Humor

Diástole y sístole

Por: Luis Fernando Afanador

Esta película empieza mala y cada vez se va poniendo más mala. “Al comienzo decae”. Qué cosas, siempre creí que esa frase era una exageración y nunca iba a encontrar una obra que se le acomodara.

Pero la encontré: Diástole y sístole. Desde el comienzo decae. O desde antes, desde el mismo título. Nadie le pone semejante título a nada, ni siquiera a un informe médico. Aunque sí, es posible: el director mexicano Alfonso Cuarón, tres años antes (1997), había hecho una película llamada Sístole Diástole. Entonces, el asunto es todavía más grave: de los millones de títulos de películas para copiar, Harold Trompetero copió el peor.

Primera escena. El actor Nicolás Montero, en un papel sin nombre, habla en un parque con la actriz Adriana Ricardo, en otro papel sin nombre. Son una pareja melosa que se quiere, pero que sin embargo va separarse por decisión de ella. ¿Cuál es la razón? Que ella no quiere sufrir porque… “Eres muy infantil”. Ella lo abandona y la cámara lo enfoca a él, que tiene —es de no creer la obviedad— una camiseta de Mickey Mouse, y se pregunta con voz de niño consentido: “¿Infantil yo? ¿Por qué?”. Fin de la escena y fin de nuestras esperanzas de ver una buena película.

Segunda escena. Se titula: “No empieces por el final”. La actriz Marcela Carvajal salta y se mueve frenéticamente a espaldas del actor Nicolás Montero, sentado en el inodoro de un baño. Creemos por un momento que se trata de un polvazo hasta que le vemos la cara a Nicolás: el hombre está en otro cuento. Sin convicción, es otro espectador. Incluso, uno duda que tuviera una erección. Parece más un pobre hombre aplastado por el culo de Marcela Carvajal, que no es poco. En fin, en aras de lo que viene, supongamos que fue un polvazo. Empieza la conversación poscoito. “¿Y estudias o trabajas?”. Los dos trabajan. Los dos son solteros. O sea: el polvazo puede repetirse. Puede reivindicarse Nicolás. Pero no. Ella tiene un gato de mascota y él empieza a hablar mal de los gatos y a elogiar a los perros. ¿Adivinaron? La furtiva pareja se pelea como perros y gatos.

¿El infantil Nicolás Montero de la primera escena es el mismo pánfilo de la segunda? ¡Hmm! No, no estoy respondiendo, así se titula la tercera escena: “¡Hmm!”. Que podría ser el principio de una explicación. Nicolás necesita a alguien, alguien que lo escuche, que lo comprenda, que le haga el desayuno, alguien que le diga que lo quiere, aunque sea mentira. Mejor dicho, alguien como su mami. No puede vivir solo, no puede vivir sin las mujeres. No es como el autosuficiente amigo (el actor Luis Mesa), que, sentado a su lado en un carro, escucha su quejosa perorata y le dice filosóficamente: “Nacemos solos y morimos solos”. Le dice esto mientras afuera, en la calle, ronronea Ramiro Meneses disfrazado de travesti: qué lindo. Las ironías teledirigidas de Harold Trompetero son una belleza.

Ya entendimos. Nicolás Montero es un arquetipo: el del hombre infantil que no puede abandonar a su madre. Y Marcela Carvajal es otro: el de la mujer bonita, insegura y conflictiva. Arquetipos enfrentados a comienzos, intermedios y finales de relaciones. Y a lugares comunes del amor, con su respectiva sátira en cada una de las escenas: “Todos los hombres son iguales… y las mujeres también”; “Los amigos están por encima de todo, incluso de tu mujer”; “El amor es como el cáncer, hay que detectarlo a tiempo”; “El amor es una costumbre que también se pierde”. Menos mal, son únicamente 35 “cardiacas” escenas, 35 diástoles y sístoles. ¿Por alguna razón cabalística? ¿O por cuestión de presupuesto? Pensaría que lo último, si nos atenemos a los créditos, donde nos aclaran que esta película “fue hecha con las uñas, con la uñas limpias”. Por eso, al final, uno le perdona todo. Todo menos el abuso del primer plano, como si Marcela Carvajal y Nicolás Montero fueran Liv Ullmann y Erland Josephson en Escenas de la vida conyugal. Mucha mierda, Trompetero, eso no se hace.

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