Lo que no me aguanto de...las integraciones empresariales

Por: Nicolás Samper

Una notificación por e-mail es el inicio. El título del correo es extraño: "Retiro (carácter obligatorio)". De inmediato uno piensa: ¿Me estarán echando? Luego, al abrir el mensaje se despejan las dudas. "Invitamos a nuestros empleados a una convivencia lúdico-espiritual para fortalecer los vínculos de confianza internos de nuestra organización…"

Surgen los interrogantes: ¿Desde cuándo están trabajando con nosotros el cura Rozo y monseñor Ospina que tanto les gustan los retiros? ¿A qué horas nos metieron al Tihamer Toth? El alma descansa cuando al final aparece la firma de la directora de recursos humanos avalando la actividad. La orden es perentoria: es hora de integrarse con el resto de la oficina.

La comparación es cruel, pero estos ‘retiros‘ son la forma más sofisticada de secuestro que exista: hay coacción (si no va, lo botamos), las reuniones nunca se llevan a cabo en zonas urbanas (fincas en Guaymaral, La Calera, Cota y Tenjo son las sedes habituales), hay que vendarse los ojos en muchas situaciones (la típica dinámica "déjate-caer-de-espaldas-con-los-ojos-tapados"), si alguien está jodiendo, puede correr riesgos graves (las burlas son penadas con sendos memorandos el lunes) y nunca se ve al jefe de la banda (no he visto el primer alto ejecutivo haciendo presencia o anotando en un papel sus fortalezas y debilidades para compartirlas con la señora de los tintos). Las torturas psicológicas... esa es la peor parte.

Hay un ‘facilitador‘ (eufemismo usado para describir al moderador con tintes de recreacionista) que dice cada tres segundos la palabra ‘lúdico‘, se apunta el primer botón de la camisa y es el encargado de dividir en dos el grupo de secuestrados. La misión, entre tantas otras: sostener una cuchara con un huevo y sin ayuda de las manos correr 100 metros para luego dejar ese menaje en manos de quien esté esperando en el otro extremo. ¿El objetivo? Medir la labor de grupo en la empresa. Sirve un jurgo para la vida diaria. No se acompleje si usted trabaja, por ejemplo, en RCN Radio, y Juan Gossaín lo mira raro porque usted le lleva los cables noticiosos montados en una cuchara. Ganará puntos con el jefe de personal.

Al caer la noche, a veces le meten aguardiente al tema. Y se sabe que la gleba oficinística —de la que hago parte— no va a mostrar en estado de embriaguez el donaire del maní de Planters: algunos estarán pensando cómo polinizar a la nueva secretaria (no importa si está buena o no, siempre hay dos en ese plan), la gorda de recursos humanos vomita y le declara su amor a un gañán que es el ‘tumbalocas‘ de la empresa y las mejores amigas de recepción que se prestan la lima de las uñas y se apodan mutuamente como ‘brujis‘ y ‘monstra‘, se agarran a gaznatones y revelan a grito herido intimidades promiscuas de ambas en su lugar de trabajo con esos altos directivos que nunca asisten a los retiros.

Estas convivencias —partamos de la palabra "convivencia" para entender el fracaso de este método— son fatales, atentan contra la inteligencia y, contrario a lo que se cree, son embrión de pésimas ideas: en uno de estos retiros se le ocurrió a Samuel Moreno y su séquito de colaboradores clavarnos pico y placa de 6:00 a.m. a 8:00 p.m. sin rebaja en el impuesto de rodamiento.