los pedales de giro de un helicóptero. A eso súmesele el frío que se siente en partes donde normalmente el hombre que orina al aire libre tiene debidamente cubiertas. En el caso de que yo fuera mujer, y no hombre, habría pensado en lo cerca que estuvo el monte del monte de Venus. El hombre, como digo, no tiene reparos en orinar públicamente, pero supongo que para evitar otro tipo de molestias, relacionadas con todo lo demás que sucede cuando el cuerpo se deshace de "peso extra" fue que los escoceses de las Islas Oreadas inventaron el cuarto de baño hace diez mil años… puede ser una coincidencia increíble, pero, de niño, en Medellín, cuando me hacía pipí en la cama, las sábanas eran, como las islas, oreadas al aire libre.

Dejo el campo abierto y me voy a un espacio muy masculino: calle 94, arribita de la 15, una de las sucursales del restaurante típico antioqueño Las Acacias. No es la primera vez que vengo, pero sí la última en que los meseros, ataviados como arrieros, me ven entrar al baño de las señoras. Como va en incremento la molestia en los muslos y rodillas, orino con la puerta del cubículo metálico abierta y me agarro con una mano de las latas. Muchas de las buenas ideas de los hombres se producen mientras estamos en el baño, así que nada de raro tiene que aquí se me ocurra una: visitar el baño privado (ya no público) de una modelo para poder sentarme en la taza con tranquilidad. Un par de llamadas después todo está arreglado y salimos para el apartamento de Johanna Uribe, cuyo punto natural de contacto con el inodoro vimos por primera vez en la edición 76 de SoHo. Nos permitió entrar Piedad, la señora que trabaja para Johanna. Oriné muy tranquilo. Por primera vez en el día me sentí en casa, pues solo en casa los hombres nos damos el lujo de orinar sentados (en mi casa, sobre todo mi hijo de dos años y medio, que lo hace siempre sentado en su pequeña mica). Solo en casa, decía… ¡y en Alemania! Allí, en 2004 se puso de moda ubicar en los sanitarios públicos un aparato en forma de fantasma llamado Spunk (embrujo). Cada vez que el usuario levantaba la tapa del sanitario, Spunk dejaba oír un mensaje grabado en el que, con imitaciones de la voz de los políticos de moda, se invitaba a los clientes a orinar sentados para evitar que ensuciaran. En un año se vendieron 1.6 millones de unidades de Spunk; periodo en el cual los alemanes, con Spunk o sin él, se tomaron 92 millones de hectolitros de cerveza. Gente seria.

Al caer la tarde estuve en el estadio Nemesio Camacho El Campín. Como tengo pie plano y rinitis, y nunca he podido practicar deporte ni ser fanático, recuerdo que la última vez que vine fue en 1984, a un partido de Millonarios y Unión Magdalena. Supuse que hoy encontraría los baños como los dejé en aquel entonces, pero no fue así. Digan que la administración del Campín ha mejorado, digan que todavía no habíamos llegado al medio tiempo que es donde los baños sufren el "ataque" de las hinchas… digan lo que quieran, pero para este encuentro entre Millonarios y Once Caldas los baños estaban bien tenidos. Con excepción de algunas bolitas de papel higiénico en el suelo y de cierto óxido en los separadores metálicos, no pensaría uno que por aquí puedan pasar entre 5 y 10 mil mujeres diariamente. Los baños de hombres en lugares de alto tráfico como los estadios son un martirio: hay malos olores penetrantes, los hombres solemos triplicar nuestra tradicional mala puntería (para orinar y para encestar el papel higiénico en cualquier receptáculo) y las paredes están repletas de avisos obscenos. En mi caso prefiero orinar en el inodoro y no en el orinal porque me da pánico que un residuo, tocado por el chorro, me salte a la piel. Gran ironía: suelen ser mujeres la que hacen el mantenimiento de los baños masculinos. Mujeres que deberían recibir la más alta condecoración por heroísmo en el cumplimiento del deber.

Una hora después de visitar el estadio conocí a Nárud Oetam, cuyo nombre real oculto en este seudónimo para evitar que sus compañeros de trabajo en el bar El Ovejo (14 con 83) le tomen del pelo luego de leer lo que sigue. Nárud, que amablemente prestó el baño de las mujeres, me sirvió unas cervezas y se sentó a conversar sobre el artículo. Y, entonces, se confesó: "Siempre orino sentado". Nárud me explicó que había oído hace años que esta práctica evita esfuerzos innecesarios de la vejiga, y que puede incluso prevenir el cáncer de próstata. Tuve un momento de iluminación bastante estúpido, pues pensé que por eso las mujeres jamás sufren de cáncer de próstata, hasta que recordé, siete segundos después, que las mujeres no tienen próstata (algunos expertos llaman "próstata femenina" a las glándulas uretrales, parauretrales y conductos de Skene). No he podido encontrar referencia médica que corrobore la teoría de Nárud. Y, volviendo a lo mío, orinar en el Ovejo fue un martirio: las cervezas hicieron su efecto y estaba, seguro, a más de 450 c.c. de líquido almacenado. Tanto que fue imposible mantener la posición firme y rematé la faena de pie. Hice trampa.

La última visita a un baño fue cerca de la medianoche en Cha Cha, piso 41 del antiguo Hilton, uno de esos lugares en los que se paga para que no den mesa. Se entiende que el sanitario no haga aquí homenaje a su nombre pero debo decir que a esa misma hora el baño de los hombres es un infierno comparado con este, el de damas. El agua tenía una coloración bastante particular de la cual ya había sido advertido muy temprano en casa ("a veces las mujeres tienen su periodo y es un poco desagradable ver el color del agua, medio rosada, por la sangre que se disuelve en los orines… es mejor ni mirar"). Se me viene a la cabeza el viejo deseo de muchas mujeres de orinar paradas y recuerdo un objeto de escasa comercialización, el Cono Mágico, que se promocionaba con una pregunta: "¿Orinarías en un baño que no es tuyo?". Se trata de un objeto plano y rectangular. La mujer lo guarda en la cartera y cuando debe orinar en baños sucios lo aprieta para darle forma de canal, lo pone en la entrada de la vagina y lo convierte en una especie de pene de papel. No lo venden en las droguerías de Colsubsidio, ni en las de Cafam, ni en Drogas La Rebaja… lo conocen, pero no lo distribuyen, con lo que deduzco que no es precisamente popular en estas latitudes. Mi mujer ni siquiera lo ha tenido entre manos.

He pasado un día orinando como las mujeres y sometiéndome a las difíciles condiciones que afrontan cuando lo hacen en baños públicos, y ahora entiendo por qué lo único que nos envidian a los hombres es poder hacerlo de pie. En todo lo demás, no me cabe la menor duda, ellas son seres superiores. Respeto, literalmente hablando, la "posición" de hombres como Nárud, que encuentran cierto encanto en orinar sentados, pero creo que la naturaleza ha dispuesto que orinemos de pie y es una ventaja enorme, sobre todo en un mundo construido en presencia constante de la porquería y la suciedad. Señoras, las dejo solas en su costumbre anatómica obligada. Yo seguiré haciendo aquello que considero correcto y placentero: salpicar el bizcocho. Solo salpicando el bizcocho hemos logrado, entre otras cosas, perpetuar la especie. La vida, en más aspectos de los que creemos, es cuestión de puntería, y en la puntería siempre importa la posición. Pregúntenselo a cualquier buen tirador.