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30 de septiembre de 2013

Sexo

#Porunpaisbientirado (Libre de la amargura cotidiana)

Como si viviéramos en el siglo pasado, recias voces claman, con autoproclamada autoridad moral, por el fin del sexo.

Promueven “aplazar el gustico”; califican como “inane” el sexo que no es reproductivo; tildan de “mujerzuelas” a las damas que optan por acostarse con personas de su mismo género. Y definen como “sexo excremental” el sexo que no es de su agrado.

No más, queridos amigos: ha llegado el momento de impedirlo y de decir, a voz en cuello, que nos oponemos, señores. Gozar en la cama no solo es un derecho, sino un deber. ¿Quién dijo que existe el sexo inane? ¿De cuándo acá es insano el sexo recreativo? ¿Con qué lógica retorcida creen que el sexo por placer excluye, necesariamente, al amor?

Durante años se han metido en nuestras sábanas para decirnos lo que no debemos hacer: han asociado el placer con el demonio; nos han hecho creer que el sexo es tan solo una mecánica de pistones para hacer hijos; nos insinúan, con un báculo en la mano, que cada polvo amplía —o reduce, mejor— el tamaño de nuestra celda en el infierno: que cada polvo, en síntesis, es un giro en contra de la chequera de Nuestro Señor.

Y este es el resultado: un ejército de oficinistas abatidos y con cara de lunes que vierten en las horas laborales la amargura de su vida sexual, plana y miserable: un ejército de oficinistas que se vengan, en fin, de que no se vinieron. Taxistas que preguntan a su cliente, de mala gana, para dónde va, a ver si se dignan a prestar el servicio. Mujeres que se liman las uñas en un call center mientras atienden llamadas sin la más mínima intención de ayudar, y que cuelgan con un falso “gracias por su llamada, señor Delgadillo, y recuerde que habló con Karen”. Jefes que citan a reuniones de trabajo a las 7:00 a. m. Empleados públicos que hablan por teléfono mientras tienen enfrente una fila de cientos de parroquianos desesperados a los que despachan con frases como “disculpe, no le puedo colaborar: acá no manejamos ese servicio”. Compañeros de trabajo envidiosos; burócratas desalmados; periodistas resentidos; ciudadanas y ciudadanos que yacen en sus camas cada noche y se debaten, control de la televisión en la mano, entre sintonizar Protagonistas de Nuestra Tele o las entrevistas de Marlon Becerra: ¿es ese el destino del hommo sapiens luego de su trasegar de miles de años? ¿Para eso nacimos? ¿Las famosas noches de los boleros terminan, acaso, convertidas en semejante dilema televisivo?

Nos resistimos, señoras y señores. Ha llegado el momento de declarar, sin temores, que el sexo no es malo; que el sexo también es liberación y calma; autonomía y paz; viaje y salvación. Y ahorro, señores: porque para desfogar los cúmulos sexuales no se requiere plata: solo concentración; y, por mucho, algo de tino. Ha llegado el momento de decir que el erotismo no es una aberración, sino una forma de melancolía: casi un consuelo ante la muerte. Y que el sexo, el buen sexo —el sexo innovador, de vibraciones y masajes: el feliz sexo abierto al placer— nos permite ser mejores seres humanos.

No creemos en quienes señalan como pecado lo que desean en secreto. No creemos en quienes estigmatizan el sexo y lo hacen ver como una práctica de personas aberradas. Al revés: creemos en ese tipo de sexo que, a diferencia de cualquier político colombiano, es maduro, libre y responsable. Y por eso lanzamos esta proclama:

Tengamos sexo en paz y seamos felices teniendo sexo.

Tengamos sexo con consentimiento: es decir, consintiendo, previamente, a la persona con la que tendremos sexo.

Hagamos del sexo un método para conocernos; una estrategia para ser fieles; una forma de ser felices.

Está demostrado que, a excepción del papa Francisco, quienes tienen buen sexo son seres humanos más saludables. Según el Colegio Americano de Cardiología, tirar tres o más veces a la semana reduce a la mitad el riesgo de padecer derrames (derrames sanguíneos, se entiende). Según estudios del Hospital Real de Edimburgo, quienes practican el sexo tres veces a la semana lucen —¡atención, doctor Galat!— entre cuatro y siete años más jóvenes. Múltiples estudios demuestran que las endorfinas liberadas durante el sexo producen —¡ojo, doctor Uribe!— una sensación de calma que alivia los músculos y limpia la mente; también que durante una faena aceptable, una persona puede quemar —¡pilas, William Calderón!— 150 calorías en un buen polvo: de modo que, con cuatro jornadas, puede quemar 600 calorías, equivalentes a un almuerzo trancado o a trotar a buen ritmo una media hora.

Por todo lo anterior, lanzamos esta campaña: la campaña del buen sexo. Tenga sexo: con amor por el otro, con amor propio, con responsabilidad. Pero sin prevenciones. Téngalo varias veces al día, al menos a la semana. Téngalo, incluso, en la cama: qué más da. Y haga del sexo su mejor psicoanálisis y su mejor terapia de pareja.

Necesitamos que Colombia sea un país mejor tirado. Un país con parejas que se tomen su tiempo para ir a la cama.

Porque en un país bien tirado no utilizarían el pito, al menos no en los trancones; la gripa se sudaría en la cama y no en la oficina; los presidentes pensarían en repetir, probablemente, pero no periodo; los representantes estarían descansados para leer las reformas antes de aprobarlas; algunos congresistas podrían permitir que los sigan manoseando sin que parezca un asunto reprochable y muchos de ellos seguirían cambiando de posición, pero al menos en la cama.

Porque en un país bien tirado, los exmandatarios no serían adictos a Twitter, y el colombiano corriente, desinhibido por unos cuantos tragos, no desfogaría su abstinencia haciendo baile del choque bajo el ritmo del reguetón; en el bus, mensajeros y estudiantes no apoyarían la porquería, como quien no quiere la cosa, sobre el hombro de las mujeres que van sentadas; y se hablaría un mejor español: las tetas no serían bubbies ni quicas ni lolas; al culo no se le diría derrière ni bumper, y tirar sería tirar: porque el sexo feliz también acaba con los eufemismos.

El arrunche poscoital produce sueño reparador. Lo invitamos a que tenga sexo de manera sana pero generosa; responsable pero festiva; respetuosa pero animada. Y también lo invitamos, cómo no hacerlo, a que no lo tenga si no le da la gana.

Todos tenemos unos 15 minutos de cama: haga de los suyos una eternidad.

Por un país bien tirado, dedíquele más tiempo al sexo. Y derrote la amargura cotidiana.

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