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17 de marzo de 2004

Zona crónica

72 horas en una línea caliente

Una periodista consiguió trabajo como operadora de una línea erótica.Tomó el curso que reciben las mujeres que se dedican al oficio y pasó largas horas pegada al teléfono y a las fantasías sexuales de quienes llaman.

Por: Margarita Posada

Una gorda limándose las uñas o dándole tetero al bebé. Eso es lo que muchos creen que hay detrás del teléfono cuando llaman a una línea caliente. Otros tienen demasiada imaginación o son lo suficientemente ingenuos como para creer que les habla la mujer del cuerpo perfecto que aparece en el anuncio del periódico. Después de verlo todo de cerca puedo asegurar que no es ni lo uno ni lo otro. No son ni horrorosas ni perfectas. Son de carne y hueso. No se las puede subestimar, porque cuando uno va, ellas ya fueron y volvieron, a pesar de que son universitarias con un nivel cultural promedio. No son de verdad, pero tampoco son unas farsantes. Hacen bien su trabajo y se valen de la imaginación para ganar unos pesos de más y pagar sus carreras. Cualquier hombre puede excitarse al ver una mujer atractiva, pero una operadora necesita mucha creatividad para lograr excitarlo solo con palabras. "¿Y qué si la vieja es fea?", pensarán algunos. "¿Cómo puede ser fea si usted no la ve?", les contesto yo. En este negocio el refrán da la vuelta: ojos que no ven, corazón que sí siente.
 
Me tomó cerca de tres meses cuadrar todo para hacer esta crónica porque los dueños de las líneas calientes en Colombia están muy prevenidos y no hay mucho de dónde escoger. Existen actualmente tres compañías que ofrecen el servicio, pero no se dedican exclusivamente a ello porque podría parecer una mina de oro por sí solo, aunque el negocio tiene sus peros. El primero es el nivel de recaudación, que es del sesenta por ciento. Hay gente que prefiere que le corten el teléfono antes que aceptar haber hecho esas llamadas y pagar. Muchos llaman desde oficinas o casas ajenas y cuando llega la cuenta, el dueño se niega a pagar (los reclamos duran casi un año en resolverse). Un segundo obstáculo ha sido la política de un operador de telefonía local, que por cuestiones éticas decidió no prestar sus servicios en los últimos años, aunque ahora está a punto de firmar con por lo menos ocho líneas calientes. A todo esto se suman prejuicios morales de todas las clases, razón por la cual los dueños de la línea dudaron en permitirme hacer la crónica. Pensé en hacerlo sin revelar mi identidad, pero el proceso de selección y el entrenamiento hubieran tomado demasiado tiempo. Mucho más que las 72 horas a las que me sometí. Y 72 horas fueron suficiente.

Mi entrenador
Una vez logrado el permiso, me reuní con el entrenador y supervisor de las operadoras, un tipo grande y moreno del corte de Iván René Valenciano, pero en versión extralarga, que intentó resumir en tres horas la capacitación que sus "muchachas" reciben en tres semanas como requisito mínimo antes de contestar la primera llamada. Lo primero que tenía que quedarme claro es que esto no es prostitución. Ninguna operadora puede conocer a sus clientes, ni llamarlos, ni darles otro teléfono y para eso las monitorean. Otra cosa importante es que casi la mitad de las llamadas recibidas son de menores de edad y muchos saben fingir muy bien que son adultos. Por eso la operadora tiene que buscar información que le permita comprobar si habla o no con un adulto. "Es fácil detectarlos", dijo mi entrenador. "Uno les pregunta cuántos años tienen, sigue la conversación muy fluida un rato y después les pregunta el año en el que nacieron. Eso los corcha de una. Si no, les preguntas en qué trabajan, pero no los puedes regañar porque son futuros clientes. vas a ver que es fácil". La última parte se la creí a pie juntillas. Me di moral: "Seguro que es fácil". Entonces comenzó la parte dura del entrenamiento.

Premisa número uno: tiene que haber una combinación perfecta entre sentirlo de verdad y buscar cierto profesionalismo. No se trata de ‘venirse‘ con todos los clientes, pero hay que ponerse en una situación parecida a la de un actor frente a su personaje: algo de él tiene que estar involucrado. Durante mis escasas horas de preparación aprendí que hay dos tipos de servicio: en vivo y fantasías pregrabadas (que cuestan menos, $1.800 más IVA el minuto, frente a los $2.900 más IVA de las llamadas en vivo). Cada operadora tiene que trabajarle a tres fantasías mensuales y entregarlas por escrito para luego grabarlas (producen textos eróticos: primer indicio de que estas mujeres no son de tan bajo perfil como uno se imagina). Tienen que documentarse y leer de todo, no solamente porno. Hay una biblioteca en el call center para que puedan acceder a todo tipo de literatura.

En cada llamada, uno llena una planilla con el nombre de quien llamó, alguna referencia que sirva por si reclama y la duración de la llamada, junto con un código que el sistema dicta al final. Con el fin de contrarrestar el efecto de evasión, se estableció un cupo limitado para cada línea fija de 80 minutos mensuales para llamadas en vivo y 80 para pregrabados. Así es mucho más factible que la gente pague sus cuentas. Los primeros días del mes son buenísimos porque los usuarios están esperando ansiosamente que les desbloqueen la cuenta. Por celular el cupo es de $50.000, que equivalen a 17 minutos. Por eso cuando llaman de celular no hay que llenar la planilla. Son totalmente sexuales y generalmente no hay reclamos.

Para empezar a trabajar debo crear un personaje que tenga ciertos rasgos acordes con mi personalidad. No puedo decir que soy química porque me cogen en la mentira. Tiene que ser una mamacita, pero de verdad. El seudónimo es con apellido y todo. Decidí llamarme Violeta Schmidt, en honor a un personaje de Diablo guardián, la novela de Xavier Velasco. Soy mala, divertida y burlona. Mis rasgos físicos son parecidos a los de Margarita Posada y también soy periodista. Me puedo inventar lo que quiera con el tiempo, pero todo tiene que ser verosímil, porque cuando los usuarios llaman más de una vez esperarán encontrarse con el mismo personaje. Otros, en cambio, quieren que uno personifique a sus secretarias o a la empleada doméstica. La única condición que me puso Valenciano (así he decidido bautizarlo para proteger su identidad) es que viva en un piso alto, "porque a los voyeristas les gusta pensar que te están viendo los vecinos". Después pintó una curva en el tablero y dijo: "Cada llamada es así, como una curvita que se parece a un condón. Abajo empieza la llamada con un ‘hola‘, luego entras en confianza. Hay que reír, mostrar que estás disfrutando. Es importante que lo llames por su nombre. En un punto la llamada toma otro curso. Se llama el ‘apaguemos la luz‘ y hay un cambio de voz. Entonces preguntas por su entorno y recreas el tuyo. Para cada hora hay situaciones sensuales diferentes: me acabo de bañar, estaba corriendo, me estoy tomando un vino. Le dices qué tienes puesto, qué estás haciendo. A veces la llamada se enfoca en una sola parte de tu cuerpo porque el tipo ya está a punto de venirse. Con esos no hay preámbulos, les hablas de sexo y ya". Son permitidos tres tipos de contactos: la línea telefónica, un correo electrónico y un apartado aéreo al que les mandan regalos y desde donde las operadoras pueden mandar por ejemplo, sus calzones.

Todo iba bien hasta que Valenciano empezó a describirme los diferentes tipos de usuarios.

Los estratos varían del 1 al 6, aunque las líneas telefónicas de estrato 1 y 2 están bloqueadas. Sin embargo no falta el vigilante que llama desde el trabajo. "Los que son de estratos bajos son curiosamente mucho menos burdos", me advirtió mi mentor. Claro: a mayor nivel cultural, más aberraciones. Están los curiosos que vieron el anuncio y pueden convertirse en clientes permanentes. Con algunos hay una conversación y otros solo llaman para venirse. Hay otros que son patanes y llaman a insultar. Está en la operadora lograr ‘bajarle la nota‘ al tipo. También llaman mujeres: la señora casada que busca información porque jamás ha sentido un orgasmo; la lesbiana dura, que quiere que la exciten y que le gusta tratar mal y la lesbiana tierna, que busca algo más que excitación. Otro tipo de clientes son los travestis, que generalmente cogen la ropa de su esposa o su hermana y les gusta que los ayuden a vestirse. Los gays llaman para hacer consultas. También llaman parejas y se pueden hacer fantasías con dos operadoras. Todavía estaba seria tomando nota, pero me dio un ligero tic nervioso en el ojo cuando oí: "Hay otros dos tipos de clientes: el sado y el copro. Te voy a explicar más a fondo". Sado y copro: oí bien y ustedes están leyendo bien. No me crean mojigata. Sabía que existían aberraciones sexuales muy particulares, pero jamás había oído hablar de ellas de una manera tan técnica y natural.

Copro y sado
En la línea están prohibidas la pedofilia, la necrofilia y la zoofilia. A veces llaman a pasar a la novia para que la exciten y ponen en el teléfono a una niña, entonces la operadora tiene que colgar. "El copro sí se permite", dijo Valenciano como si estuviera dictándome una clase de biología. "Si el cliente es cochino, tienes que ser diez veces más cochina. Te van a preguntar qué almorzaste, si ya entraste al baño, cómo son tus heces, a qué huelen, en fin. Esta es la parte más difícil del trabajo". El tic nervioso ya me había desfigurado la cara: "¡Tengo que fingir excitación cuando algún enfermo me pida que defeque sobre él!". Ya no me parecía tan fácil. Hacer las veces de dominatriz con un sado, tratarlo mal y decirle "basura, perro, te portaste mal, te voy a dejar lamerme las botas, eres una mierda", me parecía más que fácil. Pero definitivamente el copro me dio arcadas.

Cuando desgrabé el casete donde quedó registrado mi entrenamiento, me reí y me aterré de haber estado tan tranquila mientras Valenciano me enseñaba a hacer sonidos y me pedía que apuntara palabras clave, como verga, trola, mondá, polla, chimba, palo, bate, cabezón, vergón, vagina, coño, gallo, galleta, hueco, la peluda, cuca, chocha. "Hay que tratar de indagar cuál es la palabra que les gusta". La clase llegó a su punto más caricaturesco cuando practicamos ruidos. Es como si uno comprara sonidos en ACME, todos muy reales: palmadas en las nalgas, fricciones de diferentes partes del cuerpo con diferentes fluidos de por medio, cepillos de dientes de pila para fingir vibradores, gemidos. Si la penetración es vaginal, los gemidos van ascendiendo lentamente y son más dulces, mientras que los de la penetración anal denotan cierto dolor y un poco más de agresividad. "No puede uno hablar común y corriente si supuestamente está mamándosela, o pasar abruptamente de una práctica a otra", me aclaró Valenciano y luego hizo un par de demostraciones. Al final hablamos de las posiciones y de los tips que se les puede dar a los clientes para eyacular menos rápido y tener más placer, entre ellos el control de la respiración y el masaje prostático con un dedo en el ano. Lo mío duró tres horas, pero después de las tres semanas de entrenamiento reales, quedan diez niñas de treinta. "El sado y el copro les da muy duro", explicaba él. De haber sido sometida a dos horas más de explicación, yo seguro habría sido desertora.

Al grano
Eran las dos de la tarde. Mientras caminaba hacia el call center me destrozaba las uñas pero solo me di cuenta cuando me tocó abandonar mi entrenamiento para darle la mano a la sicóloga, que me explicó las pruebas que les practicaba y los requisitos para ser operadora. Cuando llegan a buscar el trabajo, todas saben que se trata de una línea caliente porque está explicado claramente en el aviso. Deben ser personas con una carrera o que estén estudiando y con un carácter definido para que no vayan a entrar en conflicto fácilmente. Yo, que me considero grandecita y tengo un carácter definido y además fuerte, no entendía ni la mitad de lo que la sicóloga hablaba de solo pensar que en contados minutos estaría recibiendo mi primera llamada. Mi gran duda era si iba a ser capaz de hacerlo. Salí de su oficina y entré al call center hecha un manojo de nervios. Había unos veintiséis cubículos de un metro cuadrado, todos con espejo (para que las operadoras trabajen en su expresividad) y algunos con fotos de galanes recortadas de revistas. Se oía una emisora de cross over en una grabadora comunal que atenuaba los gemidos y las risitas de las operadoras que estaban en llamada. Valenciano me miraba como preocupado de que los fuera hacer perder clientes y me puso un par de llamadas para oír antes de sentarme en mi cubículo. Me temblaban las piernas y me reía como si me pareciera divertido. Lo último que me aconsejó: "Déjate llevar y recuerda que tú tienes el control de la llamada".

Algunas operadoras se pusieron sus chaquetas encima, no sé si para esconderse de mí o para poder hacer ruidos más duro sin molestar a las demás. Otras tres salieron a mi encuentro como si nada. Ahí me tranquilicé un poco. Si ellas podían, a mí no me iba a ir tan mal. No eran ni gordas ni lobas. No vestían ligueros, pero tampoco vestidos holgados. Eran mujeres jóvenes comunes y corrientes. Inclus0 me pareció que una tenía unos ojos muy lindos y la otra, una sonrisa envidiable. Dos de ellas eran más jóvenes que yo. Una dijo que estudia producción de cine y televisión y la otra, publicidad. Había una tercera que es ingeniera ambiental y tiene 32 años. Lleva dos años trabajando y es muy buena, pero nadie en su casa sabe de este trabajo. Me enseñó a introducir mi clave para ponerme en servicio y me puse el audífono-micrófono estilo Chayanne. Hablé con ellas un rato y de pronto sonó mi teléfono. Hubo un silencio que me pareció eterno. Al segundo presioné el botón para contestar y me desdoblé. Afortunadamente era una mujer. Le di instrucciones para masturbarse y le recreé una escena en la que estábamos ella y yo besándonos mientras su novio nos veía. Ya no me acuerdo de todo lo que le dije, pero duré quince minutos hablando con ella. Estaba impresionada de mí misma. La siguiente llamada la contesté fresca y así fui sorteando llamadas la tarde entera, la mayoría de hombres masturbándose durante cuatro o cinco minutos en la línea. La llamada que más duró fue con Andrés, un jovencito que dijo tener mi edad, aunque era mucho menos experimentado que yo. Me acordé de la Violeta de Velasco y me reí, hice chistes, le hablé porquerías, lo seduje. Después de que consiguió su cometido, seguía hablándome. "No puedo creer que usted trabaje en eso, si usted es muy inteligente, Violeta". Cuando colgué había pasado una hora. Prometió que me iba a volver a llamar, estaba encantado conmigo. Entre llamada y llamada hablaba con mis compañeras. Tenían cuentos muy divertidos, como el de una señora que llama para que uno haga las veces de su muchacha o un tipo que se excita si uno le recrea la escena de estar espichando una cucaracha. Les pregunté si alguno de los que llamaba les gustaba.

"Un argentino me vuelve loca cada vez que llama", dijo una de ellas. El tiempo pasó volando, salí a las siete de la noche sintiéndome liberada y con ganas de hacerle ‘control+alt+delete‘ a todas las conversaciones que tuve. Las operadoras dicen que su trabajo suele parecer mucho más interesante y complicado de lo que realmente es. Yo en cambio creo que haber expuesto mi cabeza durante esas horas a algo que después necesité olvidar y bloquear fue muy difícil.

"Busco a Violeta"
Al día siguiente fui en la mañana. Eran menos las llamadas, pero en general las mismas, solo que a la hora del almuerzo parecían llamar personajes de más bajo nivel, como celadores. Fue mucho más difícil con ellos, porque tenían todo el tiempo y no decían casi nada. Todo tenía que decirlo yo, y aparte usando expresiones que no están en mi léxico, como papi. Con el tiempo me abstraje y de pronto sonó el teléfono por cuarta o quinta vez, mientras yo anotaba detalles del lugar en una libreta. Contesté como si estuviera en la oficina. "¿Con quién hablo?", dijo la voz al otro lado. Yo ni me acordaba ya que era operadora. "Con Margarita", dije naturalmente y justo ahí me di cuenta. "Estoy buscando a Violeta", dijo la voz que inmediatamente reconocí. Era Andrés, el joven del día anterior. Hice toda la pantomima de buscar a Violeta y hablamos como una hora de nuevo. Cuando colgué me quedó la sensación de haberle marcado la vida. Él también me hizo reír mucho a mí. Reconozco que me dio curiosidad saber cómo era físicamente. Todo eso desapareció con las siguientes llamadas y con esa risita chillona de otra de las operadoras en turno que me tenía al borde de un ataque de nervios.
A las dos de la tarde cogí mis cosas y salí. Traté de imaginarme a los que llamaron. Me fue imposible no verlos como unos perdedores. Pensé en la inhabilidad de estos hombres para entablar una relación normal con una mujer y de pronto me dije: "Estás yendo demasiado lejos. No necesariamente tienen que ser todos unos perdedores. Algunos tendrán sus novias, sus esposas. Simplemente están buscando una gratificación instantánea sin nada a cambio, sin complicarse. Todos vuelven a sus vidas normales, como yo tengo que volver a la mía para escribir
este artículo".

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