Home

/

Historias

/

Artículo

14 de abril de 2003

Qué pasa cuando uno se quiebra

Por: Jorge Aristizábal Gáfaro

Uno queda roto. E igual que sucede con la pérdida de un ser querido, de un amor, de un empleo o de un brazo, debemos encarar las sucesivas fases en que se resuelve el duelo. Tales fases no necesariamente se despliegan de modo lineal, así que en una pueden manifestarse aspectos de las otras.
La primera es de negación. El fulminante rayo que aparece en el diagrama financiero anunciando la tormenta es absorbido por la incredulidad. Nos repetimos que la iliquidez es transitoria, apenas una mala racha, una prueba a la tenacidad y, por lo tanto, debemos tener fe, ser creativos, actuar con audacia, asumir nuevos riesgos y esperar la inminente mejoría de los tiempos. Tal ceguera disfrazada de optimismo es también estratégica: sabido es que confesar el déficit crea el pánico que precipita los desastres, así que ante parientes, amigos, proveedores, empleados y clientes aparentamos impavidez y aseguramos que si bien hay dificultades, no hay ninguna que el coraje no pueda sortear. Otras tácticas son renovar el ropero, cambiar de carro, repartir obsequios y extender invitaciones, no solo para probar que estamos en buena forma, sino en procura de negocios, esperas y recursos para reanimar la moribunda empresa.
La segunda fase es de rabia. Las demandas, embargos y remates junto a la falta de dinero nos empujan a la caza de culpables. Esposa e hijos son el primer blanco de las furias: si ella nos hubiera disuadido del negocio, si no gastara tanto, si nuestros hijos no demandaran tantos gastos. Tal ráfaga de acusaciones, en medio de la ruina, puede conducirnos al divorcio y a la disolución de la familia, que se suma a la de otras relaciones, ya que para entonces los amigos que nos prestaron dinero o nos sirvieron de garantes forman parte de la implacable legión de acreedores. Descreídos del amor y de la amistad, enfilamos baterías contra amantes, socios, empleados, clientes, bancos y desde luego, el gobierno. Es común en esta fase la aparición de fantasías suicidas, homicidas e incluso terroristas con la premisa de que si el mundo nos aniquila, antes aniquilaremos el mundo.
La tercera fase es de negociación. Nuestra autoestima es tan frágil y nuestra noción de la lógica tan dudosa que para explicarnos el desastre acudimos a lo divino y lo sobrenatural. La quiebra no fue el resultado de erróneas decisiones gerenciales o de una realidad económica global, sino un castigo, un embrujo o un maleficio que nos lleva a abrazar una fe culposa que, para el caso, es superstición. De este modo, pactamos con los difuntos, un santo o algún brujo la salida de la ruina mediante actos de expiación, rituales y conjuros.
La cuarta fase es de melancolía. Aquí ya no nos evadimos, ni estamos furiosos, ni manipulamos. Nos hallamos en el infierno de la soledad, la miseria y el escarnio, pero como el infierno es precisamente la forja de los héroes, los débiles se pierden en el resentimiento, la lástima, la locura o el suicidio, mientras que los valientes son capaces de cauterizar con fuego las heridas. Es el momento de ir al psiquiatra, de examinar la existencia, de establecer a quién debemos perdonar, a quién debemos pedir perdón y cuáles son nuestras necesidades verdaderas. Así mismo, es la ocasión para liberar algún talento, leer, pintar, escribir y aprender nuevos oficios.
Tras el infierno se llega a la racionalización. El perdedor se ha convertido en sabio, en un sujeto capaz de valorar el naufragio. Este sujeto, más humilde, sensible, compasivo, generoso, en adelante tendrá conciencia de sus límites, sabrá qué cosas puede y no hacer, admitirá que en las limosinas también van indigentes y, sobre todo, tendrá la sincera convicción de que el verdadero y más fructífero negocio es aquel que nos ofrece a un mismo tiempo dos riquezas: realización y tranquilidad. Así lo enseñan los sabios: para llegar a Ítaca, Ulises tuvo que bajar primero al Hades; para zarpar al mundo, Maqroll tuvo que parar en Lecumberri.

Quiebra Inc.

Las diez quiebras más cuantiosas de la historia según valor de activos declarados (en millones de dólares):

1. WorldCom Inc, 21 de julio de 2002, 103.900
2. Enron Corp, 2 de diciembre de 2001, 63.400
3. Conseco Inc., 18 de diciembre de 2002, 61.400
4. Texaco Inc., 12 de abril de 1987, 35.900
5. Finantial Corp of America,
9 de septiembre de 1988, 33.900
6. Global Crossing Ltd., 28 de enero de 2002, 25.500
7. UAL Corp., 9 de diciembre de 2002, 25.200.
8. Adelphia, 25 de junio de 2002, 24.400
9. Pacific Gas & Electric Co.,
6 de abril de 2001, 21.500
10. Mcorp., 31 de marzo de 1989, 20.200 .