Reflexión de Antonio García sobre las personas que no beben.
Soy un convencido de que uno, cuando bebe, tiene que beber bien, sin jetiarse ni terminar vomitando por ahí, enfrente de todo el mundo. Pero de la teoría a la práctica, para mí, durante mucho tiempo hubo mucho trecho. En el colegio, mis amigos decían siempre "ya no bebás más, Erizo, que vas a terminar pescado". Lo de "pescado" era porque yo siempre terminaba boqueando, abriendo la boca para tomar aire como un pez fuera del agua, e indefectiblemente siempre terminaba vomitando hasta el primer tetero.
Con la edad los tragos me han empezado a pegar cada vez más duro y ya no soy capaz de embriagarme con Aguardiente Caucano, chirrinchi, uña de gato o Moscato Pasito. En la adolescencia, sin embargo, nunca había suficiente dinero para comprar algo más que eso. Una botella para diez personas, un murito, y ahí estábamos, con el plan completo. Mi primera gran borrachera sucedió cuando tenía doce años. Me tomé un aguardiente que acompañé con unas chocolatinas Jet y terminé llegando a la casa a rastras, vomitado desde la coronilla hasta el dedo gordo del pie. Al otro día tuve que lavar mi camisa yo mismo y pedirles perdón a mis padres. Desde entonces, y a fuerza de diversas rascas, me he ido puliendo, aunque en mi memoria están, por ejemplo, una vez que vomité sobre la chimenea en la casa de una amiga, un día que oriné desde el balcón de un piso 13 y un día, en el mirador de San Antonio, en Cali, en que en mitad de una meada me caí y me meé por completo.
Me encanta la cerveza. Mi preferida, cuando hay dinero, es la Heineken. Creo que las cervezas colombianas son bastante regulares, aunque le tengo mucha fe a la emergente gama de cervezas de Bogotá Beer Company. Extraño la cerveza Ancla, que era deliciosa y murió a manos de la competencia. Las de Bavaria no me encantan, pero respeto el gusto que algunos amigos le prodigan. Tengo un parcero que se llama Pablo, que cuando vino a vivir a Bogotá hizo un montón de arreglos para que la Poker, en ese entonces de muy escasa circulación capitalina, le llegara a su casa. Tampoco he podido entender cómo en ciertas zonas de Bogotá y casi todo Boyacá se toman la cerveza al clima. Respeto la decisión pero a mí me sabe horrible, como a una sopa intragable. A propósito, una vez, en mi casa, nos reunimos un grupo de amigos para hacer una receta que había conseguido uno de ellos, de Biersup, una sopa de cerveza que no me acuerdo qué llevaba pero sí que terminó en el desagüe porque ninguno de nosotros fue capaz de tomársela.
Mi papá mandó hacer un bar en la casa. Mi mamá se lo patrocinó e incluso consiguió a un carpintero para que hiciera la barra y todos los elementos necesarios, incluida cava y un dispositivo para colgar las copas del techo. Mis hermanos y yo algunas veces sacamos una botellita sin pedirle permiso, lo cual significó un beneficio en la adolescencia poblada de tragos baratos. Pero sobre todo fuimos aprendiendo a degustar, a saber que más allá de la borrachera estaban las bondades de un buen aperitivo, un puscafé. Todavía, en las reuniones familiares, todos esperamos el momento en que mi papá diga "qué, ¿nos tomamos un vinacho?", y descorche uno de sus cabernet, sus shyraz, sus sauvignon blancs. Sin ir más lejos, en casa hay ahora seis vinos que fueron donados por él.
El coctel de cocteles es el martini, por supuesto, pero no es mi favorito. Prefiero el bloody mary sobre todas las cosas, pero se trata de un coctel que tiene su ciencia. Considero que el secreto está en que el vodka sea de calidad y que tenga un poco de salsa worcestershire de la verdadera, la cual entre sus ingredientes tiene un toque de anchoas, y lleva también un toque de picante, no cualquiera: chipotle ahumado. No les voy a dar aquí las proporciones de mi receta, pues esa queda reservada para el selecto grupo de amigos que vienen a mi hogar para tomar unos tragos.
Respeto a los abstemios, pero no los entiendo del todo porque se privan de ese estado maravilloso que popularmente se conoce como "media caña", el mood ideal para cuando el momento se presta para elíxires, fermentos y destilados. ¿A alguno de ustedes les ha dado ganas de servirse algo? No se repriman: ¡salud, mis amigos!