Home

/

Historias

/

Artículo

15 de diciembre de 2004

Los dueños de las ideas

Poder & medio VARIOS AGUILAR 2004

Los elementos del periodismo BILL KOVACH/TOM ROSENSTIEL EDICIONES EL PAÍS/2003Hace algunos días, la estudiante Diana Giraldo se acercó al director de SoHo, que a la vez es uno de sus profesores del posgrado de periodismo en la Universidad de Los Andes, con la siguiente inquietud: había encontrado varias semejanzas textuales entre un ensayo del doctor Hernando Gómez Buendía y el libro Los elementos del periodismo de Bill Kovach y Tom Rosenstiel, editado con anterioridad al texto del columnista de Semana. La estudiante elaboró un paralelo para exponer las 16 coincidencias existentes entre los dos escritos, y demostraba que por momentos parecían ejercicios de parafraseo, que daban un efecto de plagio, y se hacía diversas preguntas: ¿puede omitirse una cita 16 veces? En caso de que sí, ¿puede basarse toda una conferencia en una misma idea ajena? Como el doctor Gómez Buendía está vinculado a Publicaciones Semana, que es la casa editora de SoHo, y como a la vez el director de la revista se sentía con el compromiso de no darle la espalda al tema, él mismo tomó la decisión de acudir a una instancia objetiva, que no se sintiera, como él, inhabilitado, para que se conociera pública e imparcialmente el caso. De ahí que SoHo le encargara al periodista Javier Darío Restrepo, autoridad de la ética periodística, que investigara a fondo lo sucedido y escribiera un artículo con las conclusiones, con la garantía de que sería publicado sin modificación alguna. Así lo hacemos en nuestra habitual sección de denuncias

Los dueños de las ideas Por Javier Darío Restrepo Las ideas tienen dueños y, por supuesto, las palabras escritas y las canciones y las películas y los libros. Pero, ¿cómo hacer para ponerles marca de propiedad a ideas que de tanto leerlas uno cree que son su propiedad? Es el caso más difícil, más sencillo es el de esta historia que puso en evidencia la inviolable propiedad de las ideas. Había leído todas sus obras en español -diez libros para ser exacto-, había coleccionado cuanto artículo de periódico o revista sobre él había llegado a mis manos, lo había citado innumerables veces en escritos, clases, conferencias y talleres de ética, de modo que cuando tuve delante a Ryszard Kapuscinski, el mítico polaco, reportero de guerra, todas mis expresiones de satisfacción y admiración fueron a parar en una observación prosaica: “Ryszard, debería temer este momento porque después de citarlo tantas veces en escritos y conferencias, debo tener una deuda inmensa con usted por derechos de autor”. Estábamos en un pequeño hotel en el norte de Bogotá, a donde había llegado el día anterior, y me sorprendían su mediana estatura, su calva resplandeciente y su apariencia de abuelo. Sonrió benévolo y me pareció ver una chispa de satisfacción que le brillaba en los ojos, la de saber que las ideas son como pájaros que uno suelta y no sabe en qué ramas se van a posar. En este lejano país suramericano, las ideas de este periodista y escritor habían encontrado ramas. Pero, para ser sincero, aparte de las citas explícitas que he hecho de este autor, deben ser incontables las veces en que he utilizado sus ideas sin citarlo, porque las creía mías o, en el mejor de los casos, porque imaginaba que eran coincidentes. A fuerza de leer y asimilar autores que uno encuentra en libros, conferencias, internet, revistas y periódicos, llega un momento en que no sabe qué es lo que tiene de propio en su pensamiento. Esta es una de las dificultades que ofrece el tema que sometió a sus profesores -uno de ellos el director de esta revista- una estudiante sobresaltada porque al leer un texto del profesor y columnista Hernando Gómez Buendía, encontró 16 coincidencias con el libro que ella acababa de leer y subrayar, Los elementos del periodismo, de Bill Kovach y Tom Rosenstiel (apartes de ese libro habíamos trabajado en un curso de ética en los Andes). El texto de Gómez Buendía aparece en el libro de Semana editado por Aguilar, Poder & medio, que recoge las conferencias dictadas en la Cátedra Semana a lo largo de año y medio de discusión sobre los medios y su poder. La estudiante Diana Saray Giraldo pasó una mala noche de incertidumbres y de investigación de una hipótesis: ¿había copiado el conferencista al autor del libro? El principal motivo de duda lo consignó en una doble columna de las coincidencias encontradas en el texto en que el conferencista sigue, una a una, las mismas ideas de Kovach y Rosenstiel sobre los nueve principios fundamentales del periodismo. Los estudiantes conocen la severidad de las sanciones que se aplican en la universidad a los que copian sus trabajos, sobre todo cuando se trata de tesis de grado; por eso Diana llegó a la lógica pregunta: ¿qué pasaría en el plano académico si esto mismo hubiera ocurrido en un trabajo de grado? El prisma ético En busca de elementos éticos para una respuesta, el director de SoHo solicitó este escrito que, necesario es decirlo, no puede leerse como una sentencia que, al final, condenará o absolverá; por tanto no requiere ni jurisdicción ni investidura, como ocurre en los asuntos judiciales. Es, como lo propuso Daniel, un ejercicio de Defensor del lector ad hoc, para un caso que convocó inicialmente el interés de universitarios y, después, de los destinatarios del libro en que apareció el texto que da pie a una interesante indagación. A diferencia de lo legal, lo ético no aporta últimas palabras de absolución o de condena, porque en ética nadie es juez de nadie, uno sólo es juez de sí mismo, entre otras razones porque los valores y principios éticos no pueden ser impuestos por nadie; se adoptan como resultado de una decisión personal que constituye el máximo ejercicio de la libertad humana. Existen sí unos elementos de juicio -decantación de la experiencia- que permiten arrojar una mirada y llevar a un juicio ético sobre los hechos. Es lo que se encontrará en las líneas siguientes. Jalones en los códigos Los códigos de ética periodística son tan severos como las autoridades universitarias cuando se trata de un asalto a la propiedad intelectual de un producto periodístico. Por eso fijan jalones que, como los hitos fronterizos, señalan límites de propiedad. Los más severos quizás sean los periodistas polacos, cuya asociación expulsa a “todo aquel que utilice las obras literarias o científicas de un colega, presentándolas como propias” (artículos 15, 21, 22 y 24). En 30 códigos de todo el mundo encontré una vehemente condena de esta conducta que, en algunos casos, se equipara al soborno y a la calumnia y en otros se califica como odiosa, abusiva y deshonrosa. ¿Por qué tanta severidad? Porque compromete la verdad; es un intento de engaño al lector, lo que en periodismo es un pecado capital. También por una razón de justicia, porque es apropiarse del trabajo de otro. Al tomar un texto ajeno, sin citar a su autor, la injusticia es doble: se le niega al autor el derecho adquirido por su trabajo y, además, se obtiene un lucro por un trabajo que hizo otro. Por esta razón, los códigos consideran esta práctica como “odiosa” 1 o “deshonesta” 2. El código de Liberia aduce otra razón cuando habla de una “seria ofensa profesional”3. En efecto, el rigor científico que debe exhibir la información periodística tiene, entre otras expresiones, la de la transparencia que, como en cualquier trabajo científico, le permite al lector seguir el rastro para llegar a las mismas conclusiones4. Cuando ese seguimiento no es posible, porque se apela a fuentes anónimas, o se omite su identificación, se trata, sin duda, de un trabajo desmañado y de baja calidad profesional. Tanto la apropiación del trabajo ajeno como la omisión de la identificación de la fuente tienen distintas formas. La más obvia es la copia literal de textos que se reproducen sin comillas y sin referencia al autor; a esta práctica se asimila la traducción de materiales que se publican como propios bajo la presunción de que por ser escritos en revistas, periódicos o libros de otra lengua, son desconocidos; también se copian los planes de obras y sus ideas, aunque no sus textos y, muy frecuente, hacer valer como hallazgos propios las citas que se encuentran en trabajos ajenos, que es una forma de aprovechar el esfuerzo de otro sin darle el crédito correspondiente. La zona gris Hay, sin embargo, una zona de neblina en este tema del manejo de la propiedad intelectual ajena. Cuando Gabriel García Márquez escribió su novela La Hojarasca, una de las imágenes centrales del relato fue ese cuerpo insepulto que, por decisión de una parte del pueblo, debería permanecer así, expuesto a las aves carroñeras y a los perros. ¿Había copiado el novelista a Sófocles? “Yo le dije: Gabriel, esta es una trama de Sófocles, cuenta Gustavo Ibarra, citado por Eligio García (Tras las claves de Melquíades, página 289). Él abrió los ojos y exclamó: ¿cómo? Y se interesó de inmediato en la lectura”. Después agregaría el epígrafe con la cita de Antígona, pero la coincidencia no fue mirada como plagio por Ibarra: “Gabriel y Sófocles se habían encontrado en aquel lugar celeste en donde habitan los arquetipos intemporales del drama, gérmenes platónicos que se reflejan por igual en el ateniense y en el de Aracataca, dando ambos la misma construcción básica”. Es más explícito el novelista al tomar prestada la idea de Yasunari Kawabata en la Casa de las bellas dormidas para su último libro y le rinde el homenaje del epígrafe antes de tomar la idea en préstamo. Un desconocido autor dominicano hizo un gran alboroto publicitario contra Mario Vargas Llosa porque, decía, había tomado en La fiesta del chivo apartes de una novela suya, que también tenía como tema al dictador Trujillo. El que sí tuvieron que tomar en serio los jueces fue el caso denunciado por la novelista española Carmen Formoso, autora de Carmen, Carmela, Carmiña, según ella, copiada en la Cruz de San Andrés por el Nobel Camilo José Cela quien, con ese libro, ganó el premio Planeta en 1994. Los jueces se mueven como por entre lo estrechos pasillos de una cristalería cuando deben sentenciar, ellos sí, sobre estos casos. Su mayor dificultad tiene que ver con el hecho anotado por Niceto Blázquez: “Es muy difícil ser absolutamente originales. Ni siquiera los comúnmente considerados como genios pueden prescindir de no depender de nadie en sus ideas. Por eso el citar las fuentes de inspiración es un acto de nobleza” 5. La ley colombiana (art. 31, Ley 23/82) hace lo que puede con una materia en la que domina la indefinición y establece que “es permitido citar a un autor transcribiendo los pasajes necesarios, siempre que no sean tantos y tan seguidos que razonablemente puedan considerarse como una reproducción simulada y sustancial, que redunde en perjuicio del autor de la obra de donde se toman. En cada cita debe mencionarse el nombre del autor de la obra citada y el título de dicha obra”. Desde el punto de vista ético las recomendaciones prácticas serían estas: a. Que la cita no sea tan sustancial que se convierta prácticamente en la obra del citado. b. Que se indique el nombre del autor y las señales de la obra citada. c. Que se escriban comillas cuando la cita es textual. Aunque es lícito hacer un resumen de lo citado de modo que no quede duda sobre la calidad de resumen. d. Que se cite dentro del contexto y se conserve el espíritu de lo expresado por el autor. Las complejas realidades Pero esas teorías casi siempre están distantes de la realidades, aunque en todos los casos orientan. Como tales las hemos tenido en cuenta al precisar los siguientes hechos dentro del caso propuesto por la lectora del profesor Gómez Buendía: -El texto del profesor, publicado en el libro de Semana, Poder & medio, originalmente fue una conferencia, como todos los textos que hacen parte de ese volumen. -El conferencista no puede ser tan riguroso como el ensayista, que cuenta con el recurso de las comillas y las notas de pie de página, para notificar a sus lectores sobre la presencia de otro autor en el escrito, salvo que el conferencista lleve un texto para leer ante su auditorio. Se impone en su caso la referencia oral que Gómez Buendía cree haber hecho en su conferencia de la Cátedra Semana. “Tengo la certeza de haber mencionado la fuente en mi conferencia”, me dijo, cuando hablamos sobre el tema. Para él, sin embargo, es una precisión difícil de hacer porque esta fue una conferencia dictada en varias universidades y en Semana. -Lo que sucedió, además, y es una ocurrencia común cuando se dictan conferencias, es que alguien desgraba y reconstruye el texto, a veces el conferencista lo revisa, las más de las veces esa tarea se delega y puede ocurrir lo que explicó la editora del libro que incluye la conferencia de Gómez Buendía: “En algún momento se omitió citar la fuente de las nueve categorías sobre la cuales el profesor basa su análisis. Es una omisión lamentable que se debió a la metodología un poco diferente de cómo se construyó este capítulo”. Y la omisión es tanto más lamentable, porque el libro reproduce trece conferencias y un epílogo; de ellas, ocho llevan sus citas precisas, alguna conferencia suma 26 citas de pie de página, cuatro aparecen sin cita alguna porque el tema y el tratamiento adoptado por los autores no la requerían; solo aparece el texto de Gómez Buendía sin una sola cita. -El conferenciante admite que tuvo a la vista, vía internet, el texto de Kovach y Rosenstiel entre otros documentos: “Se trata de un tema que tiene una bibliografía abundante; con esto di una charla informal que transcribieron y, sin revisión, ese material fue a la imprenta. No capté el peligro de eso; sé que debí revisarlo y prever esas cosas”, comentó el profesor. -Consciente de la omisión, la editora anunció: “Para subsanar el error enviaré en los próximos días una carta a la Editorial Aguilar para que incluya la cita correspondiente en la siguiente edición del libro”. -En conclusión: el autor y la editora reconocen el error a instancias de la atenta lectora. Habría bastado anotarlo así desde el principio, pero no se habrían puesto ustedes en la posición privilegiada de ver el problema de la propiedad intelectual desde la perspectiva de los autores de códigos de ética y de los jueces. Ni habrían tenido la oportunidad de sentir, desde el pellejo de los autores, el riesgo de ser acusados de plagiarios. Tampoco habrían podido mirar, con la serenidad que da la visión ética de los hechos, un caso en el que lo mismo se puede pecar de injusto o de indiferente. 1. Código de ética de los periodistas belgas. 2. Código de los periodistas de Costa Rica. 3. Código de periodistas de Liberia. II,2. 4. Cf. Philip Meyer, Periodismo de precisión, Bosch Barcelona, 1993. 5. Niceto Blázquez: Ética y medios de comunicación, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1994. Página 156.