Testimonios

4:00 A.M., suena la diana en el batallón de Tolemaida

Por: Luis Alfonso Arévalo / Fotografías: Nicolás Pinzón

La diana me ha salvado de muchos regaños y de vueltas enteras al fuerte militar, porque quedarse dormido aquí, así sean cinco minutos, se paga con un precio muy alto.

levantarse antes que todo el mundo a tocar la trompeta no solo es un honor, sino que además me divierte mucho. Ver cómo mis amigos me miran con odio profundo cuando se levantan, después de apenas un par de horas de sueño, es una gran forma de empezar el día. Eso sí, media hora antes que ellos, soy yo el que sufre.

Aprendí a tocar trompeta en El Socorro, Santander, donde nací. Allá hacía parte de las bandas musicales del colegio. Cuando estábamos a punto de graduarnos y nos presentamos al servicio militar, mis 83 compañeros se postularon también para tomar el curso de Lancero, pero solo pasé yo. Eso fue hace casi un año y en dos semanas ya podré irme para mi casa.

Me desperté a las 3:30 de la mañana. Todos los días tengo que tender mi cama y dejarla sin una arruga. Después me bañé con agua fría, pero aquí en el Fuerte Militar de Tolemaida no es tan grave porque hace calor. Cuando estuve listo, me lavé los dientes y salí a calentar para tocar la diana. Es que a esta hora de la mañana, si uno esfuerza la garganta sin prepararse, se puede hacer daño en las cuerdas vocales. Entonces, cuando fueron las 4:00 en punto, toqué el típico sonsonete de trompeta que ponen en las películas cuando salen a correr los soldados. Y todos se levantaron a mil para alcanzar los primeros turnos de las duchas. Mientras tanto, yo me quedé esperando a que terminaran de arreglarse.

En este momento, algunos arreglan la cama, otros se bañan, se afeitan, se visten o lustran los zapatos. En 15 minutos tendrán que estar formados, aquí afuera del alojamiento. Nuestros superiores nos darán indicaciones acerca de lo que haremos y nos hablarán de cómo va nuestro entrenamiento. Después podremos ir a desayunar, aunque nos toca tener paciencia porque a veces la fila es larga, pues a esa hora ya todos los soldados están despiertos. Generalmente nos dan arroz con huevo o calentado, pan y chocolate. Y el resto del día se irá en hacer aseo de las áreas nuestras y continuar con el entrenamiento físico.

Cuando entrenábamos en el curso de lanceros, pasábamos mucho tiempo selva adentro, sin dormir, corriendo o nadando por montañas y ríos con más de 40 kilos de equipaje de campaña a la espalda. Aunque la supervivencia en entrenamiento es difícil, la mayoría de las veces lo que se pone a prueba es la confianza y la seguridad en uno mismo y exigen al máximo nuestra mente, porque es la única forma de superarlas. Por ejemplo, la prueba de graduación se llama la Marcha de la Muerte y se hace en un fuerte en el Amazonas, a 20 minutos en lancha de Leticia. Para aprobar el curso, debemos correr más de 50 kilómetros con municiones, armas y equipos de campaña al hombro, a una temperatura y una humedad insoportables. Pero eso no es nada comparado con el miedo que se siente en las infinitas pruebas de altura que nos hacen, donde nos toca tirarnos a ríos desde más de 18 metros, incluso con los ojos vendados. Cuando volvemos al batallón, podemos descansar más tiempo teniendo en cuenta que en la selva dormíamos apenas dos o tres horas diarias. De hecho, el nivel de cansancio es tan grande que algunos compañeros ni escuchan la trompeta.

Pero yo no puedo darme ese lujo, porque, aunque no lo crean, tocar la diana es una tarea agotadora. Por ejemplo, en el último año he dejado de dormir 182 horas y eso en el ejército es el tiempo que más se aprecia. Pero a veces, viéndolo bien, no me importa. La diana me ha salvado de muchos regaños y de vueltas enteras al fuerte militar, porque quedarse dormido aquí, así sean cinco minutos, se paga con un precio muy alto.

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