6 de noviembre de 2018
Mujeres
Susy Mora
Periodista, influenciadora y triatleta en ciernes. Una sesión de entrenamiento especial para SoHo.
Por: PizarroEn ocasiones, Susy Mora llora de manera incontrolable. Pero no es porque sea una chica blanda. Todo lo contrario. Le ocurrió, por ejemplo, cuando terminó su primera media maratón o cuando participó en su primer IronMan 70.3. “Me bajé de la bicicleta y no podía parar de llorar, era un llanto de desasosiego, pensaba: ‘Ustedes no saben el esfuerzo que acabo de hacer’”. Su reacción no correspondía al miedo, sino a ese sentimiento indescriptible que surge cuando lo dominamos. Para Susy, según parece, el ejercicio es un arma para combatir miedos.
La historia deportiva de esta paisa empieza en su niñez. Antes de la bicicleta, de la natación y del atletismo estuvo la equitación. No recuerda de dónde le surgió la idea, pero a los 6 años, con esa determinación que todavía conserva, les dijo a sus padres que lo suyo era montar a caballo. Así que esa familia, en la que no había ningún antecedente hípico, vio transcurrir la adolescencia de la hija entre establos y pistas de salto.
De esa experiencia le quedaron varias cosas, entre ellas un atributo, una lección y una satisfacción. El atributo fue la disciplina, esa que la mantiene enfocada y la ayuda a sacarle el cuerpo a las excusas. Disciplina era salir del colegio al entrenamiento durante años y pasar los fines de semana a horcajadas repitiendo movimientos y saltos en busca de la perfección. La lección fue aprender a levantarse sin importar qué tan duro fuera el golpe. “Las primeras caídas te ponen a prueba. Cuando era muy chiquita me caí saltando y quedé con susto a saltar por un tiempo. Me dejé ganar del miedo y de la cabeza y le dije a mi mamá que quería seguir montando, pero que no quería saltar. Muchos meses después, con la ayuda de mi entrenador, volví a hacerlo. Otra caída que recuerdo me desató un trastorno de ansiedad. En esa ocasión habían regado el picadero y la yegua se resbaló y me fui al piso”.
Esa caída la dejó sin memoria durante varias horas: “A cada rato preguntaba qué me había pasado y cómo estaba Carmen Electra (así se llama la yegua)”. La amnesia temporal y el ataque de ansiedad no impidieron que siguiera adelante en el camino que poco después la llevaría a la satisfacción. En 2005, durante una Feria Internacional del Caballo en Medellín, logró su marca personal de salto. En entrenamientos la altura máxima que había llegado era 1,40 metros. Pero ese día, ante cientos de personas, sobre Carmen Electra, llegó a 1,80, “una vaina altísima”.
Quizá más importante que el atributo, la lección y la satisfacción fue la aparición de un sentimiento. Si uno le pregunta qué es lo que la hace levantarse todos los días a las 5:30 de la mañana para entrenar, ella responderá que es “la bendita pasión”. Una llama en el pecho que después de la equitación empezó a arder por el triatlón, un deporte que ha unido a su familia (lo practican su padre y su hermano) y al que hoy le dedica horas y horas todos los días de la semana.
Esa llama le impide rendirse incluso cuando el cuerpo extenuado se lo implora. Como esa vez en que la frustración por no poder conquistar una montaña en la bicicleta la llevó a continuar el camino trotando con rabia y juzgándose por su debilidad. Ella no lo sabía, pero estaba enferma y terminó hospitalizada. El deporte, que es también su maestro, le enseñó esa vez a escuchar al cuerpo y no recriminarse.
Para juzgarla están otros. Esos que a sus espaldas se preguntan de dónde salió y con qué autoridad habla de deporte en las redes sociales. Esos comentarios malintencionados la han herido, pero como las caídas de su niñez, han terminado impulsándola. No se considera la mejor triatleta. Ni siquiera una buena triatleta. Pero sabe que, pase lo que pase, llegará a ser mejor que ella misma. Que su pasión no se conformará con menos.
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