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17 de junio de 2010

Las pasiones sustitutas

Por: Juan Villoro y Martín Caparrós

Por Juan Villoro

Pase a Caparrós: 

Tocas un tema esencial: el gozo de segundo grado que significa ver perder al enemigo. Los alemanes, tan duchos en placeres que vienen del dolor, acuñaron la palabra Schadenfreude para el deleite surgido de la desgracia ajena. A ti te gusta que Brasil se joda. Es célebre la primitiva injuria popular argentina: “Todo Brasil está de luto: son todos negros, son todos putos”. No la creo digna de alguien como tú, que escribe en zonas de riesgo para Naciones Unidas y en estos momentos se arriesga al piquete del mosquito fatal, pero me intriga y entusiasma que disfrutes algo dudosamente disfrutable. Es cierto que Brasil está anémico, y hay dos razones para ello. La primera es Dunga, que transforma una escuela de samba en un regimiento, y la segunda es que deben ser coronarse en el próximo Mundial, que será en su casa (no les conviene indigestarse de trofeos antes de ese banquete). 

Desde hace mucho, en las canchas vemos a un Eurobrasil: juego duro y poco arte. Sólo en los comerciales de Nike practican el jogo bonito. Aun así, la anemia no los mata. Ante Corea del Norte ganaron con goles holandeses: dos riflazos de mortandad sin complicaciones.

Falta mucho para que ese poderío a media máquina sea un verdadero problema, pero celebro que ya celebres. En estos momentos las supersticiones son una forma de la razón. 

Los mexicanos tenemos a Brasil como equipo sustituto. Siguiendo una imaginaria Ley del Mango, pensamos que ser verde es una forma de llegar al amarillo. Nos vemos como un pre-Brasil. Sabemos que no ganaremos (o no mucho) y apostamos en segundo término a la camiseta canaria. En un partido España-Brasil, el célebre Ángel Fernández dijo por televisión: “De un lado está la Madre Patria; del otro, la magia del fútbol. ¡Tengo el corazón totalmente dividido! ¡95% a favor de Brasil, 5% a favor de España!”. 

Nuestro sueño compensatorio es que Estados Unidos pierda. En tal caso, la Schadenfreude equivale a reconquistar Texas por unas horas.

En tiempos de Bicentenario tal vez deberíamos recelar de España. Pero también son tiempos de televisión satelital, es decir, de virreinato en pantalla de plasma y vemos con anhelo la “liga de las estrellas”.

En el fútbol, la relación con España de pronto se pone metafísica. ¿Es lógico que la liga de toda América Latina se llame Santander-Libertadores? ¡Los héroes de la independencia patrocinados por la Corona!

Esto nos lleva al verdadero descalabro del Mundial, la caída de España ante Suiza. Los elogios son como la ducha: no sirven antes del partido. Se habló tanto del poderío rojo sangre de toro que nadie pensaba que un honesto país de relojeros pudiera darles batalla. Suiza es una opción de ahorro, no sólo en la banca sino en el tiempo que dedicas al Mundial. La sorpresa es que jugó con enjundia y tiene un portero que no se queja del Jabulani. 

En un alarde de triunfalismo, un anuncio de CEPSA muestra a los futbolistas españoles en una nueva versión de La rendición de Breda –el óleo de las lanzas de Velázquez–, bajo un eslogan imperial: “El mundo puede volver a ser nuestro”. 

España fue víctima del periodismo profético, que sucede antes de los hechos. Debieron recordar que cuando a una armada se le llama “invencible”, la derrota toca a la puerta. 

Me preguntas quién es el enemigo jurado del Necaxa. La respuesta es triste: el gobernador de Aguascalientes. Como tantos políticos de este país, ofreció recursos del erario para que mi equipo se fuera a esa ciudad. Si Boca Juniors tuviera un dueño mexicano, se mudaría a la Patagonia.

Pero no te deprimo: disfruta tu paso por Zambia y el Brasil sin samba.