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14 de mayo de 2009

Testimonios

Álvaro López (semáforo de la calle 81 con carrera 9.a)

Niños quemados con pólvora: Álvaro López cuenta su historia

Imagino que el dolor que puede sentir un hombre cuando se le quema la cara es inaguantable. Imagino, también, que mi accidente fue algo horrible. Que un niño de solo 3 años de edad se queme la cara y parte del cuerpo en una explosión en una fábrica de pólvora debe ser algo insoportable para sus padres. Eso fue lo que me pasó en 1966. O, por lo menos, eso es lo que me contaron. Mi papá trabajaba en construcción y mi mamá cocinaba para los obreros que trabajaban con él. Como no tenían con quién dejarme, me llevaban siempre con ellos. Me contaron que algo explotó en la fábrica donde estábamos en ese momento y que quien llevó del bulto fui yo. Hasta el día de hoy me han hecho dos cirugías, que me regaló el doctor Alan García hace cuatro años, y estoy esperando la colaboración para poder tener una tercera.

Fui criado en la plaza de mercado. Desde chiquito trabajé allá cargando bultos, vendiendo mercado y haciendo mandados. Toda mi familia ha estado siempre vinculada a las plazas, y es el lugar donde me sentía mejor de niño, era mi ambiente. Allá nadie me discriminaba, conocía a todo el mundo y, además, me ganaba unos pesos. No me gustaba estudiar, prefería la calle y la gente, y así pasé mis primeros años. Después fue cada vez más difícil trabajar allá, la Policía nos quitaba el mercado y nos echaban, y entonces fue cuando tuve que buscar el sustento por otros lados. Estuve en la construcción, cuidando carros y pidiendo limosna. Desde hace ya 15 años mi zona es el norte; a veces estoy por la 77, a veces por la 82, otras por la 93, y así voy consiguiendo la plata que me sirve para mantener a mis papás. Ya tengo clientes fijos, que me dan buenas propinas, y la gente me conoce. Les ayudo a mis compañeros cuidando carros, y de vez en cuando algún vecino me llama para hacerle un mandado.

Toda mi vida he vivido con mis papás, y en este momento yo soy quien los mantiene, porque ya no pueden trabajar y están bastante enfermos. En un buen día de trabajo alcanzo a reunir 25.000 o hasta 30.000 pesos, pero la lluvia de Bogotá es un contratiempo gravísimo y suelen ser más los días malos que los buenos. A veces tengo que volver a mi casa, en el 20 de Julio, con solo 8.000 pesos entre el bolsillo.

Otro problema es que nadie me da trabajo. Hace nueve años, en una pelea con unos gamines, me apuñalaron cinco veces en el pecho. Quedé tirado en la calle, sangrando, y si no es porque los vecinos llamaron a la ambulancia, tal vez en este momento no estaría acá contando el cuento. Estuve dos meses en el hospital de El Tunal, me tuvieron que operar, y una de las consecuencias fue que no puedo hacer fuerza ni cargar cosas pesadas. Por eso ya no puedo trabajar en construcción, y solo me queda seguir en la calle rebuscando lo de cada día. No me quejo, pero en algún momento me gustaría conseguir un empleo como mensajero, con un sueldo fijo, pero que me permita seguir en el lugar que ha sido mi trabajo toda la vida: la calle.

Todos piensan que por tener la cara quemada he sido discriminado toda mi vida, pero eso es falso. Hay personas que me juzgan por mi condición, pero siempre hay que ganarse la confianza para eliminar los prejuicios. Nunca me he sentido maltratado, y por ahora seguiré cuidando carros. Hay días malos y buenos, gente grosera y gente amable, como en todas partes. Pero es el lugar en el que me gusta estar y donde conozco a la gente que me ayuda para conseguir lo del arriendo y la comida.

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