Por Ramiro Bejarano

Humor

No me pierdo... El programa de salsa de William Vinasco CH.

Por: Ramiro Bejarano

Durante 60 minutos estremecedores se oyen las inolvidables melodías de la soberbia orquesta de Matanzas con sus trompetas y ritmos endiabladamente deliciosos, pero también desfilan en la voz de William las remembranzas de sus canciones, sus cantantes, con una precisión admirable.

William Vinasco Ch. es tal vez uno de los personajes más pintorescos no solo de los medios de comunicación sino de la política, escenarios en los que se mueve como pez en el agua desde hace mucho tiempo. Los políticos lo ven como un locutor deportivo, mientras que algunos de los periodistas que deberían verlo como un colega lo tratan con desdén, y no falta alguno que lo considere un lagarto. Tal ojeriza debe ser obra de la envidia.

Nada de lo que le pasa, dice o hace Vinasco es normal ni indiferente. Como periodista deportivo se ha hecho famoso transmitiendo partidos de fútbol, no solo por la agitación que les imprime a sus relatos o a los goles que canta, como si en cada caso hubiese acertado el baloto, sino por el rosario de frases de cajón que también volvió costumbre. Su dicho “no me esperen esta noche en la casa” cuando a la sufrida Selección Colombia le va bien ya es símbolo y presagio de fiesta prolongada con toda clase de licencias. O su recurrente mención “como dice Williamcito”, que supongo debe ser su hijo o un nieto, parece rescatarle el aire de padre o abuelo cariñoso que él mismo pone en duda con su amenaza de que se alzará la falda por cuenta de los triunfos de la selección.

Pero Vinasco es además un político de la más rancia estirpe conservadora, que no se resigna solamente a votar religiosamente en cada una de las elecciones, sino que aspira de tiempo atrás a ocupar alguna dignidad pública en nombre de su partido, preferiblemente la Alcaldía de Bogotá. En esta empresa no ha sido tan afortunado, pero lo peor es que tampoco es un cadáver político, para sufrimiento de sus malquerientes, que no son pocos, porque a pesar de que ha sido derrotado, en todo caso ha demostrado que un grupo de sus copartidarios no lo siente tan despistado de la cosa pública. Los colombianos nos hemos ido acostumbrado a que cuando se agitan las horas de las campañas electorales, Vinasco se despoja de audífonos y micrófonos y se convierte en vocero de la rancia derecha, a lo mejor porque secretamente acaricia la idea de ser el Ronald Reagan criollo.

Es apenas obvio que alguien con una agenda pública tan indescifrable como la que alimenta Vinasco despierte muchas simpatías normalmente en sectores populares, pero también muchas antipatías en los estratos altos donde resultan extravagantes sus dichos de periodista deportivo y sus ambiciones políticas. Por eso en aquellos escenarios conocidos como sofisticados o de dedito parado, hablar de Vinasco es casi acercarse a la blasfemia, pero confieso que soy uno de sus oyentes semanales de un programa singular que no existe ni en Miami ni en Puerto Rico y mucho menos en la propia Cuba, que él conduce con acierto.

En efecto, más que periodista deportivo, Vinasco es empresario de las comunicaciones y, por tanto, afortunado propietario de la emisora radial Candela, de la FM, en la que además es productor, libretista, locutor, comentarista, etcétera. Todos los sábados a las 11:00 de la mañana, en el dial 101.9, el inconfundible timbre de la voz de William Vinasco Ch. anuncia su espacio Una hora con la Sonora Matancera, y quién dijo miedo. A partir de ese instante y durante 60 minutos estremecedores, se oyen las inolvidables melodías de la soberbia orquesta de Matanzas con sus trompetas y ritmos endiabladamente deliciosos, pero también desfilan en la voz de William las remembranzas de sus canciones, sus cantantes, con una precisión admirable.

Mi pecado culposo, pues, es oír semanalmente a este curiosísimo hombre de radio y aspirante a estadista, no en transmisiones de extensos partidos de televisión ni en arengas a sus electores, sino hablando de ese ritmo caribeño que en la fría altiplanicie bogotana desentona, pero que para quienes venimos de otras latitudes ardientes menos ceremoniosas nos resulta tan grato como familiar.

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