Humor

El paseo

Por: Carlos Vallejo

Harold Trompetero dice que El paseo, la película que dirigió, es la Pequeña Miss Sunshine colombiana. Dice que Antonio Sanint, su protagonista, es el Jim Carrey colombiano.

Dice, también, que uno de sus personajes, una niña adicta al BlackBerry, es la Paris Hilton boyaca. ¿O sea que esta Pequeña Miss Sunshine con Jim Carrey y Paris Hilton es una película típicamente colombiana? ¿Es este el espejo en el que nos miramos, como también dice Trompetero?

La verdad es que la película con una de las más grandes taquillas de la historia del cine nacional, con 1.400.000 espectadores, ni es típicamente colombiana ni se parece a Pequeña Miss Sunshine. Heredera del humor bobo y la mala realización y actuación de Dejémonos de vainas, El paseo es producida y escrita por Dago García con el desinterés por la verosimilitud que lo caracteriza: una familia bogotana de clase media con sueldo de clase alta y modales de clase baja se va para Cartagena en carro, ahora que volvimos a las carreteras. El paseo es un testimonio de nuestros tiempos: es un logro de la seguridad democrática.

Sanint es el señor Peinado, como Víctor Mallarino en La teacher de inglés, también de Dago. Su esposa es Carolina Gómez, que hace en pantalla grande lo mismo que en la chica pero sin hablar inglés. Su suegra es esa hermana de Miguel Varoni que siempre hace de brava y que se parece mucho más a Jim Carrey. Sus hijos son un joven que de un día para otro se volvió místico y una niña que no para de llorar porque la deja el novio y dice cosas como “paremos en Curvas peligrosas”. Hay un perro, que a última hora no fue Róbinson Díaz sino un tal Jack.

El paseo arranca mal, porque se encuentran en un desayunadero con el jefe, que pone a Jim Carrey a cambiarle la llanta al carro. Mientras, les roban todo, pero no importa: “A Cartagena llegamos porque llegamos”. Entre planos desenfocados y cortes chambones, siguen hasta que la suegra quiere orinar. Las mujeres van a resolver ese tema y el padre le hace una invitación a su hijo: “Colombiano que se respete no orina solo”. El hijo se niega, y preciso pasa el jefe cuando la señora grita por papel higiénico. Lo conmovedor es que se pierde el perro y la teacher consuela a su marido: “Los hombres que lloran tienen el alma limpia”. Lo afortunado, que Paris Hilton echa a perder la poesía: “Métale la chancleta”.

Luego, Carrey despierta el orgullo patrio en el Cañón del Chicamocha: “La gente de este país viajando al exterior. ¡Viva Colombia!”. Entonces se vuelven a cruzar con el jefe, el carro se vara, otra vez dice el tipo: “A Cartagena llegamos porque llegamos”. Pero antes, para que no digan que es un cine predecible, un giro sin sentido: un grupo religioso armado que se viste con túnicas los baja del bus y los secuestra, y en el campamento se encuentran con que, adivinen, el jefe está secuestrado. Que los dejen ir porque no se aguanten a la suegra no es sorpresa. Y tampoco que lleguen a su destino, en donde Dago y Trompetero confeccionan la escena perfecta: llegan en una chiva llamada La Colombianita, mientras pasa una palenquera envuelta en el tricolor, suena una canción de Juanes, aparece el perro y se suben a un barco a ser felices.

¿Es esto típicamente colombiano? Porque no lo es, y por eso está tan mal. Trompetero o está muy confundido o es un cínico. Es malo él, es malo Dago y son malos los espectadores: creen que se ríen de sí mismos cuando ríen de un híbrido entre los estereotipos cómicos de Hollywood y la televisión colombiana: el padre soñador y bobo, la esposa comprensiva, el hijo pacifista, la hija mimada y superficial y la suegra peleona. Creen que se ríen del colombiano, pero en realidad se ríen de otra cosa. Eso es lo más triste de esta exitosa comedia. ?

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