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24 de marzo de 2010

Colombia, tierra querida

Lesbos es, desde este número, la columna de June, una lesbiana que contará mes a mes su experiencia con otras mujeres.

Por: June
Foto: Álex Mejía | Foto: June


Llevaba dos años viviendo en Madrid. Regresé y ¿cuál es el primer lugar al que una ex convicta de la noche quiere ir tan pronto pone un pie en Colombia, tierra querida? Andrés de Chía, gracias. A duras penas saqué dos chiros de la maleta y con jet lag y ojeras me fui para la cochina calle. Ya mis amigos habían hecho la tarea, llamaron a Estela y pidieron Afrodita. Dos años de no comerme una arepa de choclo con suero ni de tomarme los siempre pendencieros y generosos mojitos de la casa.

June volvió para quedarse y hacer desastres. Después de mi cuarto mojito… Una botella de aguardiente, por favor, y póngame el tema que me gusta. Hay decisiones estúpidas y sin marcha atrás, como pedir aguardiente después de algunos mojitos.

La sensación de regreso. Pisar la tierrita y recorrer nuestros pretéritos pasos. Las pistas. Entre pitos y matracas, entre música y sonrisas llegó la chica que no estaba esperando. Pero entonces, ¿a qué va uno a Andrés si no es a buscar lo que no se nos ha perdido? Y ahí estaba la chica de los ojos rojos, con su chico. Eye contact va, eye contact viene. Su mayor virtud nunca fue ser abstemia, así que en cuestión de caracoles de colores, la tortuga debajo del agua, te mando flores y ¡aserejé ja de je! la aquella estaba departiendo en nuestra mesa con particular gracia mientras su chico, borracho empedernido, hacía las delicias de la concurrencia.

Casi siempre lo que dicen las malas lenguas es cierto. Me fui de Bogotá porque no podía seguir dando tanta lora, para mi sorpresa me fui a Madrid y di más lora. Estudié, poco, pero estudié. Igual, en mi caso particular, la gente reconoce poco o ninguno de mis talentos. El mayor de ellos de cara al mundo es ser lesbiana, eso sí, con buen gusto. Regresé. ¿Para qué? Para darme cuenta de que no todo está igual sino un poco peor. Cada uno sigue con sus vicios, sus mentiras y sus fantasmas… ¡Todo esto y a Dios gracias!

Con la vista nublada por el anís, con la sensación de regreso enquistada en mi pecho y con la complicidad eterna de mis amigos, que más que amigos son celestinos, y con la chica inesperada a mi lado solo puede pasar una cosa a continuación. "¿Vamos al baño?".

Resulta que ahora de a dos no se puede entrar al baño de Andrés. Sabrá Dios en cuántas orgipiñatas habré incurrido yo en dichos toilettes y ahora… ¿no se puede entrar de a dos? ¡Chinga tu madre!

Aguardiente todopoderoso, dame la fuerza que me falta para mirar a los ojos a Andrés Jaramillo y pedirle un permiso especial. Una vez concedido. Ahora sí, "¿vamos al baño?".

Una mujer no comunica nunca tan rápidamente la perversidad de su alma sino a otra mujer. Carecía de pudor, y es que con esas tetas tan divinas llenas de pecas, probablemente yo también dejaría la ropa a la entrada. Fue dejando todo tirado en el piso y las medias veladas que traía le quedaron hechas añicos. Siempre tuve la impresión de que esa chica era venusina. La fuerza con que me fijaba la mirada y las cosas que me decía parecían salir de su centro de equilibrio, pero con otra voz. Los ojos se le volvieron más rojos y dejó el pudor para otro día que nada tuviera que ver con esa noche. Nos amamos incómodamente en un baño empedrado con el vértigo que llevan dentro las niñas de 16 años. Nos devoramos enteras, su lengua me recorrió con una velocidad fantástica y con una certeza meticulosa. Ella está hecha toda de un material dionisiaco: vientre ligero y sangre recalcitrante. Ahora que me veo la frente y las rodillas peladas… sé que no es de rezar. Igual las heridas de guerra hay que llevarlas con orgullo y el segundo del éxtasis tiene la facultad de hacernos olvidar tanto nuestro pasado como nuestro porvenir.

Probablemente mientras dábamos tumbos de ciego en el baño mis amigos estaban terminando de sumergir en un sueño de anís profundo e irreversible al borracho, al chico de la chica con que yo estaba en el baño. Sí cliché, el baño. Pero así es. Y no es porque el mundo se haya enloquecido o haya partículas de demencia flotando en el aire. Hay "algo" con los baños. Sencillamente tantas coincidencias afortunadas desde el colegio hasta Andrés en el lugar más incómodo del mundo no pueden ser una confabulación constante del destino. A veces pienso que yo y quienes me rodean deberíamos incurrir en un acto de sensatez: entregarnos a un sanatorio. Otras veces pienso que el acuartelamiento de primer grado podría ser peor para la libido. Posiblemente me pasaría a vivir al baño: con la de la camisa de fuerza, con la que quería matar al novio al volante o con la que vive pegada al tarro de Xanax. Así que mientras me tardo en llegar gateando a tocar desesperadamente las puertas de Albalá, prefiero mirar a los ojos a Andrés Jaramillo y pedirle un permiso especial para que me siga abriendo las puertas de su pequeño, acogedor (aunque incómodo) pero delicioso infiernito.