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19 de octubre de 2009

Peleando en el barro

La escritora y periodista Margarita Posada dejó a un lado su profesión para enfrentarse a varias luchadoras en una piscina de barro. El resultado: varias magulladuras y cortadas que solo notó el día después de la pelea. Periodismo de inmersión en barro.

Por: Margarita Posada
Foto: Santiago Súarez | Foto: Margarita Posada

Abrí los ojos con un trabajo inmenso y traté de pararme. Entonces entendí lo que era el dolor físico producido por una paliza. Me dolían particularmente el cuello, los antebrazos y las rodillas. Aún no había sentido ni visto los rasguños, pero cuando fui rengueando hacia el baño, se abrió una de las heridas que tenía en un lado de la cadera, justo en el punto en el que se encuentran la cola y las piernas y la piel se expande y se contrae con el movimiento. Había una costra de barro en la herida que se resquebrajaba a cada paso, a pesar de que me había bañado con maguera durante media hora después de la contienda. Mis uñas también estaban llenas de barro. Me vi en el espejo con algo del maquillaje negro corrido alrededor de los ojos y examiné uno a uno los rasguños que me había propinado otra mujer en un combate que duró la módica suma de cuatro minutos y treinta segundos.

Cuando me dijeron que la lucha sería de tres rounds de un minuto y medio me pareció un chiste. Pensé que era muy poco tiempo, pero en ese momento, ya con las rodillas completamente moradas y las uñas de mi contrincante impresas a lo largo de la espalda, la cola y los brazos, comprendí que lo que yo guardaba en mi memoria como pequeños flashes había durado la eternidad suficiente para que acabaran conmigo.

Recordé el momento en que me presentaron a las otras luchadoras y, ya vestidas, o mejor desvestidas, nos tomaron unas fotos haciéndonos llaves. Cada una lucía una capa con su nombre estampado por detrás. Ellas tenían bikinis de colores y con hilo dental. Yo, uno negro común y corriente, con calzones más grandes. El anfitrión del evento, Nelson Vahos, nos leyó las normas de la lucha de manera muy protocolaria y formal, exagerando mucho en sus gestos y vocalizando como el locutor de radio que es, mientras se pasaba la mano una y otra vez por la cabeza engominada: "No se acepta bajar cucos, nada de cabello, no se acepta agarrada de teta fuerte, no se acepta chupada de oído". Luego nos inició en el rito al pedirme que les quitara las máscaras a las demás: "Mírala frente a frente" y continuó hablándome a mí directamente, pero refiriéndose en tercera persona. "Margarita va a tener un gesto de desafío y en este momento será grande. Margarita no se deja manipular de nadie, Margarita es la reina, la anfitriona, y como tal debes sobresalir", terminó de nuevo en segunda. "Quiero una mirada fija, una mirada contundente". Me sentí victoriosa porque en dos movimientos ya tenía dominados los cuerpos de las otras, que me aventajaban en firmeza y tonificación, claro, pero no en tamaño. Estaba convencida de que iba a ganar. Pero mientras Vahos me azuzaba, me dio la idea fantástica de hablar de Margarita como si no fuera la que estaba ahí. Olvidé su pudor y entré a ser la Vengadora de Guanajuato.

Por supuesto que antes de bajar, Margarita hizo algo de doping con un par de copas de aguardiente y entonces le presentaron, para su deleite y estupefacción, al señor Iván Sánchez, vocalista y director de la orquesta Iván y sus Bam Band, quien sería el juez de la contienda. Bajamos (Margarita y la vengadora con todos los demás) de la oficina de la Kúpula con K a su planta principal, situada en un centro comercial del barrio La Colina Campestre, donde ya estaba dispuesta una rudimentaria piscina de inflar en forma de hexágono de unos siete metros de diámetro y con apenas unos seis centímetros cúbicos de barro. Aunque afortunadamente la sensación del barro no le da asco a Margarita (por el contrario, le agrada), verlo le trajo inmediatamente a la cabeza la imagen de una porqueriza y se sintió cochina.

Digamos que pegarse, entre mujeres, es antinatura. El territorio de la agresión física es, generalmente, desconocido en el ámbito femenino. Margarita recuerda haberle pegado un gato a su hermano y pellizcar a su prima cuando todavía era una niña pero, fuera de un evento inesperado durante su adolescencia en el que casi sin pensarlo le pegó un puño desatinado y torpe al novio de una amiga, no cree tener más referentes. Las mujeres no pegan. A las mujeres les pegan, aunque el dicho popular de que no se las toca ni con el pétalo de una rosa rece lo contrario.

Aunque la lucha en el barro es, a todas luces, un fenómeno completamente gringo, Margarita se sentía como en un circo romano moderno. La figura del circo romano persiste a través de todos los tiempos en otras modalidades como la tauromaquia, las peleas de perros y, claro, las peleas de mujeres en el barro, cómo no. Así que ambas asociaciones la hicieron llegar a la conclusión de que no le quedaba más remedio que reírse de la situación. No sabía cuándo se sentía más humillada: si al pensar en los romanos o al pensar en los gringos, porque cuando Margarita dice gringo se refiere a ese cliché de turismo y diversión que ahora registran en el programa televisivo Wild On donde un poco de subnormales gritan uuuuuuuu a ritmo de techno y se sacan las tetas de una manera vulgar y patética. Y lo que sucedió cuando salimos al ring delineado con esa cinta de rayas amarilla y negra que ponen los policías para cerrar la escena del crimen fue exactamente igual que Wild On, solo que un poco más patético.

Todo el mundo gritaba extasiado y se reía a la vez, con esa risa vulgar de quien se burla de otro. Aunque Margarita se escondía detrás del antifaz y de su seudónimo —la Vengadora de Guanajuato—, se repetía mentalmente: "Estás en La Colina Campestre, en paños menores y disfrazada de luchadora con un antifaz de encaje, frente a una multitud de personas y al lado de unas jóvenes seis o siete años menores que tú y con unos cuerpos esculturales. Si esto no es ir del anonimato al desprestigio directamente y sin escalas…". Nuestro referí era el propio Vahos, como ya lo mencioné, y junto con Iván sin sus Bam Band sacaron por sorteo los nombres de las dos primeras luchadoras: Ellas eran Atila la Reina y Centella Negra. Margarita tuvo suerte de no tener que pelear con Centella, que era la más chiquita, porque ya la había visto haciendo barras arriba en la oficina sin el menor esfuerzo y eso la intimidó.

***

Esa mañana, después de echarme agua oxigenada en las heridas y de tratar de recomponer el rompecabezas que había sido la pelea, me senté en el computador a buscar en esa suerte de biblioteca total de la que hablaba Borges que es Google y al introducir en el motor de búsqueda lucha femenina en el barro aparecen 11.200 entradas, mientras que al poner "mud wrestling" hay 610.000, casi todas de videos. Existen asociaciones de luchadoras, pero no propiamente en el barro, como una categoría establecida y formal. Están la ProWW (Profesional Women of Wrestling) y la triple WWW (World Women‘s Wrestling). Por ahí llegué a la imagen mítica de dos divas de la lucha libre: Mildred Burke y June Byers. Ambas aparecen en vestidos de baño típicos de los cincuentas y según varios documentos fueron las pioneras de la lucha femenina. Pero el barro no se menciona por ninguna parte.

Saltando de un lugar a otro encontré que Paul Boesch dijo ser el inventor de esta modalidad de lucha y que era además autor de un libro de poemas titulado Much of Me in Each of These. Parece ser que en 1966 este hombre organizó accidentalmente una pelea en el barro, porque ya existía una modalidad llamada Hindu Style, en donde se luchaba en tierra, pero alguien dejó una manguera abierta y el ring se convirtió en un charco de lodo. Lo cierto es que mi contrincante de la noche anterior no estaba familiarizada con nada de esto. Su incursión en el mundo de la lucha se dio a través de Vahos, que le propuso a ella y a otras dos jovencitas participar en el espectáculo que había montado en su discoteca, donde inicialmente se hacían peleas en gelatina. No por eso me salvé de ser ampliamente derrotada por Diana, la Gladiadora.

Cuando entramos en el ring yo y mi otro yo, la Vengadora, ella se puso en plan actriz y se dibujó una V de victoria con el barro, al tiempo que retaba a la gladiadora a acercarse. Por si fuera poco, hacía muecas exageradas como los luchadores de verdad y trataba de mantener cierta feminidad con gestos sensuales hacia su contrincante. No podía verse más impostado todo. A lo mejor lo que buscaba con sus provocaciones era generar un ambiente de discordia. Necesitaba que Diana la odiara por algo para que fuera más real la pelea. Y al parecer lo logró, porque en un minuto la tenía encima de nosotras agarrándonos. La cara de angustia y de rabia que puso una vez la Vengadora intentó montarse encima de ella fue similar a la expresión de un soldado en la guerra. Yo lo veía todo desde adentro y me di cuenta de que tanto la Vengadora como mi contrincante (Diana o quizás esa otra que era la Gladiadora) estaban dispuestas a todo. Estaba tan abrumada, que solo le permitía a mi otro yo pelear cuando pitaban para que nos detuviéramos. Mis amigas, que desde un lado se reían a carcajadas, empezaron a poner cara de acontecimiento también. Una de ellas me confesó luego que en un momento dado ya ni siquiera le pareció divertido. Estaban "sonando" a su amiga y ella sintió ganas de burlar las cintas negras con amarillo para ayudarme. Aturdida, cada vez que caímos al suelo sentía los totazos, pero no imaginaba lo magullada que iba a quedar al otro día. Y todo lo que me parecía un chiste algo grotesco empezó a convertirse en una agresión física real en la que yo no quería participar más. Logré no tener la cara llena de barro, lo cual es una gran ventaja porque así no se puede abrir los ojos. Sin embargo, ni mi fuerza ni mi tamaño ayudaban de ninguna manera, pues el equilibrio necesario para hacer las llaves que minutos antes me habían llevado a creer que iba a ganar no existe cuando uno está parado en una piscina de barro y todo se resbala. Tengo entendido ahora que las luchadoras en el barro deben comenzar arrodilladas y no paradas, como lo hicimos nosotras, para evitar pegarse tan duro al caer. Las normas acá eran simplemente de mutuo acuerdo.

La pelea inicial suponía un sencillo juego durante los primeros rounds y en el tercero una le tenía que quitar a la otra una cinta que ambas teníamos amarrada en el brazo. Quien la quitara primero ganaba. Pero a mí se me ocurrió proponer que nos calificaran también por las veces en que tirábamos a nuestra contrincante al piso. Entonces acordamos que tumbar a la otra nos daba tres puntos y que mantenerla en el suelo durante más de tres segundos nos daría tres puntos, las llaves darían dos puntos y quitar el cinto, cinco puntos. Y ya metida en el barro olvidé la cinta, olvidé que tenía que ganar y en lo único en que pensaba era en que acabaran esos cuatro minutos eternos de desprestigio.

Al principio se me antojaba chistoso, cómico. Pero cuando uno empieza a tratar de tumbar a su contrincante se da cuenta de que ganar y divertir a un público que suelta carcajadas de risa nerviosa implica agredir a otro. Y agredir a alguien siempre es una descarga exagerada de energía, casi tan brutal, que ni uno mismo conoce sus propios alcances. Siempre me he considerado una mujer brava, que pelea con facilidad y que a veces reacciona frente a la vida con los guantes puestos. Pero esto del contacto físico me disgustó. Ahora sé que soy mucho mejor para llevar a cabo batallas psicológicas y que soy experta en herir con palabras, pero que la agresión física no es lo mío.

Siempre tiendo a clasificar las escenas de mi vida haciendo alusión a la estética o al ambiente de una película. Esta sin duda la inscribiré en El club de la pelea. Cuando me entregaron el video sentí exactamente esa vergüenza que siente su narrador cuando descubre que él y Tyler Durden son una misma persona. Vi a la Vengadora en acción, actuando, tirándose encima de su contrincante cuando no tocaba y retándola con palabras que ni siquiera recuerdo. Y la verdadera pelea fue la que tuve que librar dentro de mí para aceptar que esa suerte de marranita llena de barro que daba un espectáculo algo decadente también era yo, esta vez haciendo periodismo de inmersión en el barro. Porque, como dice el epígrafe de Robert Browning en la novela de Chuck Palahniuk: "When the fight begins within himself, a man‘s worth something" [Cuando la pelea comienza consigo mismo, un hombre vale la pena].