Experimentos

Comiendo en Heart Attack, el restaurante de los excesos

Por: Ricardo Pintor

¿Cómo es el restaurante donde sirven una hamburguesa de 10.000 calorías y donde los comensales han sufrido infartos? El cronista Ricardo PinTor fue hasta Las Vegas para comer en Heart Attack Grill y sobrevivir en el intento.

Sería un poco tonto decir que Fremont Street está localizada en el centro de Las Vegas; Fremont Street es el centro de Las Vegas y por mucho tiempo también fue el corazón palpitante de la ciudad. Fue su primera calle pavimentada, la primera con un semáforo y el lugar de las casas de apuestas iniciales.

Fremont Street sigue teniendo enorme vida en su sección de calle peatonal, rodeada de impresionantes luces de neón, todavía invadida por enjambres de turistas atraídos por esos rincones reproducidos en películas de Elvis Presley o videos de U2. La vieja calle de principios del siglo XX está llena de energía… y de calorías.

Sobre Fremont Street, a unos cuantos pasos de Las Vegas Boulevard, se encuentra un restaurante muy singular, no por sofisticado, sino más bien por todo lo contrario. Es el Heart Attack Grill, cuya oferta alimenticia prácticamente se limita a la venta de hamburguesas y que se da a notar por una absurda especialidad: sirve la hamburguesa más alta en calorías de todo el mundo, hecho reconocido por Guinness según el certificado montado sobre una pared del local.

Preparada con cuatro piezas de carne, sus respectivas rebanadas de queso y varios trozos de tocino, además de otros ingredientes de los típicos como jitomate y cebolla, la llamada ‘quadruple bypass burger’ contiene tantas como 9982 calorías pregonan sus creadores.

En el certificado de Guinness, con fecha de abril de 2012, se lee que la hamburguesa pesa 1,4 kilogramos y que cada gramo contiene 6,91 calorías. Cabe señalar que en el sitio oficial de Guinness no se puede constatar la validez de dicho récord, pero en realidad ni falta que hace; la mentada ‘quadruple bypass’ es de una clase aparte.

Heart Attack Grill me pareció un sitio divertido. Sobre la fachada del local hay unas letras gigantes y luminosas que indican que cualquier persona que pese arriba de 350 libras (159 kilos) puede comer gratis, regla que aplica a los 365 días del año y para cuyo efecto se utiliza la enorme báscula situada a un costado, mientras que en la puerta hay un letrero que dice, en inglés, “¡Precaución! Este establecimiento es malo para tu salud”.

Cuando me paré sobre la báscula, pensé que sonaría una carcajada pregrabada: 162 libras tan solo (73,4 kilos). Por supuesto, la última preocupación que tuve al cruzar esa puerta era mi salud con relación a mi peso. Pero oigan, los flacos también comemos mucho. Nuestro metabolismo nos da ese boleto gratis.

Cada minuto hay gente caminando sobre Fremont que se detiene cuando Heart Attack Grill les ha saltado a la vista. Son los turistas. Siempre hay sonrisas y muchas veces aparecen las cámaras o los smart phones para llevarse la foto del recuerdo, como si se tratara de un edificio histórico o un monumento.

Y este bien puede ser considerado un monumento a la glotonería, a la cultura de gigantismo que tantas veces permea a Estados Unidos. Uno que vive acá se acostumbra, pero en Las Vegas siempre se siente un poco distinto: los monstruosos hoteles, los enormes casinos, las majestuosas fuentes del Bellagio, los interminables salones de bufé con interminables filas de hambrientos visitantes y, ahora también, las hamburguesas gigantes.

Muchos visitantes conocen Heart Attack Grill como el lugar en el que la gente puede sufrir infartos. La noticia se propagó en febrero de 2013 cuando John Alleman, quien comía todos los días en el restaurante, sufrió un paro cardíaco mientras esperaba el autobús luego de su acostumbrada dotación de calorías. Ya habían sufrido problemas de salud tres personas que comían hamburguesas del H.A.G., una de ellas fallecida por neumonía, pero a quien no le ayudó su tonelaje de más de 260 kilogramos.

Empezaron a figurar las entrevistas de televisión con el dueño del Heart Attack Grill, incluyendo apariciones para CNN y Bloomberg TV. Jon Basso, a quien sus empleados consideran un “genio” y quien se hace llamar ‘Dr. Basso’, acostumbra mofarse de los comensales bajo el argumento de que él les advierte que la comida del restaurante literalmente los puede matar.



Hospital de la gula

Tras finalmente entrar al restaurante, mi primera sorpresa: tenía que ponerme, igual que todos los demás, una ridícula bata como las que visten los pacientes en las clínicas. Las meseras, para no desentonar, están vestidas como enfermeras con exagerados escotes y minifaldas, y la decoración tiene muchos elementos relacionados con los hospitales. Esto podría sonar poco apetitoso, pero en realidad no inhibe ni alienta el apetito.

No todas las hamburguesas son tan grandes e intimidantes como la torre de carne grasosa (cada medallón es de unos 250 gramos) y queso amarillo llamada ‘quadruple bypass’. También hay ‘bypass’ sencilla, doble y triple, y obviamente, mientras más gruesa es, más llenadora, más calorífica… y más insana.



Me llevé otra sorpresa cuando mi mesera me ofreció el menú y descubrí que si por alguna razón llegaba a cambiar de parecer sobre pedir una hamburguesa, no iba a poder hacerlo: solo hay hamburguesas y unos temibles perros calientes gigantes bañados en chili, el famoso estofado texano más o menos picante que se basa en carne y en ocasiones fríjoles. No soy muy dado a los embutidos, así que me quedé con la hamburguesa.

La hamburguesa que me pedí no me supo mal; pensé que podría ser un plato perfecto para los turistas que han estado bebiendo sobre Fremont y otras calles circundantes, pero claro que para quienes buscan algo más que llenar el estómago, este no es el lugar.

Una ‘single bypass’ cuesta 8,33 dólares, precio bastante razonable para tal dotación de comida. Y los precios no escalan gran cosa: la ‘quadruple’ es de 13,88 dólares. El Heart Attack Grill es un éxito por el volumen de ventas. En una noche de viernes y en temporada de turismo moderado, pude contar arriba de 70 clientes de manera constante durante casi tres horas en el local.

“La comida me pareció excelente”, me dijo el amigable Dan, un rubio cuarentañero que vino con su esposa y amigos desde la fría Indiana. Su mesa estaba frente a la mía. “La hamburguesa me gustó mucho, y las papas fritas son deliciosas”.

¿En serio?

Es de notar que Dan y los demás habían estado bebiendo. Uno de ellos decidió tomar como aperitivo un shot de gelatina de vodka. Sí, gelatina servida en una gorda jeringa. Cuando su acompañante, en una ejecución sumamente rara, disparó desde unos centímetros directo a la boca, el corpulento hombre pareció aguantar el ‘trancazo’ alcohólico, pero luego cerró los ojos, frunció el ceño, bajó la cabeza y explotó en vómito. Pasado el trance de embriaguez y bochorno, se devoró su ‘double bypass’ y más tarde subió a la báscula situada cerca de su mesa, la cual indicó 302 libras (137 kilos).

Las papas fritas que me sirvieron fueron muy malas y grasosas, y las papas fritas llamadas ‘flatliner fries’ tuvieron mejor sabor, pero el saber que son freídas en manteca me espantó el entusiasmo. La malteada de cheesecake, servida como postre en un vaso metálico también enorme, tiene buen sabor.

Pero definitivamente lo mejorcito de los alimentos de un menú que seguramente es el más corto de la ciudad fue, en mi opinión, el pan de las hamburguesas, horneado en la casa. Como mucha gente, considero que el buen pan marca diferencias. Quiero pensar que el H.A.G. no sería lo mismo si el pan de las hamburguesas fuera corriente.



En cuanto a las bebidas, hay mayor variedad, pero por supuesto no refrescos de dieta; aquí se trata de ofrecer calorías. Lo más popular son las cervezas y la Coca-Cola embotellada que aquí es conocida como la Coca-Cola mexicana, esa que está endulzada con azúcar. Sorpresivamente, hay vinos, blancos y rojos. Estos, igual que los licores, son servidos en bolsas como las que contienen suero en los hospitales, colgadas en lo alto con una fina manguera que lleva la bebida hasta los vasos al ser accionada como un catéter.



Prohibido dejar algo en el plato


Las hamburguesas de cuatro pisos son la mayor atracción en las mesas de Heart Attack Grill, pero tampoco es que las veas todo el tiempo. Yo tenía que esperar buenos ratos para ver que algún valiente pidiera una de esas.

Sentado junto al barandal que separa la barra del restaurante, identifiqué a un hombre que se batía las manos con su ‘quadruple bypass’. La torre de hamburguesa se doblaba y terminaba partiéndose en dos sobre el plato. Esta cantidad de pan, carne, queso y jitomate harían ver ridículamente pequeñas aquellas ‘brontodobles’ o ‘dinotriples’ de la década de los ochenta ofrecidas por la difunta cadena Burger Boy.

Y así como las enormes porciones de comida son la etiqueta del Heart Attack Grill, el acto estelar no radica necesariamente en lo que uno se come, sino en lo que uno no se come.

Cualquier persona que no termina con sus alimentos es castigada con unas nalgadas propinadas por las ‘enfermeras’ (meseras) con la ayuda de una porra o paddle, de esas que utilizan los payasos para pegarse entre ellos. Y por cierto, está prohibido compartir la hamburguesa, así que las aporreadas son frecuentes. Muchos gritan de dolor y es que, según, Katia, la ‘enfermera’ que me atendió, la violencia del golpe cambia según qué tan bueno o malo haya sido el día de la mesera en turno, o también según el ímpetu del castigado.

“Mucha gente quiere que le peguemos en las nalgas; les gusta, les excita, así que podemos golpear con toda nuestra fuerza”, me confesó Katia, originaria de Grecia y la única mujer que me pareció atractiva de entre las enfermeras en la jornada, aspecto que en realidad me fue un poco decepcionante. Eso sí, todas fueron increíblemente amables. Se nota que les gusta su trabajo, o más bien, se esmeran en que así parezca. En este aspecto, y sobre todo cuando ellas miran al cliente de frente con sus pronunciados escotes, las calorías también son altas.



El tipo excéntrico contra las Big Mac

Miro constantemente alrededor y noto a la gente comiendo y riendo, pasándola bien. Muchos se divierten con los múltiples detalles en la decoración. Hay, por ejemplo, afiches de películas históricas con nombres manipulados, como Burgers Wars (en lugar d e Star Wars), Clockwork Lard (Clockwork Orange), A Few Good Burgers (A Few Good Men) y Burger Nights (Boogie Nights).

No se puede negar que los decoradores de Heart Attack Grill fueron creativos. Cerca de la puerta de entrada hay una pintura que es copia de La persistencia de la memoria, de Salvador Dalí, solo que en lugar de relojes hay perros calientes, y El hombre de Vitruvio, de Da Vinci, es gordo.

Sí, todo es muy forzado para que la ironía sea chocante y superobvia, pero me pareció simpático; digo, no deja de ser un lugar de hamburguesas donde se cena con 10 dólares.



Tras notar que la cuenta solo se puede pagar en efectivo, me levanté para ir al cajero automático que hay dentro del restaurante y aproveché para hacer una escala en el baño, siempre con mi bata por encima. Allí me encontré con el rostro de George W. Bush en la letrina.

“Unos amigos están de visita, por eso vine”, me dijo Larry, un joven afroamericano que me hizo la charla en camino a las mesas. La gran mayoría de los clientes son turistas que llegan por curiosidad más que por hambre, y esa es una de las principales razones por las que Heart Attack Grill aún existe luego de dos años de vida en esta ubicación. Siempre hay nueva clientela, y yo, por ejemplo, no regresaría. Intentos previos, en Chandler, Arizona, y Dallas, donde no hay tantos turistas, no sobrevivieron.

Sobre la pared más larga del interior destaca una impresión o póster iluminado de unos 7 metros de largo, en el que aparecen los figurines o mascotas de las más famosas cadenas de comida rápida: la estrella amarilla de Carls Jr., el payaso Ronald McDonald de McDonald’s, la niña pelirroja de Wendy’s, el hombre de la cabeza redonda de Jack in the Box, y el coronel Sanders de Kentucky Fried Chicken, entre otros. Son doce en total, simulando a los apóstoles de la Última cena, departiendo con el misterioso hombre calvo de la bata de doctor, Jon Basso, omnipresente en su local.

“A veces me da un poco de miedo”, reconoció Katia la mesera sobre Basso, quien por las tardes atiende su restaurante desde la barra. “Es un hombre muuuuy excéntrico. Pero es muy inteligente”.

Basso parece serlo. La idea detrás de su restaurante es exhibir y hasta avergonzar a las grandes compañías de comida rápida que invaden Estados Unidos y el mundo. El concepto suena loable, pero su petulancia exagerada siembra dudas sobre su verdadero objetivo. ¿De verdad quiere enviarle un mensaje al público o es simple marketing?

“El mundo entero le ha fallado al público americano (estadounidense)”, asegura Basso, quien no respondió a una petición de entrevista, en una de sus muchas cápsulas de video para uso de los medios de comunicación contenidas en el sitio web de su restaurante. “Puedo decir esto con confianza: las estadísticas de obesidad son una prueba fehaciente de que hemos tomado el camino incorrecto”.

Hay otros clips mucho menos serios.

“Nosotros le abrimos los brazos al ‘ObamaCare’. Piensen en esto: nuestros pacientes vienen y comen todo lo que quieren, y están cubiertos por la sociedad”, dice con relación al plan federal de seguros médicos impulsado por el presidente Obama para cubrir a un mayor número de personas.

“Yo sirvo basura en mi restaurante, pero al menos soy honesto y lo digo”, reconoce Basso en una entrevista con el canal de televisión Bloomberg. “Hay mucha hipocresía de parte de las grandes cadenas de comida. Por eso lo hago, y además me genera un buen negocio”.

Y sobre el asunto de las hamburguesas gigantes con miles y miles de calorías de Heart Attack Grill, debo de decir que hay mucho de pose cuando un comensal se sienta y ordena una ‘quadruple bypass burger’, porque en realidad, ¿quién necesita comer tanto en una sola sesión? El mero intento es grosero.

Me pareció que muchos de los clientes dedican su tiempo mirando alrededor, buscando alguna escena grotesca de parte de una víctima del exhibicionismo barato o de la gula más exacerbada, para dirigirle su atención. Aquel hombre que vi sentado cerca de la barra, acompañado de su amiga, trataba de lucirse al pretender comer ese mastodonte bañado en ketchup, literalmente, atragantándose, en un acto de cierto machismo, como si el pobre tipo no hubiera probado alimento en una semana y, seguramente, con un comportamiento muy distinto al que tiene en la mesa de su hogar.

Total, “What happens in Vegas stays in Vegas”.

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