Los cojines en el piso, en la mesa bajita arden velas, al igual que la chimenea, si es que hace frío; una espectacular selección de música suave, luz tenue y solos. ¿quién se resiste?
Difícil de creer, esta descripción corresponde al Restaurante La Loma de Torca, en el kilómetro 14 de la Carretera Central Norte (carrera 7ª).
Claro que cuando no hay ganas de salir, toda esa magia podemos crearla en casa, agregando la siguiente receta:
En Artesanías de Ráquira o en otro almacén similar conseguimos unas cazuelitas de barro de 15 x 17 x 4 cm. aproximadamente Son muy baratas y muy lindas.
Debemos proveernos de dos latas de mazorca (maíz tierno) de aproximadamente 400 gr. cada una. Quitada el agua, licuamos muy bien el contenido.
En una sartén con dos o tres cucharadas de aceite, doramos dos cucharadas de cebolla cabezona finamente picada, y a continuación agregamos otro tanto de tomate pelado y cortado pequeñito. Añadimos la mazorca licuada, sal, pimienta, nuez moscada y jengibre en polvo si nos gusta. Revolvemos y al cabo de dos o tres minutos retiramos del calor. Dejamos medio enfriar y agregamos, revolviendo, un huevo batido. Reservamos.
Por otro lado habíamos adquirido 300 gr. de carne magra de res molida o, mejor aún, mitad res y mitad cerdo.
Pusimos a cocinar dos huevos hasta que endurecieron. Salteamos hasta que doren otras cuatro cucharadas de cebolla picadita, en tres cucharadas de aceite. Agregamos la carne molida y revolvemos hasta que ésta cambie de color. No más. Debe quedar jugosa, a medio saltear. Retiramos del calor.
Hemos dejado en agua muy caliente una cucharada colmada de uva pasa, hidratándose. También cortamos al medio ocho o diez aceitunas verdes sin pepa o, mejor, rellenas de pimentón. Los huevos duros los pisamos con un tenedor, desmenuzándolos. A la carne debemos condimentarla de igual forma que hicimos con la mazorca. Bien condimentadita y bien revuelta. Agregamos las uvas pasas escurridas, los huevos y las aceitunas. Y ya. Bien revuelto otra vez, quedó.
Dos de las cazuelitas de las que hablamos al comienzo, las enmantequillamos. Le hacemos a cada cazuela una 'cama' con 1/4 de la mazorca que habíamos reservado. Encimamos con cuidado, bien repartida y parejita la mitad de la carne, en cada una y cubrimos con el otro 1/4 de mazorca. Si rociamos por encima un poco de queso parmesano, en el horno se dorará y en ese momento, tatán, tatán, la cosa habrá tomado su exacta dimensión; momento sagrado, porque al estar hirviendo y no tener asas ni manija, la cazuela podría caer y romperse, caso en el que todo el esfuerzo se iría. lejos. Se perdería. Claro que seguramente esto no va a suceder y se habrá dado entonces el milagro de la transformación, de la que sólo el arte culinario es capaz.
Y cuando el buen vino tinto, apenas entibiado, suscite el encanto de la comunión, la velada será un éxito total. Recién entonces se entenderá cómo dos pinches cazuelas de barro pueden llegar a ser el pretexto para lograr descrestar.
Naum Spoliansky del Restaurante La Loma, Calle 81 # 9-86. Tel.: 616 33 09; maleo@007mundo.com