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17 de diciembre de 2008

Un encuentro con Las señoritas de Avignon

El editor internacional de SoHo visitó en Nueva York la obra de Picasso que dio inicio al arte moderno y, armado de un celular Sony Ericsson Cyber-shot, decidió meterse en el cuadro.

Por: Jaime Andrés Monsalve B.
| Foto: Jaime Andrés Monsalve B.

Horror, dicen que produjeron en su infancia estas señoritas que no dejan de serlo a sus 101 años. Prefiero pensar en otros muchos adjetivos, todos precedidos de una suerte de inquietante sorpresa: Las señoritas de Avignon se nos insinuó, a mi esposa y a mí, en un rincón, una de las salas del Museo de Arte Moderno de Nueva York, MoMa, rodeado de varias piezas más de su padre, Pablo Picasso. Encontrárnoslas así, de refilón, mientras nos dirigíamos hacia otro lugar del museo después de una luminosa exposición de Van Gogh y una embotadora muestra de Miró, fue extrañamente asombroso.

Nada hay alrededor de la pieza que la haga sobresalir por encima de las demás en la sala, como no sean la situación céntrica en la pared sobre la cual reposa, y sus propias virtudes: los intimidantes dos metros y medio de largo y de ancho que ostenta, la manera en que observan desde el lienzo los rostros angulados de estas —dicen— prostitutas de calle barcelonesa y el enorme merecimiento histórico de haber sido la obra fundacional del cubismo, movimiento que a su vez inaugura al arte moderno.

En la sala casi vacía del MoMa estamos frente a un antes y a un después. Lo que para la literatura Ulises. Lo que para la música, La consagración de la Primavera. Imposible no encogerse de alma.

El año pasado, con motivo de sus 100 años, la obra retomó parte del protagonismo que pierde en el contexto de un museo de tamaño desmesurado. En su centenario la reunieron con decenas de bocetos, croquis y lienzos preparatorios que encaminaron luego a la enorme conclusión picassiana, pintada entre 1906 y 1907 y escondida en el ático al menos 15 años más, hasta cuando el público estuvo medianamente preparado para recibirla. Hoy vuelve a ser la estrella que no deja de brillar, así sus rayos tengan que competir con los de otros astros no menos tornasolados.

No pierdo la oportunidad de la instantánea. Cristina, mi esposa, admira a las lúbricas damas, pero pasa de la foto. Si se trata de perpetuarse en imagen, prefiere estar al lado de una de las mujeres con guitarra del pintor malagueño.

Resuena en mi cabeza David Bowie: Pablo Picasso was never called an asshole. Respeto.