El amor entre dos transexuales
Isabela Y Brian
Brian se llamaba Paola, e Isabela, Jonathan. Ambos nacieron con un sexo contrario al que ahora tienen y comenzaron su proceso de transformación cuando todavía eran niños. Para los dos fue un paso muy difícil de dar, pero al mismo tiempo resultó inevitable. (Carta a mi hija transexual por Nacho Vidal)
“Cuando tenía 4 años me di cuenta de que no me gustaban las cosas de niñas —dice Brian, antes Paola—. Me encantaba el fútbol, siempre me identifiqué con eso. No me gustaban los vestidos y me ponía gorras para ocultarme el pelo largo”. Cuando salió del colegio, luego de una lucha interior difícil, decidió asumir la situación y contarle a su familia, pero su madre no lo aceptó y le pidió que se fuera de la casa. Entonces, tuvo que luchar solo para lograr hacer su tránsito. Por fortuna, en el camino encontró gente que pasaba por su misma situación y se convirtió en su nueva familia. Por eso, cuando la Corte Constitucional promulgó la Sentencia T-063 de 2015, que permite a los transexuales cambiar de sexo con un trámite documental, Brian corrió a modificar su cédula y hoy es legalmente un hombre.
Isabela, antes Jonathan, vivió una historia similar. “Desde que era pequeña empecé a tener gustos femeninos y muy pronto me empezaron a gustar los hombres —cuenta—. Fue muy difícil, lo oculté hasta la adolescencia, aunque todo mi entorno ya sospechaba que era homosexual. Pero yo sabía que eso no iba a quedarse ahí, que la cosa iba más allá”. En el colegio sufrió bullying y tuvo que defenderse, según dice, de manera violenta. No había de otra. Y cuando decidió asumirlo y contarle a su familia, también sufrió rechazo: aunque fue un tanto menos conflictivo, tuvo que irse de la casa y luchar sola.
Se conocieron en un grupo de apoyo. De entrada, Isabela no pensó que Brian fuera transexual y solo se dio cuenta hasta que se lo contaron (para aclarar las dudas: hasta el momento, ninguno de los dos se ha sometido a una operación de cambio de sexo: Brian sigue teniendo los genitales femeninos e Isabela, los masculinos). Días después, él la agregó a Facebook y comenzaron a charlar. Hoy llevan cuatro meses de una relación que, aseguran, está basada en el respeto y la tolerancia. “Para mí el amor es compartir, tener confianza en la otra persona y, sobre todo, una buena comunicación”, dice Brian. Algo que, por fortuna, ambos han encontrado en su noviazgo, con el que están felices. (Kim Zuluaga, la transexual más bonita de Colombia, se desnuda en SoHo)
Pero ha sido difícil soportar la intolerancia de la sociedad. “A mí hasta me daba miedo pasar por lugares donde hubiera mucha gente —dice Isabela—. Varias veces han utilizado expresiones terribles, llenas de odio, que yo me pregunto en qué cabeza caben. Una vez, por ejemplo, me gritaron: ‘¿Qué es esa mierda?’”. “Aunque ha habido avances —complementa Brian—, yo siento que la sociedad aún es muy cerrada. La religión está muy marcada”.
La última reflexión de Isabela se hace pertinente en estos tiempos en que la intolerancia parece agudizarse: “No estoy de acuerdo con que nacemos en cuerpos equivocados; creo que lo hacemos en cuerpos correctos, pero que nos vimos obligados a vivir este proceso y fue el orden de nuestras vidas. Por eso, creo hace falta un poco más de mentalidad abierta y de educación frente al tema”. No se equivoca.
El amor entre un hombre y una mujer
Nicolás Makenzy y Simona Sánchez
Conquistar a Simona le tomó tiempo a Nicolás. Se vieron por primera vez hace unos cinco años. Los dos estaban en Casa Ensamble; ella había ido a una obra de microteatro (de no más de 15 minutos) y él estaba con su banda, Los Makenzy, que tocaba entre funciones. Ese día, intercambiaron datos, pero la cosa no pasó de ahí. Un año después, se reencontraron, se volvieron amigos y tiempo después, la relación se consolidó. (Así salí del closet y me casé)
Ya ha pasado casi un año desde ese día en el que —cuentan ellos— sintieron como si un meteorito les hubiera caído encima. Hoy viven juntos y, según dicen, tienen “todo” en común; sobre todo el amor por la música, por el rock: Nicolás es cantante y guitarrista de una de las mejores bandas de Bogotá y Simona, además de trabajar en la emisora Radiónica, lleva años siendo presentadora de Rock al Parque.
Pero eso no es todo. Los dos son hijos de actrices y crecieron en un ambiente artístico en el que había espacio para todo y para todos. Admiran la homosexualidad por considerarla uno de los grandes símbolos de valentía y se quitan el sombrero ante los travestis. Para ellos, las relaciones deben estar basadas en el amor y punto, sin importar la edad, el género y mucho menos el cuerpo.
El amor entre dos hombres
Marco Jaramillo y Andrés Felipe Gamboa
Hace casi cuatro años, Andrés Felipe escribió un mensaje a la página web de Egocity, la publicación especializada en el colectivo LGBT en Medellín que dirige Marco, para ofrecer su ayuda en el tema de redes sociales. “Yo vi una foto de él y me pareció divino, aunque me lleva 15 años —cuenta Andrés Felipe—. Luego cuadramos una cita para hablar de temas laborales, que él me incumplió dos veces”. Cuando se vieron, la química fue inmediata. Desde entonces, Andrés Felipe no solo empezó a trabajar en la empresa, sino que se convirtió en la pareja de Marco. Hace año y medio, Andrés le pidió la mano en la represa del Neusa, con anillo incluido y extraños que aplaudían por los futuros esposos. La boda, sin embargo, aún no ha podido realizarse por cuestiones de tiempo. Pero ahí está.
El proceso de “salir del clóset” no fue fácil para ninguno, aunque ambos coinciden en que se han sentido atraídos por otros hombres desde que tienen uso de razón. “Yo me fui al ejército pensando que me iba a ‘enderezar’, pero volví peor”, dice Marco, y se ríe. Su mamá solo se dio cuenta de su condición cuando le llegó una carta de un novio que ella abrió por accidente. Al principio le costó trabajo aceptarlo, pero luego llamó a toda la familia, les contó y lo defendió de los ataques.
El caso de Andrés Felipe fue similar: un día, cuando tenía 17 años, su padre vio por error un chat con un novio y lo confrontó. “Yo me ‘paniquié’, lo negué todo, pero eso resultó muy fuerte, porque empecé a llevar una doble vida”, dice. Después, empezó con Marco y él lo ayudó a hablar con sus padres, a que lo aceptaran. “Fue difícil, pero hoy mis papás lo adoran”, dice Andrés Felipe. (¿Un gay nace o se hace?)
Aseguran que muy pocas veces se han sentido discriminados. La más reciente fue en la manifestación que hicieron por las cartillas del Ministerio de Educación en las que se puso sobre el tapete el tema de la ideología de género, cuando algunos grupos cristianos los insultaron y casi los atacan. Y ambos están de acuerdo en que Colombia es aún muy conservadora y, sobre todo, que existe una doble moral muy fuerte. “Nosotros somos muy tranquilos con el tema —dice Marco—. Sabemos en qué espacios podemos ser cariñosos, y lo que sí hacemos, también como forma de educar a la gente, es que, por ejemplo, en la caja del supermercado siempre le digo a Andrés: ‘Amor, paga tú con la tarjeta’, o algo así, delante de todos. Y nunca nos han atacado por eso”.
“Lo único que les pediría a los grupos cristianos que no toleran la diferencia es que no recen más por nosotros —concluye Andrés, riéndose—. Deben respetar lo que somos. Que vivan y dejen vivir”.
El amor entre dos bisexuales
Érika Calderón y Noel Rivas
Se conocieron hace poco más de seis meses en Bogotá, en la casa de una amiga en común. Noel, un chef venezolano que vive hace tres años en Colombia, estaba preparando la comida esa noche, y Érika, que es artista, llegó a la cocina a decirle que todo le había quedado delicioso. Luego, se fueron de fiesta y las cosas simplemente fluyeron. Por esos días, Érika vivía en Pereira y, cuando se devolvió, Noel fue a visitarla para hacer juntos un viaje por el Valle del Cocora. Desde entonces, no volvieron a separarse. Cuando acabó el viaje, una semana más tarde, se fueron a Bogotá a vivir juntos. Hoy tienen un proyecto que se llama Koma, en el que fusionan gastronomía y arte, y esperan irse a vivir a Suiza en unos meses.
Antes de estar juntos, Érika ya había tenido experiencias con otros hombres y mujeres. Noel, en cambio, no. Su primera relación bisexual se dio una noche, en un paseo, junto a Érika y a otro hombre. “Ahí me puse a pensar si era gay o qué, y hasta hablé con amigos —dice Noel—. Pero luego me di cuenta de que no hay barreras ni límites. De hecho, sigo siendo amigo de esa persona”. “Al final son solo cuerpos —agrega Érika—. Creo que hay que dejarse llevar sin pensar si es chico o chica. Es algo que pasa, y ya”.
Aunque para Érika el sexo con una mujer resulta mucho más delicado, también afirma, sin pudor, que prefiere los tríos con dos hombres. “Me gusta ser la única mujer —afirma—. Tener esa fuerza”. Ambos coinciden en que su relación no deja espacio para los celos y que lo más importante es mantener una buena comunicación. Y también, claro, que a la sociedad todavía le falta mucha apertura frente al tema. “Colombia es un país demasiado conservador —comenta Érika—. Creo que nos falta tiempo para ver que esto es normal. Igual, a mí no me gusta que me encasillen porque al final tú te enamoras de una persona y no de su sexo”. (Vea las fotos de estas parejas que demostraron que el amor no tiene género)
La ventaja de ser bisexual, coinciden, es la libertad que les da para conocer y explorar otros cuerpos. Y aunque aún falta que la sociedad se libere de muchos prejuicios, creen que las personas no deberían limitarse tanto. “A la gente le diría que no sea tan cerrada —concluyen—: eso complica la vida”.