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18 de diciembre de 2014

Un día en Colombia

7:12 P.M., Jean-Claude Bessudo llega a un coctel

el Bessudo real está muy por encima de su mito. Uno puede o no adherir a su estilo, a las nociones empresariales de cómo se construyen las relaciones públicas, o de cómo interfiere en la política, pero lo que hace Bessudo cada noche lo convierte en un héroe de la mitología urbana.

Por: Nicolás Morales / fotografías: Andrés Calderón
JEAN-CLAUDE BESSUDO DESAFÍA TODAS LAS NOCHES EL TRÁFICO INFERNAL Y LAS INCLEMENCIAS DEL CLIMA PARA HACER RELACIONES PÚBLICAS. | Foto: ANDRÉS CALDERÓN

Yo sé que ustedes saben quién es Bessudo. Su cargo, su distinción, su categoría. Yo sé que muchos creen que es el rey de las relaciones públicas, de los contactos, de la intriga empresarial. Siempre pensé que era un tipo poderoso que cocteleaba, y punto. Un man importante, con buenos trajes que sale en muchas fotos y del cual hay toda una mitología relativa al número de veces que ha salido en las páginas sociales. Pues bien, queridos lectores, me equivoqué y se lo digo de antemano: me quito el sombrero, jamás volveré a entrar a una oficina de Aviatur con arrogancia, lo juro.

La historia de esta conversión comienza más o menos cuando esta noble revista me reta a seguirlo en una lluviosa y fría noche bogotana. A la misma hora en que decenas de miles de colombianos huyen despavoridos de sus oficinas hacia sus casas, este hombre desafía el tráfico infernal, la lluvia inclemente, el sopor de cientos de cocteles y rompe cotidianamente un récord. Lo que yo no sabía es que se no trataba de una marca cualquiera. Y que este hombre de verdad honra su propio mito. Mejor dicho: el Bessudo real está muy por encima de su mito. Primera advertencia: uno puede o no adherir a su estilo, a las nociones empresariales de cómo se construyen las relaciones públicas, o de cómo interfiere en la política, pero lo que hace Bessudo cada noche lo convierte en un héroe de la mitología urbana.

Ese día lo seguí en lo que él llamo una noche normal: fuimos, léase bien, a una recepción en la embajada de Portugal, al lanzamiento de un libro en el Gimnasio Moderno, a un evento en el Hotel Marriot Norte, a la inauguración de un lujoso hotel en la calle 100 y a una obra, con su respectiva recepción, en el Teatro Nacional. ¡Todo esto en una hora y media! Estimados lectores, lo primero es que este hombre es un atleta. Los fotógrafos de esta prestigiosa revista, acostumbrados a estos trotes, transpiraron más que él mismo al seguirlo por recovecos de grandes salones, por corredores, subiendo escaleras y contorneando las multitudes.

Pero no se trata de un simple recorrido entre personas más o menos notables con algunos vinos, esto sería una aproximación superficial alimentada por la envidia. Esto es una verdadera proeza. Estamos ante una especie de gran representación donde todo está calculado; es una suerte de ballet que exige una máxima atención a cada movimiento porque, contrario a lo que se piensa, Bessudo ha construido un sistema controlado y efectivo donde no hay cabida a la improvisación, salvo cuando es necesario. La maratón comienza muy temprano, antes de las 6:00 p.m., cuando él escoge a qué eventos asistirá. Atención: ese día, luego del primer filtro realizado por sus secretarias, aún tenía diez invitaciones para sopesar. Cómo escoger las más estratégicas, las más significativas o las que le produzcan más placer, es una actividad que capta toda su atención. Descarta las muy difíciles, programa un chofer, con temperamento suicida, y se lanza a recorrer lugares, a veces distantes, en el menor tiempo posible. Y ahí arrancamos.

Se preguntarán, ¿y dónde se ve su maestría? Pues bien, Bessudo conoce perfectamente la dirección que debe tomar en el coctel (“evitar esas señoras aburridas”, “acercarme a ese ejecutivo clave”, “esperar a que ellos se acerquen a mí”), sabe sortear obstáculos con gran maestría (un hombre en la inauguración de un hotel lo abraza y lo escupe como si fuera el mejor amigo y después le pregunta: ¿te acuerdas de mí?); evita trampas (algún lagarto que quiere tiquetes porque sí) y, por último y es lo más importante, es ser capaz de dejar la impresión de que aquí estuvo Bessudo para salvar el jodido coctel. Si Bessudo vino, el coctel se salva. Es como una marca de apelación. Es como un certificado de excelencia. Me lo decía él: a veces no tengo ningún interés en este coctel o en aquella reunión, pero debo ir para no sembrar la suspicacia de que puedo estar en contra del evento.

Por supuesto, cuando Bessudo llega a un coctel no hace falta mirar registro de invitaciones (aunque nunca falta el asistente de logística boludo que no lo reconoce, lo que es muy rápidamente subsanado por un superior). Después se trata de un camino donde, como si se tratara de Luis XVI, se abre a medida que camina: las doncellas se apartan, los marqueses y marquesas se acercan y el gran señor de la fiesta saluda eufórico. Siempre hay foto con este último. Yo creo que los embajadores coleccionan esas fotos con él.

Algunas consideraciones técnicas: 1. Todo el mundo saluda a Bessudo, lo que es perturbador; en la embajada casi no deja de saludar a nadie. ¿Cómo se acuerda de a quién debe realmente saludar? Su memoria es de supermamut; en el Marriot reconoció por lo menos a doce personas. 2. Saludó en la inauguración del hotel a todos los fotógrafos de las sociales (y no me extraña que les haya preguntado por algún familiar enfermo). 3. Ubica y usa las salidas de emergencia para evitar las suspicacias de por qué se va temprano. Esto le da un efecto de invisibilidad muy interesante. 4. Nunca tomó en demasía. Gran astucia, nunca borracho. Le pregunté si alguna vez se había intoxicado con los pasabocas y me confesó que él sabía reconocer un camarón en su salsa y dónde debe evitarse a toda costa. Perdonen, pero no son lo mismo los canapés de la embajada de Portugal que los del Teatro Nacional. Paréntesis: los fotógrafos de SoHo y yo mismo arrasamos con los platos y los canapés sin mesura, y luego nos arrepentimos.

Pocas veces le da mamera. En el quinto coctel, yo estaba de muerte. Él, por el contrario, quería continuar la velada viendo un stand up comedy de Sanint. Lo que es increíble para un hombre que ya construyó un imperio y que podría estar en cualquier lugar del mundo alimentando una vida de excentricidades. Increíble para un hombre con una fortuna envidiable, con la que muchos sueñan y se conformarían con solo una parte para nunca más tener que trabajar. Porque, señores, lo que este señor hace cada noche es trabajar y hace que uno piense: ¿Es aún hoy necesario para su empresa Aviatur, la más grande empresa de turismo en Colombia, que su gerente asista todos los días a entre tres y cinco cocteles? Tal vez no. Pero no importa, tal vez es un hábito. O tal vez lo contrario, sin esta práctica ningún imperio se hubiera podido construir y mantener, y Aviatur no es la excepción.

Es bueno también decir que, contrario a lo que él pueda pensar, no creo que todo siempre salga bien. Sospecho que en ocasiones en algunos cocteles no lo reconocen como suprema autoridad. Si me lo permiten, sucedió con el lanzamiento del libro en el Gimnasio Moderno, donde se presentaba una novela de Luis Fayad. Lo vi apoderado de una especie de soledad y melancolía, como la de un rey solitario. Es propio de los famosos y él por ser el más famoso de los asistentes a los cocteles bogotanos debe vivirlo en ocasiones. Ser el más famoso de la fiesta implica una responsabilidad que no siempre puede llevarse. Y a veces se producen algunas miradas de resentimiento o de conmiseración.

Como saben algunos de ustedes, Jean-Claude Bessudo actuó hace poco para una función benéfica en el Teatro Libre. Su papel era ni más ni menos que el grandioso burgués Gentilhombre de la obra del mismo nombre de Molière. La crítica dice que su actuación fue muy buena, contrario a lo que podría pensarse de un ejecutivo de la industria del turismo sin experiencia en los oficios del arte dramático. Pues bien, lo que no sabe la crítica es que él actúa todos los días y yo les digo: en su papel es grandioso.

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