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17 de marzo de 2004

Surfear en el Amazonas

Por: Alexandre 'Picuruta' Salazar

El 23 de septiembre de 2003 hice surf sobre la ola más grande del mundo y, en contra de lo que la mayoría pueda llegar a pensar, fue lejos, muy lejos del mar.
Dos veces al año, durante los equinoccios de primavera y otoño, los océanos se alteran y las mareas ofrecen espectáculos impresionantes. Al noroeste del Brasil, en el estado de Amapá, la fuerza del Atlántico se enfrenta con el torrente del río Araguari, uno de los más caudalosos de la Cuenca Amazónica, formando lo que se conoce como 'ola de marea'. Los indígenas la llaman Pororoca, que quiere decir 'gran estruendo', fenómeno que además relacionan con la muerte, dado que devora todo lo que encuentra a su paso. Pororoca es una pared de agua de seis metros de altura y tres kilómetros de ancho que avanza a toda velocidad estremeciendo el corazón de la selva. Irónicamente, un fenómeno tan temido pasó a convertirse en 1997 en el sueño de todos los amantes del surf. Ese año, Eraldo Gueiros, campeón de tabla del Brasil, se lanzó al río y consiguió montar la ola por un par de minutos. El año pasado, luego de entrenar intensamente y de llenarme de valor, me atreví a enfrentar, como él, la ola. Para llegar al lugar donde se forma, debe hacerse un recorrido de 16 horas en barco desde la ciudad de Macapá, sobre el río Amazonas, hasta el Atlántico, para luego navegar hacia el norte hasta encontrar la boca del río.
Después del viaje es importante descansar y a la mañana siguiente, antes de salir en busca de la ola, no hay nada mejor que desayunar con un plato de arroz, arvejas y chigüiro. Se suele esperar la ola a orillas del río junto a las tablas de surf o sentados sobre las motos de agua que conduce el equipo de rescate. Aquí pueden pasar varias horas bajo el sol extremo y la humedad del ambiente no permite que los protectores solares se adhieran a la piel. Cuando me daban ganas de orinar, los nativos me decían que lo hiciera lejos del río, porque un pequeño pez llamado Candiro, que sólo habita esas aguas, puede escabullirse rápidamente por la uretra de los hombres y ocasionar terribles lesiones internas. Se imaginarán cuántas veces fui al baño después de oír ese comentario. El río también esconde enormes serpientes constrictoras y caimanes yacaré, animales dispuestos a devorarlo a uno al menor descuido.
Cuando se aproxima la ola, las aves saltan de los árboles y escapan en bandadas que adornan el cielo. El agua vibra y el 'gran estruendo' se oye cada vez más fuerte. Cada surfer se prepara y cuando la ola puede divisarse a lo lejos, pintando una delgada línea blanca con su espuma, abordamos una de las motos náuticas para que nos lleven hasta el centro del río. Ahí permanecemos inmóviles mientras la ola se acerca como una estampida de elefantes. Cuando la Pororoca se encuentra a unos 20 metros, la moto da media vuelta y escapa a toda velocidad mientras uno salta al agua con la barriga sobre la tabla. En una fracción de segundo la ola lo impulsa a uno. La mente se pone en blanco y de repente se encuentra uno sobre una especie de alud que recorre el corazón de la selva. Hay que estar supremamente concentrado para no perder el equilibrio, porque cuando uno cae al agua puede ser devorado por las pirañas o golpeado por alguno de los troncos que arrastra la corriente. El 23 de septiembre reté a Pororoca y salí ileso. Duré 35 minutos sobre la ola y recorrí una distancia de 13 kilómetros sin caerme, lo que me hizo acreedor del récord al recorrido en surf más largo del mundo. Ese día impuse una marca y cumplí el sueño de correr sobre 'la ola interminable'.