A sus 3 años, los medios de comunicación no dejaban de perseguir al niño genio de los timbales. Hoy, 20 años después, los timbales le dieron paso al piano. Visita a un joven que insiste en su pasión por la música.
El primer recuerdo de la vida de Cristian del Real lo sitúa “en un escenario, con miles de personas al frente, ovacionándome, feliz”. En la vida hay dos clases de niños que nacen famosos. Unos son los ociosos y arrugados retoños de las celebridades, que nada han hecho más allá que venir al mundo en noble cuna. A ese grupo pertenece, por decir algo, Milan Piqué. Los otros son aquellos cuyo prematuro estrellato sí tiene mérito propio y sobrado. En ese variopinto espectro pueden incluirse desde Mozart hasta el niño predicador. No hay que saber más para determinar claramente que la infancia de Cristian del Real discurrió en el segundo grupo.
Hacia finales de 1992, cuando apenas había sumado 3 años, empezó a regarse en el mundo la noticia del niño genio del timbal. El pelo ensortijado, el ademán concentrado de un profesional de esas lides, el medio metro y menos de estatura sobre una tarima improvisada para alcanzar el instrumento, el trajecito de lentejuelas y un sentido del ritmo simplemente rayano en lo sobrenatural hicieron de Cristian del Real la comidilla de las secciones de farándula y de las conversaciones de casa, estudio y oficina por un par de años. “¿Viste al niño de los tambores”, era la pregunta obligada, seguida por muestras de asombro y ternura que, para este caso, eran la misma cosa.
Cristian tiene hoy 23 años. Alberga pocos recuerdos de esos instantes previos al estrellato en los que veía videos de toda la salsa del mundo en un muy musical hogar encabezado por el pianista, arreglista y director de orquesta Víctor “Nene” del Real, en su natal Cartagena; o aquel en el que cambió los muñecos de infancia por un par de baquetas. O de los primeros golpeteos sobre las ollas de la casa, literalmente una verdadera batería de cocina, que un día empezaron a sonar como si acometiera sobre ellas el mismísimo Orestes Vilató. Es que hay que ver las decenas de videos colgados en la red para recordar y, luego, volverse a asombrar.
Ya a sus 5 años, Cristian del Real sobrepasaba a kilómetros lo simplemente correcto en la ejecución del timbal. “Cómo lo van a poner a tocar Ran kan kan… Búsquenle algo más fácil”, exclamó el más grande intérprete del instrumento, Tito Puente, a Víctor, cuando le dijeron que el pequeño iba a tocar ese tema a su lado en Sábado gigante, el programa de Don Francisco. Muchos timbaleros a carta cabal habían caído en batalla ante los ojos de Puente tratando de seguirle el paso a los atómicos pero complejos solos de ese tema, tal vez su más grande clásico.
“Me escondieron detrás del set, porque mi encuentro con Tito iba a ser una sorpresa —cuenta—. Pero a mi papá también se lo llevaron y yo quedé solo con los asistentes. Así que me tuvieron que sacar al aire rápido, porque me puse a llorar del desespero”. Lo siguiente es la cámara tras el niño, que corre hacia los brazos de su ídolo absoluto.
Cristian pone el computador sobre el piano, mira ese video en el que se bate con el propio Rey del Timbal a ritmo del “rana, sagüero y rumba / araña pa’lubri… car. / Ran kan kan, kan kan…”, y se hace todo sonrisas, acaso otra herencia de Puente. “Con Tito nos dimos una palera buenísima”, dice, mientras ve cómo el veterano y demudado timbalero se asombra al punto de dejar caer una baqueta en pleno video.
Fue uno de los mejores momentos de su vida. En ese viaje volvió a tocar con Puente en el legendario Madison Square Garden de Nueva York, fue consentido por todos los integrantes de la Fania All Stars (con quienes compartió escenario también en Colombia) y Celia Cruz se lo llevó de paseo, con escala en el almacén donde compraba sus famosas pelucas. Roberto Roena, director de la orquesta Apollo Sound e intérprete del bongó, tal vez el único músico en el mundo que toca su instrumento con baquetas, alcanzó a sugerir que lo dejaran en su orquesta. “Seguro que fue uno de los músicos de los que más videos vi, porque me le sabía todos los aguajes”, cuenta.
Los recuerdos de Cristian del Real tienen punto de partida en ese anecdotario. Pero hay una historia anterior que sí recuerdan los suyos.
“¿Quién es el que está haciendo ese chistecito”. El sueño mañanero del Nene del Real, que solía y suele prolongarse varias horas más después de salir el sol, habida cuenta de su noctámbulo oficio de director de orquesta, se vio interrumpido por el golpe de la clave sobre la puerta de su cuarto… Tas, tas, tas… tastás. De seguro tenía que ser alguno de los músicos que ensayaba en casa, no por nada había decidido bautizar a su agrupación El Nene y sus Traviesos.
“A mí me tocó explicarle que no era ninguno de ellos, sino Cristian. Pero no me creyó, le parecía imposible que a su edad, apenas 1 año, pudiera tener ese sentido del ritmo”, cuenta Lily del Real, madre del pequeño timbalero. “Claro que mi papá sí quería que yo fuera músico, pero a la edad en que se debe ser músico”, recuerda Cristian. Estaba visto que el momento adecuado era ese. No solo marcaba la clave con holgura, sino que antes, un día, a sus escasos ocho meses de edad, lo encontraron en su cuna, el chupo a un lado, silbando. Como cualquier adulto rememorando un tema de salsa.
Cada vez que la orquesta ensayaba en casa, Cristian estaba atento. Si amagaban llevárselo, él amagaba a llorar. La situación empezó a ser un poco molesta cuando el niño se lanzaba sobre las baquetas del timbalero del grupo, Mario Piñeres, “Mayoyo”. En su afán de emularlo, incluso improvisaba en cargar las baquetas dentro de los calzoncillos, como hacía Mayoyo en la pretina del pantalón. Para que no interrumpiera los ensayos, su abuela, doña Catalina Cantillo, le improvisó aquel primer timbal con trastos de la cocina. “Mi abuela fue un ser importantísimo en mi desarrollo como músico —cuenta Cristian—. Ella provenía de una familia donde hubo muchos percusionistas, y me ayudó a determinar también mi siguiente vocación”.
Un día, sobrepasado por el llanto del niño que quería irse de viaje con la orquesta, el Nene se lo llevó a regañadientes hasta Malambo, población cercana a Barranquilla, donde el grupo iba a hacer un concierto de precarnaval. Después de la primera tanda, se lo encontró en la trasescena, botando lagrimones. “Es que los músicos son barro… No me dejan tocar”, dicen que dijo.
Como por evitar que siguiera llorando, su padre y Mayoyo lo pararon sobre el estuche del piano eléctrico tras el timbal en el intermedio. Ahí empezó a improvisar. “El Nene llegó a contarme que la gente se había enloquecido al ver a Cristian tocando”, recuerda doña Lily. Fue el hecho curioso del viaje para la orquesta durante varios días, pero se suponía que todo se iba a quedar ahí, en la anécdota. Víctor no tenía la menor intención de hacer de su hijo varón un fenómeno circense.
El siguiente contrato llevó a El Nene y sus Traviesos hasta Barranquilla, y esta vez el director del grupo no cedió ante los alaridos de Cristian, que tan buenos resultados le habían dado. La seguidilla de sorpresas tuvo inicio al bajar del bus, al escuchar a un vendedor de butifarra decirle: “Oye, Nene, ¿y trajistes al niño”. La pregunta se la repitió el empresario que los llevó hasta la Arenosa. “No, no, no, perdóname… pero el contrato es con el niño a bordo”, le dijo. Hasta allí se habían oído las voces sobre el pequeño timbalero. No pasaría mucho tiempo para que su golpeteo llegara a todas las latitudes.
Luego vendría lo que todo el país recuerda: el regalo del timbal de Tito Puente, los conciertos con el Nene y, por supuesto, su entrada a la televisión de manos de los libretistas Juana Uribe y Andrés Salgado en la telenovela Perro amor. “Recuerdo que él llegó muy influenciado por la música de Michael Jackson, y bailaba muy parecido —recuerda Salgado—. Siempre ha sido un verdadero portento, su facilidad para aprenderse los libretos era bárbara”. Luego del éxito televisivo, que incluyó un premio TV y Novelas a mejor actor infantil en 1998, su propio padre decidió que era hora de hacer un alto en el camino: había pasado muy poco tiempo para tantos logros, y Cristian estaba faltando a muchas clases.
Dos décadas después, Cristian del Real se sienta frente al piano vertical de su casa, en el norte de Bogotá, y acomete el Bambuco en mi menor y la danza Pincho, del compositor de Sincé, por adopción cartagenero, Adolfo Mejía Navarro. Se la pasa ensayando alrededor de cinco horas al día, y va empezando a adiestrar el instrumento a su usanza. El piano y la música de tradición académica son sus nuevos amores. Hace un año terminó sus estudios de pregrado en Música en la Fundación Universitaria Juan N. Corpas, a la espera de seguir especializándose en Estados Unidos (a su ya riguroso horario de ensayos le debe sumar las clases de inglés) y de aspirar a un cupo en el New England Conservatory, de Boston.
Desde un principio, cuenta Cristian, su padre quería enseñarle los secretos del piano salsero que tan bien domina desde sus años como ejecutante en la orquesta La Protesta, donde inició carrera al lado de su gran amigo, visitante asiduo de casa, Joe Arroyo. Pero al niño no le resultaba tan interesante como el golpe del timbal o los juegos con sus dos amigas, la Tatico y la Peloti, hijas del enorme cantante de Rebelión.
Tuvo que pasar mucho tiempo para voltear a mirar el piano. Mientras, Cristian terminaba su bachillerato y afianzaba otro de sus talentos: la pintura. Entre 2003 y 2005 vivió, él mismo lo cuenta, “en el aire”, hasta que en casa aparecieron unos papeles que le cambiaron la vida. “Se trataba de una serie de partituras para piano del compositor clásico Muzio Clementi”, cuenta. Hasta ese momento era más bien nulo el contacto con la música mal llamada seria. Comenzó a interpretar de oído esos temas y su propio padre empezó a darle clases en el instrumento.
Nuevamente, la abuela Cata fue fundamental para definir el futuro. Ella habló con el saxofonista Juan Álvarez para que los presentara con Raimundo Angulo, por aquel entonces no solo presidente del Concurso Nacional de Belleza sino también director del Teatro Pedro de Heredia, hoy rebautizado Adolfo Mejía. La intención de la matrona: permitir que su nieto practicara en el piano de cola del lugar, no solo mucho más adecuado que el viejo primer piano de La Protesta para sus fines, sino además, tristemente, la única alternativa luego de que una voraz inundación se llevara ese piano junto con enseres, efectos personales y centenares de fotos de la época de niño timbalero de su casa, en el barrio cartagenero Los Alpes.
Fueron muchas las jornadas que pasaron Cristian y su abuela en el Teatro Heredia, él aporreando el piano, ella marcándole el compás. Un día, cuando de nuevo el potencial se hacía visible, Angulo decidió que el Concurso Nacional de Belleza debía becarlo. Es esa corporación la que se ha encargado de los estudios y manutención del joven desde 2008, año en el que inició clases personalizadas en la Juan N. Corpas con la maestra Pilar Leyva. El apoyo económico del Concurso le ha permitido, además, emprender algunos seminarios de piano de pocas semanas en países europeos, y hacerse partícipe en calidad de espectador en eventos como el célebre concurso Van Cliburn en Fort Worth, Texas, creación del célebre “pianista de los presidentes”, fallecido en febrero pasado.
Decía Aldous Huxley: “Todos somos genios hasta los 10 años”. Algunos, hay que decirlo, logran sobrepasar esa barrera y seguirlo siendo, con todo y cambio de prioridades.
No muchos de los coetaneos de Cristian del Real tienen la posibilidad de identificarlo, pues tenían su misma edad en el momento de su prematura fama. Otro tanto ocurre con los padres de ellos, que siguen viendo en su sonrisa, su pelo y su estatura física, por debajo del promedio, al niño timbalero. Para él, el sentimiento es y no es extraño. “Al niño que fui lo siento ya como otra persona, por los pocos recuerdos que tengo —afirma—. Pero vuelvo a reconocerlo cuando estoy sobre el escenario. A mí me ponen un timbal al frente y así haya pasado el tiempo, tocarlo es como caminar”. El año pasado, Cristian regresó a Sábado gigante con Don Francisco para celebrar los 50 años del programa. Y lo que hizo fue volver a tocar el timbal. Sin que nadie le insinuara siquiera un “haz lo tuyo”. Es que el joven pianista vive en perfecta armonía con el niño timbalero. No ha habido reconciliación, porque nunca hubo pelea. “Y eso —cuenta— porque mi papá fue muy responsable en el desarrollo de mi talento. Nunca hubo presión, jamás me sentí obligado a nada. Era yo quien los obligaba a dejarme tocar”.
El próximo 23 de junio, Cristian del Real se presenta en recital de piano solo en la Sala de Conciertos de la Bibloteca Luis Ángel Arango, en obras de Bach, Haydn, Chopin y Barber. Pisar tan importante escenario para la música clásica en Colombia es parte de lo obtenido tras ganar el premio del Concurso Nacional de Piano de la UIS, en Bucaramanga, el año pasado. Preguntado acerca de si tiene nervios de tocar en ese recinto, la primera parte de su respuesta la ofrece su ceño fruncido. “¿Nervios de qué? —pregunta con extrañeza—. Si mi primer recuerdo consiste en verme en un escenario, con miles de personas al frente, ovacionándome, feliz”. ?