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20 de octubre de 2004

Prostituta

Mónica se baña antes de salir del sitio nocturno en el que trabajamos juntos. Cogemos un taxi y, a eso de las tres de la mañana, recogemos a nuestra hija de dos años donde mi mamá.

Por: Fernando Guerrero

Tan pronto llegamos, Mónica es solo mía: hacemos el amor y caemos rendidos. El voltaje de la noche ha sido muy fuerte: muchas viejas desnudas excitan a cualquiera y yo tengo a la de más experiencia. Al otro día nos despertamos a las 11 de la mañana. Mónica le da pecho a la niña mientras hace el desayuno o se echa cremas. Yo tiendo la cama y alisto la ropa que ella se pone para salir a la pasarela de strip-tease. Dejamos a la niña en donde mi mamá, a dos cuadras de nuestra pieza, y cogemos TransMilenio. Así es siempre, excepto los domingos, cuando nos la pasamos viendo televisión.
Nos enamoramos cuando ella tenía 29 y yo 17. Era sábado santo. Llamó un amigo y dijo que tenía tres hembras: Solanyi, Liliana y Mónica. Ella tenía jeans apretados, blusa de rayas, sandalias azules y el pelo rubio recogido. De una me fue diciendo que le parecía un pelao interesante. Todo estaba cerrado y yo no tenía dónde caerme muerto. "Compremos lo que sea", dijo Mónica, y sacó un fajo de billetes. Escogimos guaro, nos fuimos para mi casa, bailamos y en la cocina pasó lo que tenía que pasar: descubrí su cuerpazo.
Nos vimos el siguiente domingo. Me contó que era costeña, que era la mujer de un narco que estaba preso y que tenía dos chinos. Yo le dije que era un don nadie. A los 20 días de conocernos la flaca sacó un apartamento y nos fuimos a vivir juntos. Siempre gastaba y me decía que pidiera lo que quisiera. A la suegra le mandaba regalitos y decía que estudiaba en la nocturna, hasta que me lo confesó todo: "Yo bailo, yo hago strip-tease". "Llévame ya a donde trabajas", fue lo único que me atreví a decirle. Me llevó a Solid Gold y la vi bailar. Los borrachos la manoseaban y le gritaban: "Cama para Mónica, cama para Mónica". Luego se iba con algún cliente.
Fue un voltaje muy fuerte. Volví a chupar, a meter bazuco, marihuana y perica. No podía entrar al sitio, porque era menor de edad. Me quedaba esperándola, dando vueltas en la cama mientras la imaginaba acostándose con otros tipos. Cuando volvía, le hacía reclamos, nos insultábamos. Esos escándalos hicieron que tuviéramos que mudarnos varias veces. En la calle nos señalaban y aún tenemos que ocultar el oficio del que vivimos, peleando pasito y diciendo que trabajamos en un bingo, cuando en realidad salimos corriendo a coger turno para que Mónica pueda pasar varias veces a hacer su show, ganarse $12.000 por cada uno y entusiasmar con sus movimientos a un cliente para que se vayan al reservado o la invite a una cerveza (le pagan $2.000 por cada cerveza a la que la inviten). Yo soy mesero del lugar y cada cuatro shows tengo que pedir $3.000 por cabeza para que una de las chicas haga sexo en vivo o show lesbian. Un voluntario del público pasa a la pasarela, lo desvisten y, si logra superar el miedo, lo hacen ahí en frente. De lo contrario, sube otro voluntario hasta que pase lo que debe pasar.
¿Por qué acepto que mi mujer se dedique a esto? Tal vez por la niña. Soy hijo de un universitario que dejó embarazada a mi mamá cuando trabajaba como empleada de su casa. Sus papás le pagaron a mi mamá para que se librara de mí antes del nacimiento. Ella no aceptó. Yo me salvé y también mi hija. Eso me marcó. Después de tener la niña, Mónica aceptó renunciar. Yo había entrado a la rusa como asistente de obra. Vivimos un tiempo con lo que nos mandaba mi mamá y a veces tenía que salir a echar mano con mis amigos del barrio. También trabajé como salvavidas de la piscina de un club social, gracias a don Luis, un cliente de Solid Gold que, eso sí, nunca se acostó con Mónica. Pero la paga era mala. Mónica se mamó y, gracias a su hermana, a la que ella misma había llevado a Solid Gold y que ahora trabaja en donde nosotros lo hacemos, entramos los dos a camellar allá. Tal vez, es por todo lo que hemos vivido juntos y por lo poco que podemos ganar de otra manera, que acepto esta vida. Además, la flaca está dispuesta a que yo haga lo mismo que ella. Me puya para que vaya al gimnasio, saque músculos y baile en shows de strip-tease para mujeres. Una vez lo hice: bailé en un salón comunal de Bosa vestido de monje. Fue muy bacano. Todos me felicitaron. Mónica dice que en esta sociedad uno no vale nada si no tiene plata. Así que si me pagan unos pesos, cree que debería acostarme con la mujer que fuera y hasta hacer show de sexo en vivo. Por ahora, soy mesero de los clientes del lugar, mientras ella les echa ficha y no falta el pirobo borracho que en medio del show empieza a manosearla. Me entran muchas ganas de romperlos, pero tengo que controlarme. Si quedo mal con el jefe todo se va a la mierda. Claro que puedo torearlos, y lo bueno de trabajar con ella es que puedo controlarla, la tengo entre ojos.
Cuando Mónica sale a hacer su show o está con un cliente, no logro acostumbrarme. Volteo la mirada, me voy al baño e intento pensar en otra cosa. Lo peor es cuando se van al reservado. Prendo de una un cigarrillo, el corazón me empieza a latir muy fuerte y me dan ganas de salir corriendo y dejarla. Yo sigo atendiendo a los clientes, hago de tripas corazón, pero solo pienso en lo que está pasando en el cuarto. Siempre existe la duda. Ahí no puedo controlarla. ¿La estará pasando bien? ¿La habrá maltratado? Tan pronto sale le pregunto cómo le fue y a veces le digo que estoy mamado de esta vida.