Home

/

Historias

/

Artículo

14 de julio de 2004

Que nunca me falte mi perra

Es muy raro que de un día para otro uno no pueda volver a ver a nuestro señor Jesucristo.

Por: William Ruiz

Es muy raro que de un día para otro uno no pueda volver a ver a nuestro señor Jesucristo. Quedé ciego hace trece años por culpa de una bomba que pusieron un viernes santo a las afueras de la iglesia La Macarena de Ciudad Kennedy y esa fue la última vez que lo vi, aunque ahora lo tengo más cerca que nunca. Pero así como esa tragedia me arrebató muchas cosas, entre ellas mi sombra y la luz del sol que la proyecta, también trajo a mi vida dos grandes amores: Mónica, mi esposa, y Ernestina.
Tina, como le digo en confianza, es una perra guía pastor alemán que no me desampara ni un segundo, es la verdadera niña de mis ojos. Vivo con ella desde octubre de 2002. Nos conocimos dos meses y medio antes, cuando su adiestrador, Juan Carlos Guerrero, de la Fundación Vishu del Ciprés, nos presentó. Durante ese tiempo la visité en la fundación y nos fuimos acercando poco a poco. Fue una especie de coqueteo, necesario para saber si nos aceptábamos mutuamente. Hubo pleno entendimiento. Antes había pasado por un proceso de adiestramiento que se apoya en el instinto maternal. Ejercicios que despiertan su territorialidad y sentido de la amenaza y del peligro. Luego se le enseña a recordar recorridos específicos para que pueda guiar a su amo y, sobre todo, se recorren terrenos complicados para que aprenda a rodear obstáculos. En ese tiempo que duré visitándola o ella visitándome, le mostramos el barrio, las caminatas que hago con regularidad y Juan Carlos hizo énfasis en ciertos puntos de referencia, esquinas, paredes, olores. Pero también se refuerza su sentido exploratorio para que una vez estuviera conmigo pudiéramos crear nuevos recorridos sin estresarse. Porque se estresa, yo lo sentí al principio cuando me jalaba más de lo normal o cuando se detenía de improviso.
En el momento en que Ernestina aprendió a protegerse estuvo lista para protegerme. El cordón umbilical que nos unió fue el arnés con asa, un chaleco con una agarradera especial que funciona como extensión del perro. Desde esa primera tarde en que probamos el arnés Ernestina es mi nueva sombra o mi sombra recuperada, aunque hace por mí muchas más cosas, vaya donde vaya (hace un tiempo viajamos juntos a Cartagena en avión). Por ejemplo, cuando se me caen las llaves las recoge y me las entrega, o si el viento se lleva de mis manos un billete me lo devuelve. Cuando atiendo a uno de mis pacientes en el consultorio -hago masajes de relajación y reflexología- está atenta, porque no falta el avivato que quiera aprovecharse. También me avisa si dejo una luz prendida y esquiva los charcos por mí. Cuando abro la puerta de la casa, Ernestina es la que se asoma con precaución, es la que me acompaña al banco a pagar los servicios, la que me lleva a donde José Luis Méndez, otro amigo invidente que pronto recibirá de la fundación un perro guía. Yo fui oficialmente el primero en Surámerica en recibir uno. En Colombia apenas hay cinco.
Gracias a esta pastor alemán recuperé parte de mi calidad de vida y se lo retribuyo con un concentrado especial que cuesta $180.000, un baño mensual de $30.000, profilaxis para su dentadura y muchísimo cariño. Ya no dependo de la gente para que me pase de una acera a la otra o para subirme a un bus. Pasé un buen susto el día en que le dio una diarrea crónica, imagínese, para mí es como una madre sobreprotectora. Una vez un amigo trató de asustarme por la espalda y ella lo inmovilizó en un segundo. Ahora solo hablamos por teléfono porque si aparece a la media cuadra ya le está ladrando.
Ernestina y yo hemos aprendido a dar batallas. Los señores del Ley ya no nos detienen en la entrada -el código de Policía nos autoriza a entrar a hospitales, ascensores, establecimientos públicos sin restricción-, y ahora estamos peleando para que TransMilenio autorice nuestra movilización. Los dos nos enfrentamos a los conductores que nos echan las busetas encima y a los vendedores ambulantes que no entienden por qué un perro y un ciego en ocasiones pueden pisar su mercancía. Como dice el dicho, somos un dúo dinámico. Es mi sombra protectora y el día en que me falten ella o mi esposa o uno de mis hijos, ese día volveré a la oscuridad.