Al día siguiente ya tenía más de 20 prospectos de hombre ideal: extranjeros, cultos, caballerosos y con muchas ganas de una esposa colombiana. Sin preguntármelo, se inventó un correo electrónico con mi nombre, y creó mi perfil e incluyó una foto.
A los pocos días me llamó la atención el único que no tenía foto en su perfil. Me parecía una persona madura e interesante. De inmediato me escribió pidiendo mi número telefónico. Esa misma noche recibí su llamada y conversamos por más de una hora. No hubo problemas con el idioma porque él hablaba español. Me contó que desde el 2001 estaba divorciado de su segunda esposa, tenía tres hijos de su primer matrimonio y ocho nietos. Igualmente me contó sobre su trabajo en el Ejército de los Estados Unidos, donde fue asesor militar. Me dejó descrestada, porque además hablaba inglés, español, alemán y algo de árabe. Durante los siguientes cinco meses hablábamos media hora diaria y como nunca me había enviado su foto me lo imaginaba de mil maneras. Le contaba sobre mí y coincidíamos en muchas cosas.
El primero de noviembre de 2007 me dijo que renunciara a mi trabajo, que él había vendido todas sus cosas y que tenía vuelo para Medellín, casi me muero del susto. Llegó el día esperado, era domingo, y mi mamá y mi hermano Diego me acompañaron al aeropuerto a recibirlo. Por fin lo vi y me sentí muy feliz porque me gustó mucho. Llegamos a mi casa y nos esperaba toda mi familia, almorzamos y en la noche nos fuimos para un hotel. Allí pasamos tres noches y luego buscamos apartamento, pero yo no lo veía convencido, era callado y pensativo.
A principios de marzo de 2008 tuve que viajar a Bogotá y cuando regresé él se había ido. Se llevó todas sus pertenencias y me dejó una carta diciéndome que necesitaba tiempo. Tuve un fin de semana terrible, lloraba e imaginaba que había conocido a otra persona. A los tres días recibí su llamada. No me dijo dónde estaba y hablamos muy poco. Días después volvió a llamar y me dijo que regresaba el jueves. Ese día lo recibí en el aeropuerto y el 28 de marzo se devolvió a Estados Unidos. Lloré bastante, pero en el fondo tenía una leve esperanza de que volvería. A los 15 días me llamó decidido, me dijo que quería compartir conmigo el resto de su vida. Regresó y comenzamos a averiguar los requisitos para el matrimonio civil y nos casamos en Medellín, en la Notaría 27.
Con el tiempo solicitamos mi residencia americana y el 2 de mayo de 2010 llegamos a los Estados Unidos. Nos volvimos a casar allá para compartir ese momento con su familia. Hoy vivimos en Mocksville, Carolina del Norte, y en julio cumplimos tres años diciéndonos cada mañana: “I love you”.