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15 de abril de 2008

Zona Crónica

El actor freak del porno

Es el creador de la página porno más vista en España: putalocura.com. Él se ufana de tener un pene de apenas 7 centímetros y de que en sus películas el sexo sea con enanas, mujeres embarazadas, gordos, calvos y feos. El periodista David Barba se metió en la mansión de Torbe, un hombre que rompió con todas las normas de la pornografía.

Por: David Barba

La princesa está triste. ¿Qué tendrá la princesa… del porno? No la quieren los hombres. Y eso que, a sus 23 años, es dulce hasta el coma diabético y elegante como ninguna otra starlette del cine X: nada tiene en común con las actrices y prostitutas rumanas que, de vez en cuando, convierten la mansión de Torbe en un griterío de placeres fingidos. Porque Lucky tiene orgasmos de verdad. O eso dice.

—No puedo vivir sin sexo, pero no me fío de los hombres. Mi madre siempre me ha dicho que desconfíe de ellos. Mi padre nos abandonó cuando cumplí 13 años. Todos los hombres te abandonan tarde o temprano. Si no puedo tener novio, prefiero ser actriz porno y cobrar por hacer lo que más me gusta en el mundo.

La nueva princesa del porno es el último fichaje de la factoría freak de Torbe. Lucky estuvo profundamente enamorada de un compatriota que la dejó por una actriz erótica famosa en Praga. Ahora, recala un par de días al mes en Madrid para coger ante la cámara de Torbe. El resto del tiempo lo pasa viajando por Europa y estudiando idiomas, como haría cualquier ciudadana europea de su edad. Viaje tras viaje, su cosecha de fracasos amorosos no hace más que aumentar. El último desengaño ha sido con un empresario madrileño:

—Era un cerdo: solo quería follar sin pagar.

La princesa Lucky es un caso peculiar de iniciación al porno por despecho. Aunque sus curvas le valieron no hace mucho una portada en la revista Penthouse, ahora se desquita de su mala suerte en el amor a golpes de cadera:

—Esta es la primera vez en mi vida que voy a tener sexo con nueve hombres a la vez. Para mí, es un desafío.

Lucky habla, sin asomo de ironía, mientras se quita el sujetador y deja al capricho de la gravedad el peso de su enhiesto pecho para que Torbe lo cace al vuelo con la cámara. Hoy es día de casting en la mansión madrileña del célebre pornógrafo español. Hace un año que se mudó a su nuevo y lujoso chalet de las afueras y ahora utiliza el amplio sótano como estudio non-stop de filmación: la mansión de Torbe es un desfile constante de chicas latinas y europeas del Este, debutantes, prostitutas, aficionados, freakies y otros diletantes del sexo duro.

En un rincón de la sala se agolpan nueve jóvenes de entre veinte y treinta y pocos años, altos y bajos, gordos y flacos, peludos y pelados. En sus caras se dibuja tanto el fantasma del temido gatillazo como el hambre atrasada de hembra. Han pagado 25 euros por obtener el derecho a desquitarse de la vida al eyacular sobre el rostro de una muchacha agraciada: una oportunidad única para la mayoría. Eso, si consiguen tener una erección: será en el mejor de los casos. De lo contrario, se exponen a la mofa y befa de su anfitrión y de sus propios compañeros con mayor fortuna.

En pocos minutos, casi todos están desnudos a excepción de los calcetines, puesto que el suelo está frío. La princesa Lucky, al natural, aparece majestuosa ante los desorbitados ojos de los debutantes, mientras un olor poco sutil comienza a invadir el set de rodaje: la mayor parte de los aspirantes ha descuidado el principal mandamiento de los castings de Torbe: "Te ducharás antes de salir de casa". Están nerviosos como una manada de búfalos ante una leona hambrienta. Y, con los nervios, transpiran. La leona, sobreponiéndose a la escasa higiene de sus víctimas, no tarda ni un segundo en abalanzarse sobre la carne aún mortecina del rebaño. Finalmente, alguno experimenta una tímida erección; otro más, canijo y delgado como un palo de escoba, se revela como el semental de la velada y se monta sobre el lomo de la felina para embestirla por la espalda. El resto, con menos fortuna, se retira a un lado con el rabo entre las piernas y trata de masturbarse a toda prisa para no perderse el show.

Torbe maneja con soltura el medical shot con su cámara digital de último modelo. Luce una camiseta autoestampada con el lema "Comer, dormir, follar". Tiene otras, como "Mi novia la come muy bien" (para ellos), o "Yo soy la novia" (para ellas); el actor posee una pequeña imprenta para telas: es una de sus innumerables fuentes de ingresos. Torbe se ha especializado en sacar dinero hasta de debajo de las piedras. Sus compradores potenciales alcanzan el número de 100.000 al día: son las visitas que recibe su web de humor, sexo y freakismo putalocura.com, un auténtico refugio para nerds y obsesos sexuales de medio mundo. En su foro se reúnen personajes como ‘el Friki Lamedor‘, que repasa con su lengua cualquier objeto o persona a su alcance, incluyendo excrementos y suelas de zapatos. O Urkkur, un exhibicionista árabe que cada día desfila desnudo para quien quiera mirarlo a través de su webcam. O Toxeiro, un empresario gallego que se ha hecho famoso en la red porque fue desvalijado por un par de prostitutas que le pusieron droga en su vaso de leche con chocolate. O también Josito, un anciano que suele visitar clubes de sexo y se ofrece a masturbar gratis a los espectadores. O, por último, Pablo Arteche, cuya obesidad mórbida de casi 250.000 kilos tal vez guarde alguna relación con su pasatiempo de congelar su semen en cubitos.

Torbe, una masa de carne peluda de 110 kilos, también tiene aficiones extrañas, como la de meterse con la Iglesia: su serie porno protagonizada por el padre Damián, uno de los personajes más queridos por sus fans, es un desquite contra su educación en un siniestro internado del Opus Dei. En la infancia de Torbe hay una familia católica y un hogar burgués de Bilbao. Él recuerda a su madre como su primera musa y, a su padre, como el hombre severo que lo separó de ella. A los años pasados en el Opus les agradece la formación en los dos valores que con el tiempo darían sentido a su vida: una sexualidad sin frenos y un militante escepticismo religioso. Antes de partir al internado, Torbe cuenta que su madre le prometió que cada noche a las once se comunicaría con él por telepatía. Así siempre estarían unidos. "Y yo le obedecí hasta los 16 años —recuerda—, cuando me expulsaron del colegio". Para entonces ya se había acostumbrado a masturbarse ocho veces al día, y la escolástica lo había vuelto un estupendo orador, sobre todo de temas religiosos. Con tales dotes de showman, el adolescente Natxo Allende se mudó a Mallorca, donde trabajó como relacionista público de discotecas, dibujante de caricaturas y animador de hotel. A los 20 años era un joven alto, delgado y más o menos apuesto. Después comenzó a engordar mórbidamente y tuvo que buscar alternativas para gozar de la compañía femenina: primero fueron las prostitutas, hoy, su agenda de burdeles supera las 2.000 direcciones. Después llegó el porno.

Torbe se ha hecho un lugar en el cine de sexo gracias a su "micropene", como él lo llama: 7 centímetros en reposo y 13 en erección. Exactamente el promedio de los españoles, un motivo por el que muchos se sienten identificados con este extravagante porno-star que, caso único en la industria, ha hecho creer que un cuerpo sin privilegios no es ningún impedimento para tener sexo con exuberantes starlettes como Celia Blanco o Stacy Silver. Ellas, mientras tanto, a menudo se niegan a acostarse con él: no les parece suficientemente glamoroso.

—Hay chicas que piensan que el porno es Hollywood. Se sienten tan guapas que no aceptan follar más que con tíos buenos. ¿Y qué pasa con los feos, los gordos y los lisiados? Yo los represento. Soy la prueba de que el sexo está hecho para todos, sin exclusiones.

A Torbe no lo aceptan en el mainstream pornográfico porque trabaja al margen de los cánones de la industria. En Estados Unidos existe un código de regulación del cine X que advierte de todo aquello que no debe aparecer en una película: bestialismo, necrofilia, incesto y violaciones, así estas escenas sean fingidas. De alguna manera, la industria norteamericana le da la razón al filósofo francés Michel Foucault, quien decía que el porno no deja de ser una suerte de censura productiva: es decir, una pedagogía que enseña qué es el sexo y cuál es la manera correcta y placentera de hacerlo. Pero Torbe, como un alumno rebelde, quiere quedarse afuera de estas reglamentaciones. En sus películas hay sacrilegios, chistes picantes y bromas de mal gusto.

En putalocura.com, Torbe ha colgado durante un lustro sus lances con mujeres enanas, embarazadas, prostitutas y actrices de varios precios. La web vende también artículos de sex-shop. Pero el producto estrella es su serie de películas que tienen por título general Cerdillas, en las que Torbe interpreta a Remigio, un misógino, miope y desdentado ex seminarista que trata a las mujeres como si fuesen bestias impuras del Apocalipsis. Remigio no se baña nunca, tampoco se quita los calcetines y cuando las prostitutas —a quienes visita cuando su equipo de fútbol golea— le exigen que al menos se lave, él contesta que no. Porque el agua moja.

—Remigio —explica Torbe— es un reflejo bastante aproximado de la vida sexual en España: es un país con cientos de miles de prostitutas, lleno de hombres resentidos contra las mujeres porque son ellas las que deciden cuándo habrá sexo o no habrá. Nos jode estar en sus manos, por eso en las fantasías porno a los hombres les gusta llevar las cosas al extremo, como eyacular en sus caras.

Otro de sus productos estrella es el porno amateur de la serie Las parejitas de Torbe: docenas de jóvenes de toda extracción social se ponen en contacto cada semana con el freak para conseguir una cita y grabar una escena.

—Generalmente, las chicas llevan la voz cantante. Estamos hablando de mujeres guapas y atractivas, de entre 20 y 30 años, que tienen el sueño de ser actriz porno por un día. Yo les pago una cantidad y, a cambio, cuelgo la escena en mi web. La serie ha tenido un éxito descomunal. Y, además, de vez en cuando me beneficio a alguna peluquera, secretaria o estudiante delante de las narices de su novio.

Gracias a todos estos negocios, Torbe prospera con rapidez. En los últimos meses se ha hecho famoso en toda España gracias a Sabías a lo que venías, un programa de TV dirigido por su gran amigo, el director de cine Santiago Segura, alias ‘Torrente‘. Durante la emisión de este delirante talk-show, Torbe ha logrado los más altos picos de audiencia con su indescriptible manía de "conejear" a las señoras del público y a las invitadas —esto es, prenderse a sus piernas para moverse compulsivamente cual perrito en celo—. Así como sus ingresos y su fama, su galería de freaks tampoco deja de aumentar: uno de los canales de vídeo más visitados de putalocura.com es el de Josito, fichaje estrella de Torbe desde el año pasado. Josito es un joven de 25 años que se ha iniciado en el porno gracias a su peludo mentor. En los vídeos y fotos de Josito, se puede ver al debutante montar a las hembras más exuberantes del universo torbellinesco. Su particularidad es que no copula con ellas en la cama ni en la alfombra ni en el sofá, sino sentado en su silla de ruedas: Josito es el primer actor porno parapléjico.

Otro caso peculiar del universo Torbe es el de Sophia Lauren: la jovencísima actriz, de 19 años, comenzó hace uno en el negocio, aunque acaba de retirarse. Más allá de su espléndida melena azabache, sus enormes ojos azules, sus labios color azafrán y su cuerpo de muñeca, posee una seña de identidad que difícilmente puede encontrarse en cualquier otra starlette del género: Sophia es la primera actriz porno sordomuda. Aunque apenas se comunica por gestos, sus habilidades como felatriz están fuera de toda duda, lo que quizás guarde alguna indescifrable relación con su pericia en el arte de leer los labios.

Sophia, como Lucky, llegó hasta Torbe a través de putalocura.com, donde cuelga de manera permanente el siguiente canto de sirenas para jovencitas: "¿Quieres ser porno star?".

—Últimamente —afirma el freak—, hay montones de chicas que me escriben y me envían todo tipo de fotos para que las fiche como actrices. No son chicas que necesiten dinero rápido. Sencillamente, quieren que las miren, quieren ponerse delante de una cámara y triunfar en lo que sea. Y el porno les parece un oficio como cualquier otro.

Lucky iba para modelo, pero hacer porno en la mansión de Torbe le parece más divertido.

—Me río mucho con todos estos chicos tan salidos. Y Torbe es la persona más graciosa que me he encontrado en mi vida.

La princesa trata de seguir articulando palabras, pero los debutantes la atacan por todos los flancos y, entre un mar de falos erectos, se entrega a su trabajo de felatriz con total delectación.

—Ante todo, soy una profesional —confiesa al acabar la escena, empapada de esperma—. Me gusta hacer las cosas bien hasta el final.

Al fondo se oye descorchar una botella de cava: a Torbe le gusta agasajar a sus musas. Lucky, aún desnuda, se seca la cara con una toalla. Todos se agolpan a su alrededor y le dedican un sincero aplauso. La princesa sonríe con la satisfacción del deber cumplido:

—Sí, los hombres son todos unos cerdos. ¡Pero no puedo vivir sin ellos!

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