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22 de abril de 2010

Testimonios

Marbelle, la del collar de perlas final

Es la reina del rating, pero ante todo es la reina del pueblo. Quizás por eso aceptó hacer este homenaje fotográfico a los íconos de nuestra cultura popular. Con ustedes, Marbelle, la nuestra.

Divino Niño: El culto al Divino Niño se le debe al sacerdote salesiano Juan del Rizzo. Gran devoto de Jesús y de "los méritos de su infancia", quería honrar al Niño Jesús de Praga, pero una sociedad antioqueña reclamó unos supuestos derechos sobre esa imagen y le prohibió a Del Rizzo usarla. Encargó otra al tallador Blas Brando, del amacén El Vaticano y la ubicó en los terrrenos que su congregación tenía en el sur de Bogotá. Desde 1937 el niño rubicundo de bata rosada creado por Brando es la imagen que los colombianos tienen en la cabeza cuando le piden favores al Divino Niño. Fotografías: Pizarro.

Mi homenaje a lo popular

Por Marbelle

Hace tiempo escribí en esta misma revista un artículo que se llamaba ‘Todos somos populares‘. Ahí decía que todos somos populares por el simple hecho de que todos somos colombianos. Los de estrato 20 y los de estrato 1 compartimos un mismo pasado, unas costumbres, unas imágenes que son las que nos hacen colombianos. O díganme quién no ha compartido una natilla y unos buñuelos en diciembre, por ejemplo. En Buenaventura, donde nací, cerrábamos la calle y las mamás se repartían los deberes. Las que podían hacían el pavo o los chicharrones y las que podían menos preparaban alguna otra cosa, pero todos nos juntábamos para celebrar, los grandes y los chiquitos de la cuadra. A mi mamá le tocaba casi siempre preparar la natilla y unas tandas de buñuelos. Y díganme qué colombiano no ha comido buñuelos y natilla en Navidad, ¿ah? Puede que a muchos se les olvide, pero para mí un buñuelo todavía es uno de los manjares más ricos que me puedan dar, y no me avergüenzo de eso. Ahí en la calle cerrada bailábamos y echábamos toda la pólvora que podíamos comprar. Yo era polvorera total, me encantaban los diablitos y los totes. Ahora, con tanta campaña preventiva no se puede echar pólvora en las casas, pero todos los colombianos de mi edad y mayores echaron pólvora en diciembre. A la fija. Como dije antes, los de estrato 20 y los de estrato 1. Y el que diga que no, que tire el primer diablito.

Cuando chiquita pasé un tiempo en Santa Marta. Me acuerdo de un año entero allá que estuve pidiéndole al Niño Dios todos los benditos días una muñeca que hacía chichí y popó y que tomaba tetero. Yo soñaba con esa muñeca. El 25 me levanté toda ilusionada y encontré una Barbie toda tiesa con el pelo como de cabuya. Qué decepción tan grande. Otra decepción fue un 24 que me acosté y no me dormí. Yo daba vueltas y vueltas en la cama. De pronto sentí a mi papá entrar al cuarto con un regalo envuelto, y yo me levanté y grité "¡Papi!". Él se puso nervioso, y ahí supe que el Niño Dios eran los papás. A mí se me hace que todos los colombianos nos acordamos del momento en que supimos esa verdad.

Pero no todo fueron decepciones y tristezas en Navidad. Cuando tenía como ocho años vivía en Cali y quería mucho una bicicleta. El día después de la Navidad, cuando me desperté, no había nada al lado de la cama y me puse muy triste. Mi papá me dijo que nos fuéramos para la iglesia y le pidiera con mucha fuerza la bici al Niño Dios, que le recordara que yo me había portado muy bien ese año. Pues bien, cuando volvimos a la casa ahí estaba la bicicleta. Mucho después me enteré de que a mi papá no alcanzaron a entregarle la cicla el 24, le dijeron que se la llevaban a la casa el 25, y ahí fue cuando me llevó a la iglesia a rezarle al Niño Dios. Hasta hace muy poco tiempo todos los colombianos le pedíamos al Niño Dios, nada de Santa Claus ni Papá Noel ni nada de eso. Y la carta al Niño es otra de esas costumbres populares que compartimos todos y que por eso nos hacen colombianos.

Lo mismo que pasa con el Niño Dios y Santa Claus pasa con las canciones o con la música en general. Acá en Colombia la gente no se acuerda de lo que siempre han oído en las casas y en las fiestas. Y la realidad es que todos crecimos con baladas y rancheras y cumbias. Deben ser contadas las casas donde los niños crecieron escuchando a Los Beatles, por poner un ejemplo. O no sé, pero eso fue lo que me tocó a mí y lo que les toca al 99,9% de los colombianos. En la pensión donde yo nací en Buenaventura había un señor que tenía un radio transistor, de esos que eran cuadrados y venían forrados como en cuero. El típico radio Sanyo de celador, como quien dice. Mi mamá me cuenta que yo como de un añito vivía enamorada de ese radio, y que cuando el señor se descuidaba yo se lo cogía y me escondía a oír música. En esa época sonaba mucho una canción de Juan Gabriel que se llama Yo no nací para amar. ¿Qué colombiano no se acuerda de ese tema o no sabe tararear al menos el coro? ¿Quieren que les cuente un secreto? Esa fue la primera canción que yo me aprendí en la vida.

También creo que en todas las casas de Colombia hay un adorno, una imagen que todos quieren y cuidan mucho. Ese adorno que la mamá adora, que trae recuerdos de un viaje o de un regalo o de alguien querido. En mi casa había imágenes de La Milagrosa por todas partes. Había estatuas, láminas, cuadros pintados de La Milagrosa en todos los tamaños y formas. Otro adorno que nos gustaba mucho a todos eran unos cuadros en alto relieve. Mi mamá cosía y, además de las cosas para las vecinas y los encargos ,hacía esos cuadros. Me acuerdo sobre todo de una imagen de Juan Pablo II y otra de un búho, los dos de colores brillantes. Para mí que todos los lectores de esta revista, por más yuppies o estrato 20 que sean, si hacen memoria se van a acordar de un plato, un florero, una porcelana que todos en la casa adoraban y cuidaban. Esas costumbres comunes nos hacen populares, pero sobre todo nos hacen colombianos.

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